Ancianos con el Gordo de 2016 siguen en la residencia y solos tras el "buitreo" familiar

Agustín, propietario de la Administración en la que el año pasado tocó el Gordo de la Lotería de Navidad.
Agustín, propietario de la Administración en la que el año pasado tocó el Gordo de la Lotería de Navidad.
ELENA BUENAVISTA
Agustín, propietario de la Administración en la que el año pasado tocó el Gordo de la Lotería de Navidad.

La fila de clientes en la administración de Lotería del Paseo de la Esperanza 4, de Madrid, sale hasta la calle. El incesante goteo de compradores de suerte no da un minuto de respiro a Agustín y a María Jesús. Este matrimonio de loteros llega extenuado al final de la temporada álgida de su negocio, que se ha visto desbordado por el reclamo de haber inundado de millones el barrio de Acacias la pasada Navidad. Desde el 1 de diciembre el establecimiento no ha cerrado ni un solo día y eso que el número 66.513, el Gordo que les hizo populares, se agotó el 16 de octubre.

"Hay quien se piensa que no se lo quiero vender, algunos hasta se enfadan, pero es que no he podido ni colgarlo en ventanilla. Las 170 series del Gordo se las han llevado todas los abonados", explica Agustín mientras recuerda cómo los nervios se apoderaron de su cuerpo hace un año, cuando vio girar la bola de la fortuna con el número acabado en 13 en la televisión que preside su local, del que ya es propietario precisamente gracias a que se quedó un décimo premiado.

Los vecinos aseguran que un año después de aquel día en que el cava corrió a raudales los agraciados siguen con rutinas previas al premio. A lo sumo alguno se ha dejado ver con un Mercedes nuevo. Y otro va contando que se ha comprado un piso en la zona. Pero los dueños del bar de la esquina siguen trabajando como si nada, y la señora cuyo marido llevó 50 décimos del Gordo al pueblo sigue paseando como siempre por la avenida.

Quizás a quien más le ha cambiado la vida sea a esa vecina de origen dominicano que se había marchado a limpiar pisos a Alemania, dejando a sus hijos con una hermana. La mujer reservó por teléfono un décimo el día antes del Sorteo de Navidad. Se lo tenían guardado aunque no envió a un familiar a recogerlo. Sabiéndose afortunada, cogió un avión y se presentó en la administración, dudosa de si los dueños cumplirían su promesa. Mucho han llorado con ella, que no ha regresado a trabajar a Alemania.

Coches nuevos y excedencias en la residencia

Pero el pellizco más grande del Gordo de 2016 recayó en la residencia de mayores de titularidad pública Las Peñuelas. El  80% de la plantilla y muchos ancianos llevaban participación del 66.513. En concreto, 300 décimos. El día del sorteo, a mediodía, el vestíbulo era una fiesta. Los abuelos y las trabajadoras botaban, bailaban, brindaban y lloraban de la alegría. Hoy la estampa es bien distinta. Los mayores pasan las horas sentados en sofás, en un silencio tan sepulcral como el que ha impuesto la dirección a la plantilla, ante la avalancha de medios de comunicación interesados en saber si la lluvia de millones les ha cambiado la vida.

En 2016 los más dicharacheros con la prensa eran empleados y ancianos a los que les había tocado el Gordo. Mostraban ufanos sus boletos premiados. Un año después, sin embargo, los más dispuestos a conversar son curiosamente quienes no resultaron agraciados. Esos trabajadores que se quedaron sin décimo por estar de baja, porque a última hora decidieron que no compraban lotería, o los que han entrado nuevos a trabajar.

Todo comentario sobre la fortuna de sus colegas denota un resentimiento modulado con resignación cuando la conversación salta a su mala suerte. Varias empleadas confirman que, mayoritariamente, ancianos y empleados siguen vinculados al centro de mayores. La mayor riqueza colectiva si acaso se hace visible en el subsuelo, con más coches nuevos que nunca en el garaje. También en los permisos de mudanza y en chascarrillos sobre cómo esta, ese o aquella han saldado la hipoteca.

Varias profesionales han solicitado excedencias de distinta duración. Al menos una se ha tomado hasta dos años sabáticos. Pero la única profesional que, al parecer, habría dejado su puesto definitivamente es la que era la directora del centro el año pasado. "Es que llevaba tres o cuatro décimos, no sé exactamente, pero así también me retiro yo", dice el único empleado que admite abiertamente que le tocó el Gordo.

Él, que llevaba un décimo como todos los años, nunca se planteó dejar sus labores en la residencia de ancianos. "Con 300.000 euros no puedes dejar de trabajar, hombre, ni pensarlo. Me he comprado un piso y es verdad que ahora ya no miro a final de mes cómo va bajando la cuenta del banco. Vivo con más holgura", explica. "También es cierto que aprovechas y te das ciertos caprichos". En su caso un iPhone 10, que saca del bolsillo, un ordenador portátil de la misma marca que casi no utiliza y un festín de compras navideñas el mismo 22 de diciembre, con los 6.000 euros que le adelantó su banco.

Los ancianos ingresados en la residencia a los que los niños de San Ildefonso convirtieron en protagonistas del sorteo del año pasado son, quizás, los que han salido peor parados, según el relato de los empleados que se atreven a saltarse el silencio administrativo. Los menos han sido trasladados a centros privados, con mejores condiciones asistenciales. A uno se lo llevaron a un piso que compraron para él en el barrio. Pero el recuerdo imborrable de los empleados es el "buitreo" de los familiares en las horas y días siguientes al sorteo. Cuentan que hijos y sobrinos que no venían de visita salieron ese día de la residencia con un décimo en la mano y no les han vuelto a ver. "Así están muchos de los que posaban tan alegres para la televisión hace un año. Igual de solos o más. Puñetero dinero, cómo nos transforma", reflexionan quienes les tienen cerca.

Esta Navidad la residencia Las Peñuelas repite como abonado al 66.513. La comunidad silente se mantiene fiel a un número escogido hace más de una década por la querencia del padre de una empleada a la terminación en 13. Han pedido incluso más décimos, 500, tal y como corrobora su lotero.

Si volviera a sonar la flauta y les tocara, no sería la primera vez que se repite el número del Gordo, ocurrió en 2006, pero sí sería la primera vez que esto sucede en años consecutivos. La fila de clientes en la cercana administración que regentan Agustín y María Jesús parece perenne. La esperanza, como se lee en el toldo del local, es lo último que se pierde.

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