Isabel Gil, 'Belle Bel', una musa esquiva antes de tiempo

  • La 'niña Isabel' fue amante del poeta Gil de Biedma.
  • Fue una de las musas de la 'gauche divine' barcelonesa.
  • Falleció en diciembre de 1968 arrastrada por una riada.
'Belle Bel', en un retrato de la fotógrafa Colita.
'Belle Bel', en un retrato de la fotógrafa Colita.
COLITA
'Belle Bel', en un retrato de la fotógrafa Colita.

Era una dama muy joven, separada y madre de tres hijos, producto de un temprano matrimonio con un burgués de la Barcelona de los sesenta. Llevaba tres años compartiendo cama y vida -casi toda su vida, toda su cama- con el poeta Jaime Gil de Biedma (antes había habido otros, como el novelista Juan Marsé).

Isabel Gil Moreno, Belle Bel, la niña Isabel, una de las musas de aquel grupito de liberales sentimentales bautizado como gauche divine, falleció un 6 de diciembre de 1968 arrastrada por una riada cuando conducía su coche camino de la Ciudad Condal.

El poeta no pudo acudir a su entierro, se había cortado las venas al conocer la noticia y permanecía postrado en una habituación, vigilado de cerca por su familia.

Cuando se repuso le dedicó su último libro, Poemas póstumos, y estos versos: “La parte de tu muerte que me doy, / la parte de tu muerte que yo puse / de mi cosecha, cómo poder pagártela... Ni la parte de vida que tuvimos juntos”.

Junto al drama personal, la muerte de la bella y complicada niña Isabel supuso algo así como un prematuro fin de raza, la clausura no prevista de la fiesta para una generación de novelistas, poetas, cineastas y fotógrafos para los que la vida (aún) no iba en serio.

Dos años después, en 1970, aquel conjunto heterogéneo de cachondos se desperdigaría, cada uno con su biografía al hombro, ante la estupefacción que causó -en algunos de los menos politizados- el encierro de un grupo de intelectuales en el monasterio de Montserrat para protestar por el proceso de Burgos, la condena a muerte de 16 personas acusadas de pertenecer a ETA.

Beautiful losers

El mito de la izquierda divina ha sido tratado con severidad por los habituales juzgadores de fantasmas. No todos fueron unos snobs diletantes que esperaban que el franquismo se diluyera como los hielos en la copa vacía de las noches del Bocaccio.

Los integrantes dispersos de aquel grupo, los Oriol Bohigas, Gonzalo Herralde o Félix de Azúa son hoy ilustres arquitectos, editores o catedráticos. Otros, los que no cayeron en “la fácil pendiente del sentido común” (bellamente descrita por Joaquín Jordá en El encargo del Cazador), forman parte ya para siempre de la lista de beautiful losers.

En 1971, un año después de la muerte oficial de todo aquello, el periodista Manuel Vázquez Montalbán escribió un artículo en la revista Triunfo donde, aparte de ajustar cuentas con los enemigos picajosos de la gent divine, extrajo una curiosa enseñanza del cadáver caliente: “Nunca se vio un fantasma tan necesario. Habrá que deducir, finalmente, que si la gauche divine no existiera había que inventarla como gran coartada lingüística de la revolución semántica española”.

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