La relación de Cervantes con sus ilustres e insidiosos vecinos en el barrio de Las Letras de Madrid

Placa de la Calle Cervantes (antigua calle Francos), en el Barrio de Las Letras de Madrid.
Placa de la Calle Cervantes (antigua calle Francos), en el Barrio de Las Letras de Madrid.
JORGE PARÍS
Placa de la Calle Cervantes (antigua calle Francos), en el Barrio de Las Letras de Madrid.

Algunos de los autores más reverenciados del Siglo de Oro de la literatura en lengua castellana fueron algo más que coetáneos. Miguel de Cervantes tuvo como ilustres vecinos, entre otros, a Lope de Vega, Quevedo y Góngora (razón por la que este barrio madrileño, que antes fue el de las Huertas, se conoce hoy como el de las Letras o las Musas).

No es una afortunada casualidad. Los escritores de la época buscaban vivir cerca de los mentideros que se concentraban en esta barriada de Madrid. Pero, más allá de la feliz coincidencia histórica, la relación entre los intelectuales no fue siempre amistosa –ni siquiera cordial–.

Las puñaladas traperas, las alusiones escritas envenenadas, los motes maliciosos, las envidias o las reuniones literarias a las que no se invitaban entre ellos estaban a la orden del día. Es cierto que también hubo excepciones.

De raíz modesta, el barrio fue el escenario donde el talento de algunos de los mayores genios literarios de la historia convivió con las visitas constantes de soldados de Flandes y gentes de toda condición. Las animadas tabernas y mesones que allí se hallaban propiciaban diversión a los clientes y la posibilidad de saciar todo tipo de placeres, incluidos los carnales. "En la calle Huertas hay más putas que huertas", rezaba el castizo refrán.

A pocos metros de Cervantes vivió el prolífico Lope de Vega. Ambos se profesaron una inicial admiración pública, citándose mutuamente en sus obras. En la novela pastoril La Galatea, Cervantes loa a un prometedor Lope a través del Canto de Calíope, y este le corresponde en su novela Arcadia.

Pero siendo incluso 15 años más joven, Lope de Vega encontró el reconocimiento del público en épocas mucho más tempranas que Cervantes. De hecho, era el más popular del barrio y de los pocos que tenían su casa en propiedad y no en arriendo como la mayoría. La casa de Lope es hoy un museo.

A pesar de su fama de mujeriego –que contrasta con su ordenamiento como sacerdote al morir su segunda esposa– y de haber llegado a estar desterrado un par de años de la corte, Lope se granjeó un éxito notabilísimo, especialmente en el teatro. Un género en el que Cervantes, en cambio, no encontró al gran público. Ya enemistados desde comienzos del siglo XVII, Lope llegó a asegurar sobre su faceta como poeta que "ninguno hay tan malo como Cervantes".

El Manco de Lepanto abandonó la mala aceptación del público con la publicación del Quijote, cuando ya estaba en la última etapa de su vida. Pero Lope de Vega –el "Monstruo de la Naturaleza", como le llamaba Cervantes– se resistió a aplaudir la categoría literaria de la obra cumbre cervantina. Puede que por las críticas que Lope leyó sobre él mismo, exageradamente, en algunos pasajes quijotescos.

También criticó Cervantes a Lope en el prólogo de Don Quijote de la Mancha. Le molestaba la pedantería lopesca y lo consideraba un prepotente. El caso es que, en aquel ambiente de hostilidades cruzadas, don Miguel fue incapaz de encontrar a ningún prestigioso escritor de su tiempo que le prologara la novela. Una obra maestra que, por otra parte y con el paso de los siglos, llegaría a convertirse en el libro más leído del mundo, solo por detrás de la Biblia.

Mejor relación tuvo Cervantes con Góngora, otro de sus vecinos. En este sentido, lo consideró "un vivo raro ingenio sin segundo". Los dos compartieron un momento dulce: Luis de Góngora veía cómo en la corte se debatía su obra Soledades y Cervantes publicaba la segunda parte del Quijote.

También compartieron como enemigo a Quevedo. Como consecuencia de la cojera que este padecía, y a raíz de un poema satírico, se extendió entre sus contrarios el sobrenombre de Patacoja. En el Viaje del Parnaso, Cervantes lo satiriza y asegura que, a la llamada de los buenos poetas, "mal podrá don Francisco de Quevedo venir", explicando que "tiene el paso corto y no llegará en un siglo entero". Plumas afiladas de tinta que también constataron la enemistad de Lope con Calderón de la Barca y de Góngora con Quevedo.

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