Isabel y Vicente se acomodan en los sofás mientras una música celta que suena de fondo les invita a relajarse. La sala tiene un toque seductor y misterioso, muy al estilo de Fiebre del sábado noche : luces de colores, paredes y muebles blancos y hasta una mirrorball colgada en el techo.
Cualquiera diría que acabamos de caer en un chill-out ibicenco, o en uno de los muchos lounge de alto postín que reinan en la noche madrileña. Pero ésta es la residencia para discapacitados mentales de Majadahonda, y la habitación de la que cuelga la mirrorball, una de las cinco discotecas sensoriales de la Comunidad, una novedosa técnica terapéutica nacida en Holanda para estimular las emociones, sentidos y capacidades de los enfermos.
Claro que hay una pequeña diferencia. En esta sala una risa, un choque de palmas o un intento de seguir el ritmo de la música suponen un gran triunfo, una alegría sólo comparable a cuando un adolescente consigue su primer beso en una discoteca.
Tubos de burbujas
A Isabel y Vicente les acompaña Manuel, de 58 años. Es el más activo de los tres. A pesar de su parálisis cerebral, se muestra entusiasmado cambiando las luces de los tubos de metracrilato llenos de agua con burbujas.
Vicente, sin embargo, prefiere el colchón de agua, donde juega con un peluche con una agilidad increíble para la tetraparesia que sufre, una afección que le impide andar y hablar con fluidez.
Isabel, cuya enefalopatía le ha hecho perder sus facultades mentales, permanece sentada en un sillón que vibra al son de la música. Su mirada parece no decir nada, hasta que gira la cabeza como esperando que comencemos a entrevistarla. "¿Te gusta ir a la discoteca, Isabel?", le preguntamos. "¡Pues claro!", nos contesta, y vuelve a concentrarse en la melodía.
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