Expedición española al mundo perdido

  • Tres madrileños han recorrido el Orinoco en kayac.
  • Han navegado a lo largo de más de 2.400 kilómetros.
  • Nos lo cuentan en primera persona.
Uno de los tres aventureros, en el Orinoco
Uno de los tres aventureros, en el Orinoco
C. Biosca
Uno de los tres aventureros, en el Orinoco
Cuando la pista de aterrizaje de Platanal apareció ante nosotros, hasta nuestro piloto comenzó a temblar. Se trataba de una calva en medio de la selva, un claro hecho a machetazos, irregular, cubierto de vegetación, con un enorme surco atravesándolo y de suelo bastante accidentado.

En aquellos momentos debería haber sentido miedo pero el lugar y el momento eran demasiado especiales para desperdiciarlos con otra cosa que no fuese la emoción. Tras un año y medio de preparativos, nos encontrábamos en el Alto Orinoco para comenzar una aventura que nos llevaría a través de las aguas del mayor río venezolano hasta el océano Atlántico.

Nuestro piloto demostró su pericia con un aterrizaje impecable y casi inmediatamente despegó de nuevo hacia la confortable seguridad de Puerto Ayacucho. Fue entonces cuando comprendimos las dimensiones de nuestra empresa. Nos encontrábamos en plena amazonía, rodeados por una tribu de curiosos yanomamis, sin más apoyo que el que podíamos ofrecernos los tres miembros del grupo unos a otros. Los patrocinadores nos habían ignorado.

El cónsul español no había respondido a nuestros correos. Cualquier signo de civilización se encontraba a muchos días de distancia. Una vez más pensé que debería estar preocupado... Pero la selva más hermosa que había visto jamás se desplegaba a unos metros de mi posición, mi mejor amigo estaba a mi lado, empapado en sudor, como yo, desde que bajamos de la avioneta. Mi hermano me sonreía desde debajo de un petate tan grande y pesado como él mismo, mientras miles de mosquitos comenzaban ya con su proceso de ir comiéndonos poco a poco. Era tal y como yo lo imaginaba. Estaba encantado.

Nos esperaban más de 2.400 kilómetros de recorrido sobre unas aguas infestadas de pirañas, cuna de cocodrilos y caimanes, hogar del terrorífico candirú- un pez parásito que se instala en la uretra y que sólo puede extraerse con cirugía-, guarida del temblador y su capacidad para proporcionar horas y horas de diversión mediante sus descargas de 500 voltios, refugio de buscadores de oro sin más ley que la de sus armas, escondite de la guerrilla colombiana, medio de vida de los piratas del río y sus aficiones relativas a la tortura, el robo, la violación...

También se suponía que nos esperaban la policía y el ejército corruptos. Pero las leyendas y los peligros, salvo por los millares de mosquitos que nos picaron, nos ignoraron o respetaron. Pescamos pirañas, con el agua por encima de la rodilla, y al contrario de lo que pronosticaban los agoreros nos las comimos nosotros a ellas. Nadamos a lo largo del río sin ningún percance.

Fuimos acogidos con espléndida cortesía por todos los venezolanos con quienes tratamos. Y día a día, nos acercamos poco a poco hasta Delta Amacuro, donde llegamos a nuestro destino. Y allí en la Boca Grande del Orinoco, con más de 20 kilómetros de agua dulce separando ambas orillas, brindando con ron por nuestro triunfo, recordé el pequeño cauce del comienzo del viaje y la evolución del río a medida que descendía y me llevaba de vuelta al principio: junto a mi mejor a migo y ante la sonrisa de mi hermano.

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