José Bonales, pescadero de 46 años, y Joaquín Nieves, frutero de 60, llevan tres meses resistiendo el acorralamiento al que les han sometido las obras de reforma del histórico Mercado de San Miguel (cerca de la Plaza Mayor).

"Esto es un acoso en toda regla", asegura Joaquín, muy enfadado. Cuatro tabiques les han dejado con una única salida a la calle: apenas unas escaleras por la parte trasera del mercado, lo que dificulta la entrada de clientes y mercancías. También tienen cortado el acceso al cuarto de baño y a la manguera antincendios.

La empresa El Gastródromo pretende modernizar el interior del inmueble convirtiéndolo en un centro cultural y gastronómico. Para eso consiguieron comprar cada uno de los 50 puestos originales del mercado en tan sólo tres años.

Todos menos dos, los de Joaquín y José, que afirman que no les interesa vender, a pesar de la difícil situación que están viviendo. Los clientes, sin embargo, siguen apoyando a los tenderos y todavía acuden a comprarles. "El negocio no se ha resentido porque los vecinos nos valoran. Aquí al lado también venden pescado, pero es congelado, no fresco como el mío", afirma José.

Otra reforma, ocho años después

San Miguel es el único edificio de la arquitectura de hierro que queda en la capital. Inmueble protegido por su valor histórico, fue inaugurado en 1916.

En 1999 la Comunidad, con financiación de la UE, inició su última reforma.

El actual propietario, El Gastródromo, pretende reconvertirlo en un espacio donde también haya sitio para la cultura, tomando como referente La Boquería de Barcelona.