Cuando en España dejamos de ser 'differents'

La entrada del euro en 2002 supuso un encarecimiento de la vida para los españoles.
La entrada del euro en 2002 supuso un encarecimiento de la vida para los españoles.
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La entrada del euro en 2002 supuso un encarecimiento de la vida para los españoles.

España siempre se enfrenta a su destino, al golpe, al exceso, a la fiesta, a las burbujas, al caos, y a la repetición de un ciclo. Es de los pocos países capaces de ostentar el noveno puesto de la economía mundial a principios de siglo, para 15 años después estar sumergida en una profunda crisis, pasando al puesto 14. Un gran viraje, la crónica de un hundimiento, de la que quizás, y solo quizás –recordemos que estamos en año electoral–, estemos cerca de pasar página.

Seguimos siendo una de las principales economías del mundo, y también una de las más desiguales. En estos últimos meses hemos marcado un récord de exportaciones (23.218 millones) y el crecimiento, dicen, rondará el 2,8%. Sin embargo, esta es la crónica de la cara y la cruz. Hitos contra hitos. España contra España...

Han sido años que si los comprimimos causan infarto. De un modo gradual, casi sin darnos cuenta, hemos pasado de un mundo a otro, de una España marcada por "su identidad diferencial", como señala el sociólogo de la Universidad Complutense, Manuel Espinel, a una realidad que rompe "con nuestra excepcionalidad, ingresándonos plenamente en Europa, sufriendo atentados de corte transnacional como en otros países".

Somos otros. Somos distintos, aunque pivotemos en los mismos elementos estructurales de aquel Spain is different: el turismo sigue siendo la piedra filosofal, más de una década después, alcanzando cifras de récord en los últimos años (en 2014 recibimos 65 millones de visitantes) y somos el tercer lugar más visitado del mundo. El paro sigue siendo nuestro principal problema, la espina clavada en el costado que nos desangra.

Auge de las tecnologías

Dos años, 2008 y 2009, marcaron nuestra historia reciente, con el PIB cayendo al 3,6%, arrastrado por una crisis global, con términos que parecían obuses lanzados desde el exterior contra nuestros hogares: prima de riesgo, déficit, deuda, activos tóxicos, recortes... Pasamos de un superávit que sobrepasaba el 2% del PIB a un deuda que muchos consideran impagable. ¡Cruz!

Pero en 15 años nos abrimos al mundo. Abrazamos las nuevas tecnologías por encima de la media europea. Hubo un auge de las tecnologías de la información que afectó a nuestra reduccionista "españolidad", según el profesor Espinel. Entendimos, por fin, que debíamos aprender idiomas.

Recibimos, además, mucha inmigración, los colores de las calles cambiaron. "Incluso elementos que tenían connotaciones muy tradicionales, como los bares, ahora son regentados por personas de fuera", apunta Espinel. Fuimos por primera vez un país receptor, aumentando incluso la percepción del problema en las encuestas del CIS.

En la época de bonanza pocos países fueron tan solicitados como destino de los flujos migratorios, solo por detrás de EE UU, según la Fundación Alternativas.Una necesidad del crecimiento. Actualmente, sin embargo, el proceso parece inverso: la Península envejece, nuestro saldo migratorio es negativo, más viejos y menos jóvenes, y muchos de ellos han sido lanzados a Alemania, el Reino Unido.... Solo el 5% consideraron la inmigración un problema en 2014. Otro hito enfrentado a su antagónico. De crecer a decrecer. La población total se ha reducido. En 2014 disminuimos hasta 46.507.706 personas.

Desde 2012 al curva es descendente, lejos de la escalada meteórica iniciada en 2001, cuando la población rondaba los 40 millones, según el INE. Un problema que puede afectar en el futuro a los servicios públicos en un país en el que hemos visto adelgazar el poco musculoso estado del bienestar, y que será uno de los retos del futuro. El siglo se inició con temores nuevos, vacas locas, efectos 2000 que iban a generar el colapso de internet, Torres Gemelas...

En 15 años aprendimos otros nuevos. Las vacas se convirtieron en ébola. Hubo guerras impopulares como la de Irak, y ETA siguió matando hasta verla casi desaparecer. También lo hicieron los yihadistas de aquel 11-M que golpeó unas elecciones. La burbuja inmobiliaria que había sido el motor de la economía junto al sector servicios, explotó. Crisis, crisis, crisis. Mantra y elegía.

Durante este tiempo hemos construido como nadie. Fueron años de obras faraónicas y aeropuertos virales. En 15 años conseguimos tener más líneas de AVE que cualquier otro país, solo China nos supera. Tenemos 2.515 kilómetros en servicio. "Fueron los años en que se dejó de estudiar para ir a la construcción, en que se propició cierta temporalidad en el mercado laboral", dice Espinel. Y seguimos ganando copas de fútbol. ¡Gol!

Entramos en la Europa del euro con una enorme sonrisa, un nuevo estatus, la vida se encareció, pero la confianza en la economía aún era palpable, para años después empezar a mirar a esa Europa con desconfianza. Comprendimos por qué a ese síndrome se le llama de Estocolmo, o incluso de Bruselas. Y este dilema nació en el hecho de que por primera vez nos sentíamos plenamente europeos. "Aquella África que empezaba en los Pirineos dejó de existir", dice Espinel.

Golpes en poco tiempo, de nuevos ricos, miembros de las grandes ligas, a amenazados por los hombres de la Troika; de orgullosos habitantes con segunda vivienda propiciada por el crédito fácil, a ver cómo crecían los bancos de alimentos y los desahucios. Las instituciones se tambalearon, surgió el 15-M que ocupó las plazas, la percepción de la corrupción aumentó. Incluso cambiamos de rey, y hubo un vuelco en las elecciones autonómicas y municipales de 2015. España ha vivido en estos años lo que los sociólogos llaman un "proceso de aceleración histórica".

El sector privado creció y con él vinieron otros cambios.El microempresario se abrió al mundo. "Al ser una economía principalmente de servicios, las nuevas tecnologías se fueron implementando a través de estos pequeños empresarios, y acabó contaminando a las familias", explica Espinel. "Volatilidad" es una nueva palabra que hemos aprendido. "¿Dónde estará España la próxima década?", se pregunta Espinel. Seremos distintos. Habrá hitos y contrahitos, siempre enfrentados al destino.

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