El pintor octogenario Alex Katz trae a Bilbao 35 cuadros sobre el 'flash explosivo' de la percepción

  • El Guggenheim expone 'Aquí y ahora', la mayor antología en España de un pintor fundamental que permaneció ignorado por la crítica durante décadas.
  • Acusado de frívolo por su ligereza formal, el artista, que tiene 88 años, ha conquistado al mundo con una figuración limpia y desprovista de esnobismo.
  • La exposición pone de relieve el papel fundamental y a menudo ignorado del paisaje en la obra de Katz, un buscador de la esencia de lo sublime del momento.
La esposa de Alex Katz, Ada, ocupa la parte central de este lienzo invernal
La esposa de Alex Katz, Ada, ocupa la parte central de este lienzo invernal
Colección particular, Londres © VEGAP, Bilbao, 2015
La esposa de Alex Katz, Ada, ocupa la parte central de este lienzo invernal

Con el pintor estadounidense Alex Katz, nacido en Nueva York en 1927, se han roto dos pautas y se ha confirmado una tercera. Las dos primeras son la que sostiene que un artista sólo es reconocido tras la muerte, y la segunda, su envés, aquella que afirma que el mundo de la creación plástica contemporánea está en manos de una dictadura del acné juvenil. La tercera, acaso la única que nos importa a quienes admiramos a este tipo humilde que saca cero en la asignatura de esnobismo, es que la pintura termina por no necesitar otra cosa que ser buena y expresar sinceridad emotiva para encontrar la admiración pública.

"Por fin se están poniendo al día conmigo. No sé por qué les ha costado tantos años", afirmaba Katz con su perenne buen humor en una entrevista en 2014 en El País. En activo desde los años cincuenta y, lo que es más trascendente, sin dejarse llevar por quienes le despreciaban por su normalidad y le acusaban de banal por no caer en el reduccionismo de las escuelas y los estilos o la grosería cambiante de la moda, Katz es cada día más apreciado en todo el mundo.

Ninguneado y mangoneado

Una exposición en el Guggenheim de Bilbao, la mayor antología celebrada en España del maestro de la figuración limpia, como han llamado a su estilo, basado en la cercanía y la esencia sublime del momento, permite acercarse a una obra asombrosa de un artista que se ha salido con la suya tras ser ninguneado e incluso mangoneado —sería revelador haber preguntado a Andy Warhol de dónde sacó las ideas para las serigrafías planas que le convirtieron en ídolo y multimillonario—, se ha salido con la suya.

Alex Katz. Aquí y ahora, hasta el 7 de febrero en la pinacoteca de la ciudad vasca, muestra 35 obras que, siendo reduccionistas, podríamos calificar como flashes de percepción sobre, como dicen los organizadores, "lo sublime del momento". Basada en paisajes, una temática no demasiado conocida de Katz frente a la espectacularidad de sus escenas hedonistas de matiz pop con ecos de Hopper y Manet o los más recientes retratos negros que exploran el espacio negativo, la exposición reúne monumentales paisajes realizados desde la contemplación que buscan el dialogo entre percepción y conciencia.

'Todas las cosas rápidas que suceden'

En Atardecer y Crepúsculo, por ejemplo, Katz trata de condensar, en el primer caso, el calor de una tarde de finales de verano, delineando la silueta de las ramas de unos esbeltos pinos sobre un cielo rojo profundo, mientras que en el segundo lienzo la luz de la luna, plateada y evanescente, se perfila atravesando una hilera de árboles al anochecer. Ambos son ejemplos de cómo el artista, tal como ha afirmado en más de una ocasión, desea capturar "todas las cosas rápidas que suceden" mediante superficies planas de las que elimina la profundidad y líneas descriptivas y limpias.

En 3 de enero, donde Ada, la esposa del artista, aparece en el centro de la composición, sale a la luz otra de las constantes de Katz: el paisaje de Nueva York pintado en exteriores durante las cuatro estaciones del año. El cuadro, pintado en tres secciones, acoge la figura humana de brillante sombrero y color de labios que rompe la temporalidad del tríptico entre dos escenas invernales del City Hall Park de la ciudad, en un montaje que parece propio del jump cut de una película.

'Antes de que la imagen se enfoque'

Más que representar imágenes de una manera fiel, a Katz le interesa capturar el instante de la percepción, al que suele referirse como un "flash explosivo" que ocurre "antes de que la imagen se enfoque" del todo. En la pintura 10:30 am, por ejemplo, transforma la observación de una hilera de abedules, animada mediante leves toques de luz, en una experiencia épica y envolvente.

Podría parecer que se trata de pinturas instantáneas, simples golpes perceptivo, pero la realidad es la contraria: la simplicidad formal del artista es precisa, deliberada, refinada, abreviada, condensada y calibrada durante meses. Katz afirma que sólo empezó a pintar bien y a disfrutar haciéndolo cuando se percató de que no era necesario "pintar deprisa, sino más lento que tus pensamientos". Se trata de óleos del "tiempo presente", pero culminados con sucesivas reinterpretaciones en el taller.

Veinte años pintando el mismo 'arroyo negro'

Esta regulación obsesiva de la mirada ha llevado al pintor a regresar durante los últimos veinte veranos a Maine para pintar visiones de un pequeño arroyo cercano a la casa donde reside en vacaciones. Las obras de la serie Arroyo negro varían en escala —van desde lo pequeño e íntimo hasta lo monumental y envolvente— y tienen una ambigüedad espacial —el cauce cabeza abajo o visto como un negativo fotográfico, por ejemplo— que las hace únicas en el cuerpo de trabajo del autor.

En la muestra del Guggenheim hay también pinturas de flores de volúmenes superpuestos que Katz interpreta como una una danza que, dicen desde el museo, "invita al observador a acompasarse" según su estado y se exhibe el vídeo 5 horas, filmado y dirigido por el hijo del artista, el poeta y crítico de arte Vincent Katz, y por la esposa de éste, la fotógrafa y cineasta Vivien Bittencourt.

El documental muestra el proceso de creación del cuadro 3 de enero y permite comprobar el dinamismo del artista, que comienza el trabajo sobre un lienzo al que previamente se ha transferido un dibujo a escala completa —una técnica que se desarrolló durante el Renacimiento italiano—. Sobre esta superficie, Katz pinta y fija con rapidez la composición final, que le consume apenas 5 horas.

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