Primark: mes y medio de furor, atascos, colas...y más colas

  • Competidores y vecinos han tenido que adaptarse a las aglomeraciones que hay de lunes a domingo en una de las arterias principales de Madrid.
  • Primark abrió sus puertas el pasado 15 de octubre en el número 32 de Gran Vía.
  • Equivocaciones, sorpresas, quejas y crispación hacen de la espera una batalla.
  • Los comercios situados en otras zonas padecen las consecuencias negativas.
La inauguración de una nueva tienda en la Gran Vía de Madrid ha provocado que se formaran largas colas en las que cientos de personas han debido esperar varios horas para poder acceder al establecimiento.
La inauguración de una nueva tienda en la Gran Vía de Madrid ha provocado que se formaran largas colas en las que cientos de personas han debido esperar varios horas para poder acceder al establecimiento.
Paco Campos / EFE
La inauguración de una nueva tienda en la Gran Vía de Madrid ha provocado que se formaran largas colas en las que cientos de personas han debido esperar varios horas para poder acceder al establecimiento.

La Gran Vía madrileña lleva sufriendo durante poco más de un mes —desde el 15 de octubre— las consecuencias de la apertura más lujosa de Primark. Atascos en las aceras, colapso de los viandantes, largas colas para entrar en la tienda e, incluso, vigilancia policial intensiva, están siendo habituales cada jornada desde primera hora de la mañana.

Es una de las arterias principales de la ciudad y siempre ha sido una de las calles más concurridas, pero actualmente el tumulto no se agrupa en las terrazas sino en la entrada del número 32 del edificio vecino de firmas como H&M, Mango o Lefties (Inditex).

Desde las 10.00 hasta las 22.00 horas abre sus instalaciones todos los días. Por la mañana, antes de que suceda y sin importar el día de la semana —incluidos los domingos y festivos— la gente se agolpa en la acera para poder ser los primeros en entrar y disfrutar de las primeras compras del día con el menor agobio posible.

"Es un fenómeno social"

Los trabajadores del negocio irlandés definen la situación como "un fenómeno social". Madrugones y prisas solo para poder recorrer con tranquilidad sus cinco plantas.

Llegan las 12.00 y... "Ya no hay quien entre" dicen en la puerta, quejándose de tener que esperar y "coger ticket como si estuviera en la pescadería" para poder acceder al interior del edificio.

Y es que, a pesar de haber pasado un mes desde su apertura, la expectación del primer día no se ha disipado. "Así llevamos desde que abrimos. Es cierto que algunos días entre semana y dependiendo de la hora hay menos gente, pero en momentos puntuales, las colas siguen siendo enormes, de hasta 30 minutos", expone uno de los cajeros de la superficie.

Los organizadores de la fila animan a los clientes a entrar diciendo: "Sólo son cinco minutos, va rápido" pero este hecho, evidentemente beneficioso para los balances de los comercios, no deja indiferentes a algunos ciudadanos que, tras ver el colapso, prefieren dirigirse a otras zonas de la ciudad menos concurridas para hacer sus compras o volver en otro momento.

Carretas, Princesa o Serrano... son las opciones más barajadas a pesar de ser las que más han sufrido las consecuencias negativas de que la gran apertura. Menos gente en la zona, menos ventas y menos trabajo. Todo disminuye. "Es sorprendente entrar en tiendas de Gran Vía un fin de semana y verlas abarrotadas, sin embargo, vienes aquí el mismo día y a la misma hora y no hay nadie", declara una de las encargadas de un comercio de la calle Princesa.

"El colapso es positivo, pero la organización es pésima"

En los comercios adosados, el efecto de esta súper apertura también se está dejando notar. Más contrataciones, horas extra de los empleados y "un aumento de hasta el 40 por ciento en las ventas" son algunas de las consecuencias positivas de las jornadas. Que haya mucha gente por la calle está repercutiendo de manera positiva en los comercios pero la "mala organización y control de la gente que hace cola" y tapona las puertas del resto de tiendas se lleva todas las críticas.

"Los dos primeros fines de semana fueron un infierno. Hacían ir a la gente a por el ticket a la Plaza de la Luna y volver, por lo que tenían que hacer dos colas —una para ir a por el papel y otra para volver y entrar— que cruzaban por delante de la puerta de Mango y Lefties y colapsaban la entrada. No dejaban pasar ni a compradores ni a trabajadores", explica una de las que controla la seguridad de una de las tiendas contiguas. "La organización era y sigue siendo pésima los días de más gente, tenemos mucho agobio a pesar de que el colapso sea positivo para las ventas", añade otra de sus compañeras.

La aglomeración en las puertas de entrada y salida se une a los agobios en los pasillos de los comercios y a los cambios en los horarios de los empleados que han tenido que adaptarse a los que trajo consigo el gigante irlandés. "Lo peor es que antes cerrábamos a las 21.00 horas y ahora una hora más tarde" manifiesta una dependienta de Mango. Lo mismo les pasa a otras tiendas como Lefties, que antes abría a las 12.00 los domingos y cerraba a las 21.00 horas y ahora tiene el mismo horario que Primark todos los días.

"¿Dónde está Primark?", "¿Cómo se sube a la planta de arriba?", "¡Ah! ¿Esto no es Primark?" o la sorpresa de turistas y desinformados: "¿Por qué está toda esta gente esperando?" son algunas de las cuestiones que los dependientes de las otras tiendas tienen que solventar a los compradores con la mayor de sus sonrisas.

Además, las equivocaciones, sorpresas, quejas y crispación hacen de la espera toda una batalla y de la Gran Vía un lugar tremendamente agitado. "El sábado pasado sentía que me mareaba de la cantidad de gente que había. Fue horrible", declara una ciudadana que simplemente quería darse un paseo por el centro.

"Salimos de casa y no se puede caminar"

Mientras tanto, en las inmediaciones de la acera par de la Gran Vía —desde Callao hasta Fuencarral—, el mogollón genera quejas en los vecinos de la zona. "Que abran una tienda es bueno porque ofrecen trabajo, pero hay demasiada gente. Salimos de casa y no se puede caminar", afirman dos señores residentes en la calle paralela.

La mayor tienda por los metros cuadrados del edificio, cuyo dueño actual es Amancio Ortega, es además destino para excursionistas como si fuera un enclave turístico más de la capital, situación que hace que el alboroto sea mayor.

Gente en la calle. Gente en los portales descansando del peso de sus bolsas de papel. Gente apoyada en las barandillas que separan la carretera de la acera. Gente en los bancos. Gente por todos los lados. Quien se sienta solo en Gran Vía desde hace un mes es que no mira a su alrededor.

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