Juan Antonio, el médico le recetó fentanilo: "Maldito el día en que me puse ese veneno en parches"

Juan Antonio, exconsumidor de fentanilo con receta.
Juan Antonio, exconsumidor de fentanilo con receta.
JOSÉ TORRES
Juan Antonio, exconsumidor de fentanilo con receta.

Acarrea cinco hernias discales y artrosis en ambas caderas. Dolorosas hasta la postración. Secuelas de años de carga y descarga, desde que era un crío, en el negocio de fruta al por mayor familiar y luego en el destajo del yeso y la escayola. Hasta que hace unos pocos años su cuerpo se quebró y dejó de aguantarlo todo. Juan Antonio,  61 años, tiene reconocida una invalidez.

Sin embargo, dice que ni por todos los dolores del mundo, que los padece, volvería a colocarse en el brazo un parche más de fentanilo —el calmante opioide que mató a Prince y cuyo consumo vía receta médica se ha triplicado en España en los últimos diez años. "Maldito el día en que me puse ese veneno", clava como daga este granadino en conversación telefónica.

"Al principio me redujo un poco el fuerte dolor, pero enseguida caí en todas las contraindicaciones. Me volví loco durante tres meses. No quería ver a nadie, ni a mis nietos. No soportaba ni la presencia de mi mujer. Tenía el intestino parado, ataques de ansiedad. Eso es un veneno, ya le digo", insiste Juan Antonio.

Rogó a los médicos que le retiraran los parches, de 75 microgramos de dosis, pero tuvo que hacerlo sin su consentimiento. "Es que no podía hacerle lo que le estaba haciendo pasar a mi familia". Tenía que quitarse una medicación que le estaba matando. A fuerza de voluntad, y sin recurrir a especialistas, lo consiguió.

Cuando el fentanilo, que es un opioide sintético cien veces más potente que la morfina, se liberaba del parche y penetraba en el organismo de Juan Antonio él dice que se quedaba "atontado". Explica que, por ejemplo, "no coordinaba y tenía depresión, ansiedad, pérdida de apetito, deterioro físico por días. Pasé de la talla 46 a la 40 de pantalón en poco tiempo".

Bajo los efectos del fármaco no es que tuviera ideas suicidas en abstracto, sino que, cómo él mismo explica: "Llegué a tener la cuerda echada en el parral para ahorcarme. No veía ninguna salida".

"Era totalmente un adicto, pero yo no quería eso para mi vida. Si no lo llego a dejar, y me costó sangre, dolor y lágrimas, no estaría hablando ahora con usted". Y las lágrimas se le escapan. "Para mí el fentanilo es un veneno que ni tenían que haberlo sacado. Se apoderó de mí y me destrozó".

"Te deja chafada, solo puedes estar tirada en la cama o el sofá"

A 900 kilómetros de distancia de Juan Antonio, vive Sara, una catalana de 52 años cuyo calvario le sobrevino tras una fallida intervención de urgencia por una hernia que le perforaba la médula, a la que  llegó desde un periplo médico a consecuencia de unos fuertes dolores al bajar el cuello, "como descargas eléctricas", y una sensación de "manos acorchadas y torpeza al andar", que extrañaron en exceso a esta mujer antaño activa y de perfil atlético.

La mala praxis le condujo a una segunda operación quirúrgica de su mielopatía cervical con afectación a tres vértebras (C4, C5 y C6). Aunque se salvó de quedar en silla de ruedas, la intervención no logró mitigar un dolor que le hace retorcerse y gritar.

En la unidad del dolor de su hospital de referencia le colocaron un primer parche de fentanilo, de 12,5 microgramos, una posología que ha ido escalando en los últimos dos años hasta los 100 microgramos. "Los parches me quitaban el dolor en un 50% más o menos, pero las contraindicaciones no compensan. Todos los problemas intestinales, se te quita el hambre y sobre todo te deja tan chafada que solo puedes estar tirada en la cama o en el sofá".

De la cama al sofá y viceversa, así han sido los últimos meses con Fentanilo para Sara. Entre arcadas, vómitos y apalancada. Tal era su abandono que se olvidó de comer y se quedó en apenas cuarenta kilos. No encontraba fuerzas para hacer nada de lo cotidiano, ni para visitar a su padre en la residencia, donde le asisten por Alzheimer.

El estado de apatía le atribulaba hasta en ocasiones pensar en suicidarse. "El cuerpo no me respondía. Yo, que soy tremendamente fuerte, con el fentanilo me sentía doblegada, sin fuerzas para hacer nada y pidiendo ayuda hasta para lavarme el pelo. Es cuando lo piensas, para estar así, mejor me tiro por la ventana". Sara está convencida de que esas ideas se las provocaba el medicamento, no el dolor.

Sendos estudios encargados por la sanidad navarra y catalana sobre el uso del fentanilo detectaron casos similares a los de Sara y Juan Antonio. Personas a las que este medicamento, del que España es quinto consumidor mundial y que está causando estragos en EE UU y Canadá, no solo no les hace el efecto deseado como calmante, sino que les provoca una fuerte adicción y otros graves efectos secundarios.

A Sara el médico le acaba de retirar el fentanilo, pero se lo han cambiado por otro potente opioide, la oxicodona. "Estoy probando, pero no tengo muchas más opciones que aguantarme el dolor o hincharme a estas mierdas".

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