Atrás quedó el protocolo mientras que Doña Letizia y Don Felipe lo pasaban en grande. Su cara era un poema: primero, expectación. Después, alegría descontrolada.
A la Princesa, que nos tiene acostumbrados a mantener la seriedad más estricta en los actos oficiales, se la vio disfrutando como nunca, bien agarrada del brazo de su marido.
Del Príncipe ya se conocía su afición por el fútbol. Parece que la Princesa no le va a la zaga.
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