La Valencia que soñó Barberá: apertura al mar, expansión urbanística y grandes eventos

Barberá, junto a Francisco Camps y la exministra Elena Salgado, en la entrega del trofeo de la Copa del América de vela en 2007.
Barberá, junto a Francisco Camps y la exministra Elena Salgado, en la entrega del trofeo de la Copa del América de vela en 2007.
20MINUTOS.ES
Barberá, junto a Francisco Camps y la exministra Elena Salgado, en la entrega del trofeo de la Copa del América de vela en 2007.

Decir que Valencia sufrió una transformación entre 1991 y 2015 resulta una evidencia. Un periodo de 24 años, el que Rita Barberá estuvo al frente de la Alcaldía, es lo suficientemente largo como para que una gran capital experimente cambios notables.

La que llegó a ser calificada como la "alcaldesa de España" y considerada imbatible en las urnas desplegó un modelo, el suyo, hacia el que se dirigió la ciudad: el crecimiento urbanístico a toda costa y la apuesta por los grandes eventos como escaparate turístico y promocional.

Más allá de comulgar o no con ella, esta era la visión de Barberá. La de una ciudad que debía recuperar el orgullo. Barcelona había conseguido los Juegos Olímpicos de 1992, Sevilla la Expo del mismo año y Madrid la capitalidad cultural europea. La fórmula para obtener la vara de mando fue la misma con la que lo perdió: un pacto de varias fuerzas para desbancar a la lista más votada. En su caso, se alió con Unió Valenciana, que años más tarde acabaría fagocitada por el PP, lo que propició un rosario de mayorías absolutas cada vez más aplastantes.

Y, en esa dinámica, Barberá se consideró legitimada por las urnas para llevar adelante sus planes: la polémica y frustrada prolongación de la avenida Blasco Ibáñez partiendo en dos el barrio del Cabanyal (lo que permitiría el viejo sueño de abrir Valencia al mar), el crecimiento hacia la periferia mediante la aprobación de planes urbanísticos a costa de la huerta (Campanar, Benicalap, Orriols, Quatre Carreres...) y la construcción de infraestructuras, si bien casi todas ellas sufragadas por la Generalitat (la Ciudad de las Artes y las Ciencias, varias líneas del metro, colegios, hospitales) o el Gobierno (el AVE y parte del Parque Central). Todo ello con un especial mimo al centro frente a los barrios periféricos.

La segunda década de su mandato estuvo marcada por la consecución de la sede de la Copa del América, el gran evento que ansiaba. La prueba supuso un impulso para la transformación de La Marina, si bien dejó una deuda al Consorcio tripartito que formó el Ayuntamiento con el Consell y el Estado superior a los 400 millones de euros.

Esta visión comenzó a desmoronarse con el estallido de la burbuja inmobiliaria. La parálisis de la construcción, un sector al que la economía valenciana había confiado gran parte de su desarrollo, paralizó planes urbanísticos, elevó el desempleo y dejó a la vista grandes proyectos inacabados. Uno de sus máximos exponentes es el nuevo estadio de Mestalla, cuyas obras permanecen paralizadas en la avenida de las Cortes Valencianas. Barberá recalificó suelo municipal para que el Valencia CF de Juan Soler, el empresario elegido por el poder, levantara su nueva sede y la ciudad pudiera acoger una final de la Liga de Campeones, otro sueño truncado de la exalcaldesa.

En la última legislatura, el impacto de la crisis y de los continuos casos de corrupción amenazaban la continuidad del PP al frente del Consistorio. Rita Barberá, que pudo retirarse en la cima de su poder, volvió a presentarse en mayo de 2015 (una campaña cuya financiación, por cierto, desató el supuesto caso de blanqueo en el grupo municipal) y ahí comenzó su declive. Barberá prefirió arriesgar y perder antes que renunciar a su visión para Valencia. Los votos indicaron un cambio de rumbo, pero, para bien o para mal, como ha dicho en el pleno de este miércoles Joan Ribó, la exalcaldesa forma ya parte de la historia de la ciudad.

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