Curiosa historia: Cuando los reyes iban a la guerra

Muerte del coronel Maleville en la batalla de Solferino, de Jean-Adolphe Beaucé, de 1872.
Muerte del coronel Maleville en la batalla de Solferino, de Jean-Adolphe Beaucé, de 1872.
ARCHIVO
Muerte del coronel Maleville en la batalla de Solferino, de Jean-Adolphe Beaucé, de 1872.

El 23 de junio de 1859, al alba, el emperador Francisco José de Austria-Hungría ordenó a su Ejército, de 130.000 hombres, detener su retirada del territorio ocupado en Italia, junto al río Chiese, al sur del lago Garda, entre Milán y Verona, para contraatacar a sus adversarios. Enfrente tenía otro poderoso Ejército –140.000 hombres– formado por la alianza de Francia y el reino del Piamonte-Cerdeña. Los reyes de ambas naciones –Napoleón III y Víctor Manuel II– se encontraban, como Francisco José, en el terreno, al mando de sus respectivas fuerzas. Napoleón ordenó a sus tropas avanzar contra el flanco izquierdo de los austriacos, mientras que Víctor Manuel se enfrentaba al ala derecha. El choque entre dos ejércitos tan grandes desplegados a lo largo del río creó un frente de una decena de kilómetros, que incluía varios pueblos. El de Solferino terminó dando nombre a la batalla.

La lucha continuó durante 15 horas, hasta la retirada de los austriacos. En el campo de batalla quedaron, al final, más de 40.000 cuerpos, entre muertos –alrededor de 6.000 entre ambos bandos– y heridos. Los pueblos de los alrededores pronto se vieron invadidos de dolor, lamentos y sangre. Pero las fuerzas franco-sardas, triunfadoras sobre el terreno, no tenían sino un pequeño servicio médico prácticamente sin organización especializada. Muchos de los heridos de ambos bandos murieron durante los tres días siguientes al final de la batalla por simples heridas, debido a una cruel falta de cuidados e, incluso, de conocimientos.

La batalla de Solferino fue importante y merece ser recordada por varias razones. Tres, exactamente. La primera, por ser decisiva en la Guerra de la Independencia de Italia, entonces dividida entre Francia, Austria, España y algunos estados italianos independientes. Solo dos años después de esta batalla, Italia se unificaba –bajo la forma de reino– con Víctor Manuel II de Saboya a la cabeza. La segunda razón por la que merece ser recordada es que Solferino fue la última batalla en el mundo occidental en la que los propios reyes se atrevieron a ponerse al frente de sus ejércitos sobre el terreno de combate. Nunca más ha sucedido, al menos hasta hoy. La tercera razón para su memoria es más colateral, pero su efecto la hace realmente universal. Merece la pena extenderse un poco en ella.

Apenas unos días antes de esta carnicería patriótica, un hombre de negocios suizo, Henry Dunant, había llegado a la zona a cerrar algunos acuerdos. El día de la contienda permaneció en su hotel, pero al día siguiente no pudo resistirse a visitar el campo de batalla. Lo que allí vio y sintió cambió para siempre el curso de las guerras y los enfrentamientos humanos, porque conmovido por la tragedia de los heridos, no solo se entregó a organizar, en los días siguientes, toda la ayuda médica que pudo conseguir, sino que, en 1862, publicó un relato de lo que había vivido, Recuerdo de Solferino, en el que proponía la creación de sociedades nacionales de socorro, con voluntarios capacitados para proporcionar ayuda neutral e imparcial a los soldados heridos en tiempos de guerra. Escribió: "¡Oh, lo valioso que hubiera sido [...] haber tenido un centenar de experimentados y cualificados enfermeros voluntarios y enfermeras!". Copias enviadas a personas importantes de toda Europa dieron como fruto, unos años después, la creación de Cruz Roja Internacional, y algo más adelante, la Convención de Ginebra.

Protagonistas Henry Dunant (1828 - 1910)

Hombre de negocios y activista humanitario, compartió el primer Premio Nobel de la Paz en 1901. Su Recuerdo de Solferino impulsó la fundación de Cruz Roja y algunos de sus postulados pacifistas sirvieron para que, en 1864, se redactara la Convención de Ginebra.

Mostrar comentarios

Códigos Descuento