Recobran a Joan Eardley, pintora del alma y las clases humildes escocesas, muerta a los 42 años

  • Las Galerías Nacionales de Escocia exponen a una artista brillante pero poco conocida por su muerte prematura tras un cáncer de mama que no quiso tratar.
  • La muestra se centra en dos espacios que subyugaban a Eardley: el pueblo marinero de Catterline y Townhead, una de las áreas más pobres de Glasgow.
  • Expresiva pero muy cercana a la abstracción, pintaba paisajes marinos en plena tormenta y retratos de niños. Eran sus armas contra una grave depresión.
Tres niños asomados a una ventana, pintados por Joan Eardley
Tres niños asomados a una ventana, pintados por Joan Eardley
Private collection. © Estate of Joan Eardley. All Rights Reserved, DACS 2016
Tres niños asomados a una ventana, pintados por Joan Eardley

Cuando, a principios de la década de los años cincuenta del siglo XX, la pintora Joan Eardley se estableció en una escueta casa en Catterline, un pueblo de pescadores casi deshabitado situado frente al Mar del Norte y al sur de Aberdeen, en la zona oriental de Escocia, tenía dos objetivos: el primero, terminar de restablecerse de unas paperas que habían debilitado su siempre frágil salud; el segundo, estar cerca del mar y pintar la belleza feroz de las tormentas.

"Es de noche y el fuego da una gran luz parpadeante. La casa es pequeña y el suelo esta desnivelado. Tres tablas alquitranadas son la mesa. Tengo una cama grande, una olla, tres sillas y un cubo. Estoy sentada, mirando la oscuridad y el mar. Creo que voy a pintar en este lugar extraño", anotó en su diario la artista, nacida en 1921 en un hogar de granjeros de Sussex (Inglaterra) y muerta en 1963, sólo 42 años más tarde tras sufrir un cáncer de mama que se negó a tratar. Sus cenizas fueron esparcidas en la playa de Catterline, donde había sido feliz.

El deceso prematuro dejó en una especie de limbo la obra de esta artista deslumbrante, prolífica y singular —escuchaba la predicción meteorológica por la radio y cuando anunciaban temporal salía en su moto Lambretta a buscar un buen lugar en los acantilados, protegida con un traje impermeable de aviadora y botas de pescador—. La exposición Joan Eardley: A Sense of Place (Joan Eardley: un sentido de lugar) recorre los quince años de carrera de la artista, una de las más eminentes de Escocia durante el siglo XX.

La breve pero notable carrera de Eardley se movió, como muestran las Galerías Nacionales de Escocia de Edimburgo hasta el 21 de mayo, entre dos escenarios a cuya narrativa plástica se entregó con notable coherencia: la costa escarpada e inclemente del Mar del Norte y el por entonces no menos áspero barrio de Townhead, en la ciudad de Glasgow, una zona degradada y de clase baja donde estableció dos estudios, uno tras otro, para poder pintar con una paleta casi documental la vida cotidiana de los más castigados por la discriminación social y económica.

Usaba un collarín ortopédico

El interés creciente por el arte visceral de esta artista sufriente —sobrellevó una severa depresión y debía usar un collarín ortopédico por problemas vertebrales en el cuello— ha logrado que la exposición establezca la ubicación exacta de muchas de las pinturas. Para los retratos de niños tomaba ella misma fotografías que luego usaba como modelo. En el caso de las marinas, trazaba mapas en sus diarios donde señalaba el lugar desde el que pintaba.

"Hemos tratado de recrear el proceso de trabajo de Eardley para mostrar cómo hizo el trabajo, de boceto a pintura acabada, y rastreamos sus movimientos con la mayor precisión posible", explica Patrick Elliott, curator del museo. "En muchas de las pinturas de Catterline, se puede decir exactamente dónde estaba de pie, casi con exactitud de centímetros. Los visitantes de la exposición, por así decirlo, estarán mirando por encima del hombro de la artista".

Barrio arrasado por las inmobiliarias

Townhead, donde Eardley produjo sus obras más fieles al realismo, fue arrasado en los años sesenta para ser entregado a procesos milmillonarios de promoción inmobiliaria para empresas y viviendas. Los cuadros, como la mejor prueba del pasado miserable del lugar, desatendido por la administración hasta que se consideró que allí había un buen negocio, muestran a niños risueños y andrajosos frente a paredes con protografitis pintados a tiza en un lienzo pintado dos meses antes de la muerte de la artista.

En los paisajes marinos el tono de la pintora era igualmente expresivo, pero se acercaba a la abstracción, como en Boats on the Shore y The Wave, que tienen una urgencia que parece desesperada. Algún crítico anotó que no pintaba con la mirada de una artista, sino de un marinero, consciente de que el mar es una entidad con vida propia y caprichosos y crueles movimientos de grandes masas de agua.

Admiraba a Pollock

Cuando fue preguntada sobre los artistas que le interesaban, citó antes que nadie a otro fallecido prematuramente, el estadounidense Jackson Pollock (1912-1956). En los cuadros de tormentas, con el mar y el cielo ocupando toda la superficie de la tabla —prefería este soporte al lienzo, más delicado y difícil de manejar en las condiciones extremas de los temporales—, la artista del alma escocesa, como la llaman desde el museo de Edimburgo, parece pintar, como proponía Pollock, desde dentro del cuadro.

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