Pese a las críticas recibidas, Spack, de 64 años, considera que es la mejor solución para proteger a aquéllos niños que tienen clara su identidad sexual pero que han nacido en un cuerpo equivocado, lo que, según él, los lleva en muchas ocasiones a autolesionarse e incluso al suicidio. "Nunca he visto a ningún paciente intentar suicidarse después de haber comenzado el tratamiento", afirma.
Spack les ofrece la posibilidad de vivir bajo la identidad sexual elegida, pero a cambio de provocar cambios irreversibles y consecuencias tan graves como la infertilidad. Algunos creen que merece la pena. Otros, no.
El tratamiento pasa por dar a los niños medicamentos que retrasan la aparición de la pubertad, y con ella, aquellos cambios corporales que hacen más evidentes los rasgos sexuales no deseados. Este "parón" es reversible y sirve para dar tiempo a los pacientes a confirmar el diagnóstico. Si es así, y tras varias sesiones con psiquiatras, entonces se introducen las hormonas, y en esto ya no hay marcha atrás.
Dilema ético
Tras un largo periodo de tratamiento con estrógenos o testosterona, según el caso, los cambios en el desarrollo pasan a ser irreversibles. Pero la consecuencia más importante, según confiesa el propio doctor, es la infertilidad.
Ésta representa para Spack su principal conflicto ético, aunque él lo tiene claro: "Mis pacientes siempre me recuerdan que lo más importante para ellos es su identidad".
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