Viaja por el mundo —desde el 28 de enero al 11 de febrero está en Nueva York— una exposición sobre el mejor fotógrafo documental vivo, Robert Frank, nacido en Suiza en 1924 y estadounidense de adopción. Hace unos pocos meses cumplió 91 años y ha salido de su habitual recogimiento, casi un retiro público, aunque no laboral, porque no ha dejado de filmar y retratar, para llevar a medio centenar de departamentos universitarios, museos y otros espacios artísticos sin fines de lucro una antología, siempre de entrada gratuita por exigencia del autor, de toda su producción en los dos soportes que le importan: los libros y la película cinematográfica.

Robert Frank: Books and Films, 1947–2016 (Robert Frank: libros y películas, 1947-2016) no es una antología al uso. Podría ser una retrospectiva grandilocuente de casi siete décadas de trabajo y prodigios, pero ese no es el estilo del personaje, un hombre austero y sin vanidad que ha renegado con tajante modestia de la dudosa fama del aplauso colectivo y del mercado del arte. La exposición, concebida por él mismo y la editorial Steidl, es "volátil y humilde" y podría  entenderse, dios no lo quiera, como una despedida en vida de un artista fundamental y todavía necesario.

Las fotos que acompañan a la retrospectiva en cada una de las paradas están impresas en largas tiras de tres metros de papel de prensa. Son clavadas a la pared sin marco ni vanagloria alguna. Al acabar el bolo, el autor exige que las copias sean destruidas, entregadas al reciclaje de la pulpa de papel. Hace muchos años que Frank, como los santones budistas, dejó de creer en la permanencia.

En 1960, cuando era el más cotizado de los fotógrafos del mundo y podría haber tomado el camino fácil de repetirse hasta ser una leyenda, escribió: "Una decisión, meto la Leica en el armario. Basta de espiar, de cazar, de atrapar a veces la esencia de lo que es negro, de lo que es blanco, de saber dónde se encuentra el Buen Dios. Ahora me dedico a hacer películas, me dirijo a la gente a través de mi visor. No es fácil ni especialmente exitoso".

Ahora Frank desea mostrar al público joven lo que deja sobre la tierra: 28 libros, entre ellos Los Americanos, con imágenes tomadas entre 1954 y 1956, cuando el fotógrafo recorrió como un nómada el territorio de los EE UU en varias direcciones e hizo casi 30.000 fotos sobre la soledad, el silencio, la alienación y el amor, y 27 películas, todas ellas restauradas ahora para la ocasión. La exposición, que se estrenó en Halifax (Canadá), pasó por varias ciudades alemanas y ahora se detiene en la Tisch School of the Arts de Nueva York antes de seguir ruta hacia Suiza y Japón.

La muestra es "tan audaz, accesible y humilde como la obra de Frank" y ha sido diseñada para "permitir en particular a las generaciones más jóvenes conocer los libros y películas", dicen los organizadores. Pese a la edad, el autor asistió a la inauguración canadiense —vive desde hace décadas entre una antigua cabaña de pescadores de Nueva Escocia y un loft en el Village de Nueva York— y está prevista una charla con los espectadores de las proyecciones  neoyorquinas.

Retirado casi completamente de las fotos, o al menos de sus cualidades descriptivas, desde los años 60, cuando empezó a interesarse por el cine, el veterano y radical artista, rodó en 1972 durante una gira de los Rolling Stones el documental Cocksucker Blues (El blues de la felación), que fue estrenado en 1975 y proyectado sólo una docena de veces antes de que Mick Jagger y Keith Richards prohibiesen la exhibición por la imagen de brutal amoralidad que se desprende de sus personajes en el film.

Frank colaboró con el grupo en la construcción del espeso ambiente urbano del disco Exile On Main St. (1972). Las escenas callejeras que grabó con un tomavistas de película súper 8 del grupo en Nueva York siguen conservando una fuerza avasalladora.

Con varias tragedias a sus espaldas —las muertes de sus hijos Andrea y Pablo, la primera en un accidente de aviación y el segundo en un hospital psiquiátrico—, Frank habla de sus películas con gran cariño. "Son los mapas de mis viajes por esta vida", dice de ellas.

Casi siempre grabadas en formatos no profesionales, en la filmografía del autor abundan los trabajos introspectivos y radicales, pero hay algunos que, sin perder valentía, dejan en entredicho a todos los realizadores de videoclips y sus patrañas efectistas. Un buen ejemplo es el bellísimo, tenso y emotivo corto que hizo Frank para Patti Smith en 1996 sobre la canción Summer Cannibals.

El catálogo de Robert Frank: Books and Films, 1947–2016, diseñado por Alex Rühle, se ha producido en cooperación con el Süddeutsche Zeitung, un diario alemán leído por 1,43 millones de personas al día. En formato de periódico y utilizando la maqueta como plantilla, el catálogo tiene varias dobles páginas que se despliegan como carteles. Gracias a la colaboración económica del diario, el precio de venta del libro es de solamente 10 euros.