La consolidación de Metrorock

  • My Chemical Romance y Bad Religion triunfan en la octava edición del festival madrileño.
  • La cita congregó a 20.000 personas.
  • Lo mejor: correcta organización, buen sonido y gran ambiente.
  • Lo peor: intenso calor durante las primeras horas, terminó muy pronto y tocaron menos grupos por durar sólo un día.
Grag Graffin, cantante de Bad Religion.
Grag Graffin, cantante de Bad Religion.
EFE
Grag Graffin, cantante de Bad Religion.

La última edición de Metrorock ha estado marcada por el cambio. El festival madrileño ha pasado de celebrarse durante dos días a una sola jornada, con todo lo que eso conlleva: un número muy inferior de artistas y, por tanto, una menor variedad de propuestas y estilos.

Sin embargo, esta reducción de cartel no ha servido para desanimar al entusiasta público, que acudió en masa a comprar las entradas al mismo (y aún asequible) precio que en ediciones anteriores. 20.000 personas acudieron a la cita para disfrutar de casi doce horas de música.

Lo acertado de la fecha de su celebración -que coincide con la llegada del verano y el final de los exámenes- y lo idóneo de su emplazamiento siguen siendo las mayores bazas de un evento que se ha consolidado entre la creciente oferta de festivales de nuestro país.

Los veteranos Bad Religion y los jóvenes, aunque sobradamente experimentados My Chemical Romance se perfilaban como los más potentes atractivos de la jornada. Por otra parte, la organización había apostado este año por una mayor presencia de bandas nacionales, con un protagonismo especial de la fusión y las propuestas más festivas, distanciándose de la mayor experimentación de anteriores ediciones.

Para Bad Religion, el de la capital española era su único concierto en toda Europa, lo que añadía mayor interés a una actuación ya de por sí esperada por sus numerosos seguidores. En el caso de My Chemical Romance, llegaba el momento de certificar su buen momento de forma y éxito sobre el siempre difícil escenario de un festival.

Pero vayamos por partes. El intenso calor marcó las primeras horas del festival. A pesar de la abundancia de sombra, se hace duro disfrutar de un concierto bajo un sol de justicia. Pese a ello, los más osados disfrutaron con el potente dancehall de Swanboy, el casio punk de los catalanes Mendetz o el rock sin concesiones de Savia.

La apabullante mezcla de hardcore y trance de los londinenses Enter Shikari (uno de los gruos con más proyección del panorama actual) y la animada puesta en escena de los madrileños Canteca de Macao (que llevaron al escenario su habitual espectáculo de malabares) sirvieron para ir entrando en materia de cara a los platos fuertes del día.

Los canadienses Billy Talent sufrieron algunos problemas de sonido al inicio de su actuación, pero supieron salir del paso con una sonrisa para ofrecer un concierto que fue de menos a más.

La Excepción volvió a demostrar su buen hacer a la hora de mover al público con su hip hop aflamencado sin pelos en la lengua. Langui y el Gitano Antón se mueven como pez en el agua ante cualquier tipo de público, y volvieron a mostrar su excelente estado de forma.

Muchachito Bombo Infierno es ya un habitual del festival. Su concierto alternó los temas de su nuevo disco, Visto lo visto, con los éxitos más celebrados de su debut, Vamos que nos vamos. Toda una fiesta de mestizaje y ritmos bailables guiada por un carismático maestro de ceremonias, el propio Muchachito, siempre arropado por una banda de experimentados músicos. La paleta del artista Santos de Veracruz, que plasma en el lienzo el desarrollo de todos y cada uno de los conciertos del catalán, volvió a añadir un plus de originalidad al set.

Los Delinqüentes tampoco decepcionaron a sus seguidores. Su flamenco canalla desató el delirio en el escenario Parque, abarrotado para presenciar un concierto marcado, como la mayoría, por un sonido más que aceptable. Los temas de la banda andaluza, concebidos para ejecutarse y ser disfrutados en directo, encandilaron a un público predispuesto para la diversión.

La hora de los grandes

Bien entrada la noche la temperatura era perfecta. My Chemical Romance no acusaron la presión de ser uno de los principales reclamos del festival. Su perfecta ejecución, sonido y presencia sobre el escenario sorpendieron a más de uno, y sirvieron para certificar su arrollador éxito planetario, que no para de crecer con cada nuevo disco y gira.

El engranaje sonoro liderado por el vocalista Gerard Way, convertido en ídolo juvenil en EE UU y Gran Bretaña, se plasmó en un repertorio equilibrado y consistente, centrado en las canciones de su último trabajo, The Black Parade, aunque sin desdeñar guiños a sus discos anteriores.

El caso de Bad Religion es bien distinto. A estas alturas, poco le queda por demostrar a los californianos, inventores del llamado punk melódico.

A punto de cumplir 20 años de vida como banda, Greg Graffin y compañía apostaron por lo seguro y centraron su actuación en sus numerosos éxitos, coreados por unos fans a los que poco les queda ya de adolescentes. "Do what you want", "Suffer", "Generator", "21 first century digital boy"... El repertorio es extenso y fue ejecutado con pasión, a pesar de que los años no pasan en balde.

La mayor pega de la actuación de Bad Religion fue el sonido, claramente más pobre que el de My Chemical Romance, aunque sin llegar a entorpecer una actuación vibrante y sin apenas respiro.

Un cierre de lujo

Tras ellos, llegó el turno de los catalanes The Pinker Tones, encargados de poner la guinda final al pastel antes incluso de la hora asignada por la organización.

Ataviados con sus características gafas de sol y sus americanas a juego, optaron por un Dj set manifiestamente ecléctico, en el que tuvieron hueco estilos tan dispares como el rock, el house, el funk y el soul. En sus manos, Bob Marley parece casar a la perfección con el garage de los suecos The Hives, el dance de Fatboy Slim se da la mano con el rap de Beastie Boys, y el tecno de los franceses Daft Punk se entiende a la mil maravillas con el rock duro de Led Zeppelin. Todo ello, intercalado con los temas de su sobresaliente Million colour revolution, sirvió para cerrar la fiesta a lo grande.

En contraste con otras ediciones, no hubo fiesta electrónica a orillas del lago hasta altas horas de la madrugada. Tras la actuación de The Pinker Tones, el público abandonó el recinto, no sin antes concentrarse en torno a una pequeña caseta donde la música sonó durante unos minutos más.

Metrorock se ha hecho mayor. Lejos queda aquel festival itinerante que tomaba durante varios días las estaciones del suburbano. Hoy el festival se ha consolidado, y sigue ofreciendo a los asistentes una buena organización, un precio competitivo, puntuales conciertos y un recinto envidiable. Pese a ello, aspectos como la reducción a un solo día, la no inclusión de Djs tras los conciertos y un cartel algo más flojo que en años anteriores han ensombrecido ligeramente esta última edición.

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