¿Y a qué sabe la lamprea?

  • Es difícil encontrar palabras que describan el sabor de este pez.
  • De que es fuerte no cabe la menor duda.
  • Su carne es, en efecto, sabrosa y gustosa.
La lamprea es un pez primitivo semejantes externamente a la anguila.
La lamprea es un pez primitivo semejantes externamente a la anguila.
La lamprea es un pez primitivo semejantes externamente a la anguila.

Hay cosas que, la verdad, no son fáciles de explicar de forma comprensible a quien no las conoce. Una de ellas, una de esas preguntas sin respuesta que surge año tras año cuando, en pleno invierno, las lampreas comienzan a remontar los cauces de algunos ríos gallegos, es "¿a qué sabe la lamprea?" Difícil respuesta, que la pregunta es bien fácil y hasta lógica.

Ni siquiera una persona a la que jamás le faltaron palabras para describir lo que fuera, ni capacidad de fabular, como don Álvaro Cunqueiro, fue capaz de definir ese indefinible sabor. Antes, a finales del siglo XVIII, otro gallego erudito, Joseph Cornide, lo intentó en su 'Ensayo de una historia de los peces'... me temo que sin demasiado éxito.

Tachaba Cornide a la carne de la lamprea de "fuerte", aprovechando, de paso, para tildarla de "indigesta" y, a renglón seguido, afirmar que lo que la hacía tan apreciada era su sabor "delicado". Áteme usted esa mosca por el rabo.

Las abuelas, por lo menos las abuelas de mi tiempo, cuando un nieto les salía un tanto debilucho, decían que era "un niño delicado". Vamos, que ser delicado era todo lo contrario que ser fuerte. De modo que el ejercicio de imaginación del ciudadano Cornide, calificando a la carne de la lamprea de "fuerte" y "delicada" a la vez parece algo así como buscar la cuadratura del círculo... o a lo mejor, no.

De que el sabor de la lamprea es fuerte no cabe la menor duda. Es un sabor potente, con enjundia, con carácter, inconfundible. Pero va a ser que Cornide tenía razón, y es a la vez delicado... porque el Diccionario nos dice que, además de "débil, flaco, delgado, enfermizo", delicado es algo "sabroso, regalado, gustoso" y hasta una cosa "primorosa, fina, exquisita".

Y, ciertamente, la lamprea encaja perfectamente con estas acepciones, mucho mejor que con la primera: su carne es, en efecto, sabrosa y gustosa, además de regalada en el sentido que usa el término el DRAE, no en el de que le vaya a salir gratis, que la lamprea cuesta lo que vale; y su sabor es, desde luego, fino, primoroso y exquisito.

Y además, fuerte. Pero verán que, hasta aquí, nos hemos limitado a seguir a Cornide y al Diccionario, como hacía el gran Rafael Azcona con el agua de borrajas en su 'Vida del repelente niño Vicente', para buscar adjetivos que califiquen al sabor que buscamos... y que seguimos sin definir.

Si es que... no se puede. Es una cosa distinta a cualquier otra. Yo suelo apelar a mi lejana experiencia de estudiante de bachillerato, cuando tuve la fortuna de tener como profesor de matemáticas a un catedrático represaliado, piloto de la aviación republicana, que era muy pintoresco, pero magnífico. Se llamaba don Luis Díaz, pero todos le conocíamos por "Paquete", y solía explicarnos, cuando tocaba, que la grafía más exacta con la que podíamos representar el valor del número pi era, justamente, la letra griega de ese nombre, y no 3,14159 y docenas de decimales más.

Bien, pues aplicando esa técnica a la cuestión que nos ocupa, contestaré a la pregunta de cada año breve y directamente: la lamprea sabe... a lamprea.

Y ahora sí que recurro a Cunqueiro, porque me hace falta. En un guiso de lamprea a la antigua usanza, el que a un extremo del Camino se llama "a la bordelesa" y al otro "al estilo de Arbo", y que es un auténtico "civet", pero con lamprea en lugar de liebre, hay muchas cosas dentro.

Están, cómo no, los romanos, con mi señor Apicio y su césar Tiberio a la cabeza; andan por ahí el buen rey Arturo y los amantes Ginebra y Lanzarote del Lago, por darles los nombres romances que siempre les daba Cunqueiro; están los doce pares de Francia, con Carlomagno y Roldán; hay un apunte de gran abadía medieval de las orillas del Rhin, pero también del Támesis o del Po, que en todos ellos había lampreas entonces; está, si me apuran, el mismísimo capitán Nemo de aquel Nautilus que frecuentaba aguas gallegas en busca del oro de los galeones y de cosas más comestibles. Y está, cómo no, el mismísimo Merlín reencarnado que fue el propio don Álvaro.

Después de todo esto, ¿alguien sigue preguntando a qué sabe la lamprea? Póngale, a su antojo, sabor a todo lo dicho y, aun más, a todo lo que sea capaz de imaginar. Y ahí tendrá el sabor de la lamprea. Que, como todo el mundo sabe, sabe... a lamprea. Ya, ya sé que al decirlo así estoy incumpliendo otra de las enseñanzas básicas del bachillerato: lo definido nunca puede formar parte de la definición. Pero ustedes sabrán disculparme. No hablamos de cualquier cosa, sino que hablamos... de lamprea.

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