Viaje a la 'profunda melancolía' que tiñó a España de desencanto durante la Edad de Oro

  • Una muestra en el Museo Nacional de Escultura ahonda por primera vez en la tristeza que prendó en la sociedad y la cultura españolas en los siglos XVI y XVII.
  • Más de 70 obras de arte, medicina, filosofía, astronomía, música y literatura componen una polifonía en torno al sentimiento melancólico y la 'noche oscura'.
  • La cúspide del poder colonial coincidió con una crisis metafísica, la representación de un mundo grotesco y la 'conmemoración desesperada de la muerte'.
El San Jerónimo de Ribera es un óleo sobre la muerte y la culpa
El San Jerónimo de Ribera es un óleo sobre la muerte y la culpa
Museo Thyssen-Bornemisza, Madrid
El San Jerónimo de Ribera es un óleo sobre la muerte y la culpa

En el momento histórico en que España era el imperio más poderoso sobre la Tierra, con posesiones en los cinco continentes, una nube negra sombreaba el ánimo social y cultural de los amplios dominios de Felipe II (1527-1598), un emperador cuyo título casi inacabable —rey de España, Portugal, Nápoles, Sicilia, Cerdeña, duque de Milán, soberano de los Países Bajos y duque de Borgoña, rey de Inglaterra e Irlanda iure uxoris— y apodo benévolo —el Prudente— eran solamente un aparatoso disfraz para un ser humano triste, depresivo y sombrío.

Las mismas afecciones del monarca, solitario y tímido —una semblanza de 1577 contiene una descripción que podría ser freudiana: "se levanta muy temprano y trabaja o escribe hasta el mediodía. Come entonces, siempre a la misma hora y casi siempre de la misma calidad y la misma cantidad de platos. Bebe en un vaso de cristal de tamaño mediocre y lo vacía dos veces y media"—, se extendían por sus dominios. La Edad de Oro española de los siglos XVI y XVII fue en realidad una tiempo de "profunda melancolía" dedicado a la "conmemoración desesperada de la muerte".

'Desgarro nacional'

La sugerente y original exposición Tiempos de melancolía. Creación y desengaño en la España del Siglo de Oro —en el Museo Nacional de Escultura de Valladolid hasta el 12 de octubre— es una suerte de exorcismo que revela la tristeza que prendó en la sociedad y la cultura españolas durante varias décadas de ambas centurias. La muestra, patrocinada por la Obra Social la Caixa, es un "ejercicio de recuperación" de un "eslabón olvidado, evanescente y mal conocido" del Siglo de Oro, dicen con certera exactitud los organizadores, conscientes de que el "desgarro nacional" de aquellos tiempos no ha sido demasiado estudiado.

Setenta obras de "excepcional belleza y originalidad" construyen en el museo vallisoletano un "breve y provisional museo imaginario de la melancolía hispana". Dominan las piezas relacionadas con el arte, pero también están presentes otras disciplinas —medicina, filosofía, astronomía, música, botánica y literatura— que tampoco lograron salvarse de la sensación general de que la "noche obscura" de los místicos era general y tocaba todas las notas de la "polifonía" social, añaden.

Durero, Rubens, El Greco, Murillo...

Grabados de Durero, lienzos de Rubens, El Greco, Murillo o Pereda, instrumentos musicales, tratados y reproducciones, además de objetos vinculados a la faceta más enfermiza de la melancolía, permiten un recorrido que comienza con la concepción de la tristeza como "fábula cultural", lo que permite acercarse a la génesis de este temperamento, "uno de los hitos de la cultura europea de mayor pervivencia", según la directora del museo y coordinadora de la muestra María Bolaños.

Con el objetivo de desenmascarar la "falsedad histórica" de la bilis negra, que no existe pese a que los griegos sometían a tratamiento los presuntos desequilibrios causados por un "efluvio oscuro" —produciría trastornos del ánimo y físicos, entre ellos "un silbido en el oído izquierdo, turbiedad de la sangre, insomnio, epilepsia, delirios extravagantes, abatimiento y obsesión por la muerte"—, la exposición se detiene en esta creencia todavía vigente durante el reinado de Felipe II, cuando era avalada, según criterios ampliados durante el Renacimiento, como una enfermedad con síntomas como "la tristeza, el temor a los dioses o la propensión a la soledad y el suicidio".

Los artistas 'aprendían a ser melancólicos'

Pese a no ser médicamente exacto, el juicio clínico de la época apuntaba que los grandes hombres y los genios eran propensos a la melancolía, de manera que en el Renacimiento los artistas aprendían a "ser melancólicos para serlo de verdad" y a mediados del siglo XVII el cosmógrafo de Felipe II escribió un libro educativo para la familia real sobre la bilis negra, uno de los cuatro humores, dominado por el otoño, el bazo, el planeta Saturno y el elemento de la tierra.

El grabado de Durero Melancolía I, que constituye un hito en la historia del arte al presentar por primera vez lo que hoy conoceríamos como depresión, se acompaña de óleos como Saturno devorando a un hijo, de Rubens, que tiene como protagonista al dios que ampara a los melancólicos y al al "astro de la lentitud", el más alto del firmamento el que induce las mentes de las ideas "más elevadas y sublimes" pero lleva aparejado el abatimiento.

El mundo, una 'avenida de maldades'

Tiempos de melancolía dedica una sección a los "grandes singulares" de la cultura española: Cervantes, representado por la segunda parte del Quijote, donde el protagonista es presentado como un personaje abatido; los sueños tenebrosos de Quevedo, y Velázquez, cuyo autorretrato, se sumará a la exposición en la última semana de julio; y otra al "signo del desengaño", basada en la terrible situación social y económica del país, que sufría una quiebra económica, pestes, hambrunas y derrotas militares que extendían un "sentimiento de desengaño, decepción e incertidumbre" y empujaban a autores como Suárez de Figueroa a referirse al mundo como una "avenida de maldades".

La vertiente más cristiana del tema aparece con la figura de Cristo, considerado "el primer gran melancólico" y convertido en el Siglo de Oro en efigie de la tristeza universal. Los artistas lo representan de una forma no tradicional, despojado de heridas, coronas de espinas y clavos, para mostrarle "abatido, solo y abandonado". Es "el hombre que lleva la carga del mundo" y, por tanto, está enfermo de una melancolía que, sobre todo en los monasterios españoles, se ha "cristianizado".

El sentido de culpa aparece en obras como Las Lágrimas de San Pedro, de Murillo, o la Alegoría de la Orden de los Camaldulenses del Greco. La muestra culmina, como no podía ser de otro modo, con un último episodio, Nada, dedicado a la muerte. La alegoría de la fugacidad del tiempo y la vida aparecen en naturalezas muertas, una espectacular vanitas de Pereda y cráneos.

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