Verano del amor: El embrión de los festivales

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El público baila en uno de los conciertos de Woodstock.
El público baila en uno de los conciertos de Woodstock.
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El público baila en uno de los conciertos de Woodstock.

A mediados de abril los melómanos se levantaban de la cama con una noticia impactante. Tan impactante, de hecho, que ninguno de ellos hubiese puesto la mano en el fuego por algo así 24 horas antes.

Según publicaba Los Angeles Times, los organizadores del festival de Coachella (California) preparaban un megaconcierto –y más que megaconcierto, un acontecimiento sin precedentes en la historia de la música– que reuniría el próximo otoño (7 al 9 de octubre) en ese lugar a varias leyendas vivas. A saber: The Rolling Stones, Paul McCartney, Bob Dylan, Neil Young, The Who (inmersos ahora mismo en su gira de despedida de los escenarios) y Roger Waters, miembro fundador de Pink Floyd.

Con ellos nació el rock and roll tal y como hoy lo entendemos. Y ellos fueron también la razón de ser de los primigenios festivales de música, los que darían lugar a los que ahora arrastran a miles de devotos frente a un escenario. Porque, aunque parezca mentira, lo que hoy por hoy representa una de las primeras opciones de ocio para los jóvenes de medio mundo tuvo su germen hace nada más y nada menos que 50 años.

Corría el año 1967, el de la contracultura y el del llamado Verano del Amor, también el de la publicación del Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band de los Beatles, cuando la estación de radio KFRC, convocaban a los jóvenes californianos a participar en un evento sin precedentes: el Fantasy Fair and Magic Mountain Music Festival. Celebrado en el parque estatal de Mount Tamalpais, al norte de San Francisco, entre el 10 y el 11 de junio, congregó a casi 40.000 personas gracias a un cartelazo con nombres tan míticos como The Doors, The Byrds, Captain Beefheart & the Magic Band o Jefferson Airplane.

Hoy muchos fundirían la Visa por poder ver algo así, en su día los allí presentes pagaron dos dólares por entrada. Apenas una semana después, el 16 de junio, 200.000 personas asistían a otra propuesta de tres días de duración en la costa californiana: el Festival Internacional de Música Pop de Monterrey, también conocido como el Purple Monterey, por la cantidad de LSD que corrió entre los asistentes.

Mucho más popular que su predecesor (existe un magnífico documental, Monterey Pop, dirigido por D.A. Pennebaker), ha pasado a la historia por varios momentos históricos: la literalmente incendiaria actuación de Jimmy Hendrix que acabó con el músico en pleno éxtasis prendiendo fuego a su guitarra sobre el escenario, una de las primeras actuaciones de Janis Joplin que sentó las bases del feminismo de la época y también de Otis Redding frente a una audiencia predominantemente blanca (lamentablemente perdería la vida seis meses después). Pero memorable fue, sobre todas las cosas, la electrizante actuación de los británicos The Who, que cerraron el show con su mítico My Generation.

Todos los artistas actuaron gratis y los ingresos fueron donados a obras de caridad (la entrada costaba seis dólares y medio). Hoy en día se le considera el primer festival rock. El salto a Europa se produciría un año después con la organización del Festival de la Isla de Wight en Inglaterra. Se celebraron tres ediciones entre 1968 y 1970 y por allí pasaron grandes como T. Rex, The Who, Joe Cocker, Supertramp, Joan Baez, Leonard Cohen, Donovan, Dylan y espectadores de lujo como Jane Fonda o John Lennon.

Sin embargo, los problemas no tardaron en llegar y tras una exitosísima tercera edición (unos dicen que 600.000 almas, la organización que la mitad) se aprobó una ley que prohibía reuniones en la isla de más de 5.000 personas . El festival no volvería a dar señales de vida hasta 32 años después.

¿Y Woodstock?

El relevo lo tomaría ese mismo año Glastonbury, entonces conocido como Festival de Pilton, que curiosamente fue organizado por un agricultor tras el impacto que le causó ver un directo de Led Zeppelin en el Festival de Blues de Bath. Lo inauguraron The Kinks con una afluencia de 1.500 espectadores, al año siguiente Bowie convocó a 12.000. Hoy reúne a 135.000 en cada edición y agota todos sus abonos en menos de 15 minutos en cuanto se ponen a la venta. Pero si hay un festival mítico, uno que ha servido como referencia a generaciones, del que más se ha hablado y copiado, ése es, sin duda alguna, Woodstock (15-18 agosto 1969).

Tan conocido por los que allí tocaron –Hendrix, Crosby, Stills, Nash & Young, The Who, Joe Cocker, Richie Havens, Creedence Clearwater Revival, Janis Joplin– como por los que declinaron la invitación –The Beatles, Led Zeppelin, The Doors y Bob Dylan, que sí estuvo en su 25 aniversario– su nombre es hoy sinónimo de antisistema, antibelicismo, libertad, desenfreno psicodélico y amor al más puro estilo hippie. La organización esperaba 60.000 espectadores, se cree que el número real fue entre 400.000 y 500.000.

Parte de lo que allí ocurrió quedó recogido en un documental, Woodstock. 3 Days of Peace & Music, dirigido por Michael Wadley y editado por Martin Scorsese, que ganó un Oscar y fue seleccionada para su conservación en el National Film Registry por su valor cultural e histórico.

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