Un centenar de vecinos del bajo Albaicín, junto a varios miembros de asociaciones ciudadanas, se unieron ayer por la tarde para protestar ante el próximo desalojo de las ocho familias que viven en el inmueble de la calle Elvira, situado en los números 87 y 89, y para recoger firmas en su apoyo.
Ayer los inquilinos presentaron sus recursos en la Gerencia de Urbanismo después del mes de plazo que tenían tras la declaración de ruina económica del edificio, en el que algunos de ellos viven desde hace cuarenta años.
La mayor parte de los inquilinos son personas mayores, que viven de sus pensiones y tienen pocos recursos económicos. La media de edad está próxima a los sesenta años. Algunos incluso han nacido en esa casa y no cuentan con recursos para buscar un nuevo hogar. Son inquilinos de renta antigua, que en los años setenta pagaban 6.000 pesetas y actualmente abonan poco menos de 150 euros por el alquiler.
Varios años de dejadez
Los vecinos explican que la situación de tensión con el dueño del inmueble –del que este periódico intentó conocer su versión sin éxito– viene de atrás y que, en los últimos años, se ha agravado por su intención de convertir la casa en una corrala de apartamentos.
También denuncian presiones y la situación de dejadez del edificio en los últimos siete años, en el que no se ha hecho prácticamente ninguna reforma. «El dueño quitó las tejas, que eran antiguas, para ponerlas en su chalé y las cambió por placas de uralita», explican refiriéndose a uno de los pocos arreglos que se han hecho en casi diez años. Aún así, fue una reforma a medias: «Dejó parte del tejado sin arreglar, con agujeros, porque el piso de abajo estaba vacío, pero ahora por ahí se meten las palomas y es justo el piso que está al lado de mi casa», explica Avelino Andrés, uno de los inquilinos más jóvenes, que ha vivido desde que nació en ese edificio.
El inmueble tiene más de dos siglos de historia. Según cuentan los inquilinos, fue «cuartel de los franceses en la guerra» y conserva algunos pasillos subterráneos de esa época. Después pasó a ser utilizado como hospicio para niños abandonados por las monjas, de donde recibe el nombre de casa cuna, con el que se conoce popularmente.
De hecho, el sex shop Patxi –junto con el local Eshavira, los dos negocios afectados– conserva la cúpula de lo que anteriormente era la ermita y también el torno que usaban las monjas.
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