'Socorro, perdón': desde Rusia con amor

Socorro, perdón
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Socorro, perdón

Bienvenido a la mente de Frédéric Beigbeder: una montaña rusa para lectores sin prejuicios. Capaz de dictar sentencia a las relaciones de pareja en

El amor dura tres años y de ser costumbrista, sentimental y para todos los públicos en Windows on the world, el agente provocador –búsquenle en YouTube– de la novela francesa recupera en Socorro, perdón a su personaje fetiche. Así, Octave Parango –el publicista que terminó 13’99 euros entre rejas por complicidad en un homicidio– se redime como cazatalentos en una Rusia de blogs intelectuales y magnates que confunden discotecas con charcuterías.

Cambian las coordenadas geográficas, pero no las vitales, porque Parango conserva sus antiguas costumbres: las sustancias prohibidas, el egoísmo, la violencia… Sin embargo, entre caviar y suspirillos germánicos, el ex convicto descubre que su entusiasmo no es fruto de un subidón. «¿Cómo sabes que estás enamorado?», pregunta Lena a Octave. «Siempre tengo hambre y nunca tengo frío», responde él con la tele encendida, pensando en Dante y los vampiros. La desafortunada es una adolescente a la que presenta como chechena, por quien amaña un concurso de modelos y que por las noches se transforma en su lolita particular. Y es que Beigbeder se empeña en citar a Bulgákov, Pushkin y Chéjov –entre Hedi Slimane y The White Stripes–, pero su referente más claro es Nabokov. Ágil y divertidísimo de la primera a la penúltima página, con un final entre lo operístico y lo kamikaze –de traca–, Socorro, perdón no defrauda: obliga a implorar piedad, fiestas locas en dachas (casas de campo rusas), más aventuras de Octave Parango.

Anagrama / 256 páginas / 17 euros

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