Nantes, viaje al centro de la tierra de Julio Verne

  • La ciudad donde nació el visionario escritor francés alberga durante todo el verano un ingenioso festival artístico denominado 'Le Voyage à Nantes'.
  • La exposición emula en cierto modo al intrépido capitán Hatterasen y sus aventuras hacia lo desconocido.
  • La visión de Verne ha constituido el legado para Delaroziere y Orifice, dos alumnos aventajados capaces de recrear una fauna verniana.
Festival artístico 'Le Voyage à Nantes' en honor a Julio Verne.
Festival artístico 'Le Voyage à Nantes' en honor a Julio Verne.
Régionale Pays de la Loire
Festival artístico 'Le Voyage à Nantes' en honor a Julio Verne.

Elefantes mecánicos de 12 metros que arrastran a 40 personas, tiovivos de tres alturas poblados por calamares gigantes y cabinas submarinas, arañas enormes conducidas por diminutos seres humanos y, en proyecto, un árbol de 30 metros con 22 ramas que albergará a 400 visitantes.

La infinita imaginación de Julio Verne bien podría haber articulado estas creaciones en su viaje al centro de la tierra. No obstante, en este caso quien ha gestado ese universo ha sido su ciudad natal, Nantes, capital del País del Loira, en la costa oeste de Francia. La urbe se ha inspirado en su hijo pródigo para construir sus 'máquinas de la isla', como las denominan. La visión de Verne ha constituido el legado para Delaroziere y Orifice, dos alumnos aventajados capaces de recrear una fauna verniana.

Hasta la propia nave industrial que alumbró el éxito de Lefèvre y Utile, los artífices de las internacionales galletas LU (hoy fabricadas a 15 kilómetros de Nantes) recuerda al Nautilus con su nueva utilización como macrozona de exposición, restaurante, bar, biblioteca y hammam.

Le Voyage à Nantes, la fundación que impulsa el turismo en la ciudad, emula en cierto modo al intrépido capitán Hatterasen sus aventuras hacia lo desconocido. Así se siente el turista cuando se topa con una barca doblada colgando de una esclusa sobre el río L'Endre, una casa incrustada en el indomable Loira o la cabina telefónica repleta de peces exóticos que haría las delicias descubridoras del mismísimo capitán Nemo.

La línea verde nantesa

Incluso los bancos procesionarios del artista Claude Ponti en el jardín botánico. En definitiva, un mundo de fantasía, o, mejor escrito, de anticipadores del futuro. Para recorrerlo no resulta necesario subir en la aeronave Albatros, diseñada por Robur (otro de los célebres personajes de Verne). Basta con seguir una línea verde de 12 kilómetros que recorre la ciudad. Verde porque Nantes cuenta con 100 jardines públicos y obtuvo un reconocimiento internacional con el galardón de capital verde de Europa.

La principal urbe del País del Loira, ubicada a 75 minutos de Madrid para quien viaje en alguno de los vuelos operados por Air Nostrum, cuenta con 290.000 habitantes. En 2012 (184 años después de que en su seno naciera Julio Verne), remató los decrépitos vestigios de su pasado industrial en los cinco kilómetros de extensión de la denominada Isla de Nantes y asentó allí un mundo de diseño vanguardista, con las máquinas vernianas y obras de arte cosmopolitas como un edificio revestido con la piel de un mamut o un patio ocupado por un metro de medir que, en realidad, se extiende a lo largo de unos cien metros. Tanto encanto atrae cada año a más residentes que lo quieren disfrutar a diario.

También en 2012 Nantes estrenó su festival artístico estival -denominado igualmente Le Voyage à Nantes- que se ha convertido ya en un clásico anual (del 1 de julio al 28 de agosto), repleto de sorprendentes recreaciones para exponer en plena calle, como la antes citada cabina acuario.

Memorial de la abolición de la esclavitud

Del mismo modo, en el referente 2012 inauguró el Memorial de la abolición de la esclavitud. Si Verne transmitió la visión más pesimista de sus congéneres en El eterno Adán, Nantes entona su mea culpa con esa exposición que recuerda que de su puerto partieron los barcos que transportaron a 530.000 personas hacinadas en sus bodegas para venderlas como esclavas.

En el asfalto, sobre el memorial y con iluminación nocturna, una senda de placas reproduce el nombre de cada uno de aquellos buques negreros. La experiencia no se limita a relatar ese lamentable pasado; también hace hincapié en que en la actualidad entre 200 y 250 millones de personas sufren algún tipo de esclavitud en el mundo.

Este museo muestra la cara sombría de Nantes. No todo fue arte. Aunque sí hubo regias dosis de lealtad. Ana de Bretaña, hija del último rey bretón independiente de Francia, llevó esa cualidad hasta el extremo. Ha pasado a la historia como la única mujer desposada con dos monarcas franceses. Primero, con Carlos VIII, y a su defunción, con Luis XII. De este segundo matrimonio nacieron dos hijas. La mayor, Claude, se casó con el siguiente rey de Francia, Francisco I.

La lealtad bretona de Ana

Ana nunca olvidó su Bretaña, que entonces tenía como capital Nantes. Tanto la amaba que pidió que al morir su cuerpo fuera enterrado en Saint-Dennis, como mandaban los cánones, pero que su corazón reposara en tierras nantesas. Y hasta allí marchó guardado en un precioso arcón. Previamente, y en memoria de su padre, Francisco II de Bretaña, había ordenado construir, con mármol de Carrara, un lustroso mausoleo en la catedral de Nantes, San Pedro y San Pablo, que data del siglo XV y que alcanza los 37 metros de altura.

Abundando ya en la historia, el gran monumento de la ciudad lo constituye el castillo de los duques de Bretaña, con su imponente foso defensivo. La rue du Chateau (siempre fácil de encontrar siguiendo la omnipresente línea verde) con sus tiendas tradicionales o la plaza de Bouffay, donde en un pasado revolucionario la ciudadanía asistía a las ejecuciones sumarias con guillotina y hoy proliferan los bares de copas, reflejan también el poso histórico nantés.

Como lo hace la iglesia de San Nicolás. O el pasaje de Pommeraye, inaugurado en 1843, con su arquitectura de hierro. Estas construcciones cohabitan con zonas más modernas y comerciales, caso de la calle Crebillon (la de las tiendas 'chic') o la calle de la Baillerie. O con el céntrico restaurante La Cigale, que mantiene su decoración decimonónica. O el espacio de carpas para cenas estivales y discotecas en la isla de Nantes. Una simbiosis de pasado y presente.

Reducido museo en memoria de Julio Verne

Todo ello bien vigilado desde un promontorio por el reducido museo consagrado a su vecino más ilustre, a Julio Verne. Desde su cima otea el Sèvre, último afluente del Loria por su orilla izquierda antes de llegar al mar, que atraviesa 140 kilómetros de Francia y que, en su época más gloriosa, llegó a dar vida a 500 molinos.

Nantes trata de superar el síndrome de Wilhelm-Storitz, el personaje de Verne que recrea la historia de un hombre que hereda de su padre la capacidad de la invisibilidad. La ciudad intenta promover su gastronomía, especialmente jugosa en lo que respecta a su repostería con su pastel nantés (guarda cierta semejanza a la tarta de Santiago, con una lámina de azúcar en su cúspide), con sus salsas autóctonas basadas en la mantequilla y con sus caramelos afrutados denominados berlingots (gozan de especial fama los de la chocolatería Debotte). Sin olvidar, más bien al contrario, su vino blanco Muscadet, con su denominación de origen y sus tres subzonas.

Fruto de la variedad de uva Melon de Bourgogne, se produce en parajes como las 75 hectáreas de monocultivo que circundan el castillo de Coign de Saint Fiacre, que cede su nombre a una de las marcas más emblemáticas de este vino afrutado. No falta en restaurante local alguno ni en recorrido fluvial por el Loira o el Sèvre que incluya degustación vinícola.

También puede adquirirse el Muscadet en cualquier de los dos grandes mercados urbanos de Nantes; el sabatino y ambulante de la plaza de La Petite Hollande y el casi octogenario y diario de Talensac.

Recorrido en bicicleta por el Loira

No son 80, como los días que necesitó el caballero inglés Phileas Fogg para recorrer el mundo, sino 800 los kilómetros en bicicleta habilitados para pedalear junto al Loira mientras se transita junto a restaurantes, hoteles e incluso talleres de reparación que promueven el ciclismo.

Un tipo de vehículo, por otra parte, perfecto para comprobar los contrastes en las orillas de este río indómito que tanto amó el cineasta Louis de Funès, que disponía de un castillo en sus aledaños a modo de base pescadora. Para más precisión, se trata de Clermont, propiedad de su esposa, descendiente del insigne Maupassant.

También puede avistarse los dos cipreses plantados por la hermana de Julio Verne. O el restaurante Clemence, donde surgió la receta de la salsa de mantequilla blanca. O el puente de Mauves sur Loire, el único que sobrevivió a la II Guerra Mundial.

Del mismo modo el viajero disfruta deteniéndose en Clisson para admirar su mercado del siglo XV, recorrer el otro gran castillo de los duques de Bretaña (junto al de Nantes), atravesar su puente medieval o pasear por los jardines repletos de alusiones a la mitología griega que diseñó el arquitecto Lemot. O degustando ostras en el restaurante La Civelle, ubicado en el marinero pueblo de Trent Moult.

Un largo recorrido de sensaciones que sin duda haría las delicias de Cyrus Smith, personaje repleto de curiosidad y de capacidad de adaptación que protagoniza La Isla Misteriosa, obra, desde luego, del escritor que también ha inspirado esta crónica viajera, Julio Verne.

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