José Ignacio donó un riñón a su hijo: "De no salir de la cama ahora entrena para el triatlón"

  • José Ignacio Sánchez Miret es el coordinador de trasplantes de Aragón desde hace treinta años y el año pasado donó un riñón a su propio hijo.
  • Gregorio Cuevas lleva 22 años viviendo con el corazón de un joven.
  • Raquel Nieto estuvo al borde de la muerte, pero sobrevive gracias a que la familia de un joven fallecido en accidente le donó sus dos pulmones.
  • España bate récords de trasplantes, pero aumenta la lista de espera.
José Ignacio Sánchez Miret y su hijo Ignacio, después de haberle donado uno de sus riñones.
José Ignacio Sánchez Miret y su hijo Ignacio, después de haberle donado uno de sus riñones.
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José Ignacio Sánchez Miret y su hijo Ignacio, después de haberle donado uno de sus riñones.

España revalida su liderazgo mundial en donación de órganos y en trasplantes en 2014, una posición que mantiene desde hace 23 años, pero la Organización Nacional de Trasplantes se acaba de marcar un nuevo reto: incrementar en los próximos cinco años el volumen de donaciones en un 10% y el de trasplantes en un 20%, para que alrededor de 5.000 personas como Raquel, Gregorio o Ignacio, puedan seguir vivas.

José Ignacio Sánchez Miret donó un riñón a su propio hijo: "Mi riñón era más compatible que el de mi mujer".

Después de llevar 30 años siendo "arte" en la coordinación de trasplantes en Aragón, el médico José Ignacio Sánchez Miret pasó a ser, en 2014, "arte y parte", cuando la vida le puso en la tesitura de tener que donar un riñón a su propio hijo, al que ha devuelto la salud robada. Cuando Ignacio tenía 17 años los médicos le diagnosticaron una patología renal, tras empezar a orinar sangre después de una tamborrada. Su estado de salud se agravó y diez años después ya su única opción era el trasplante. Ambos progenitores se hicieron pruebas de compatibilidad y José Ignacio resultó más afín. Seis meses después de la intervención en Zaragoza, ya con un solo riñón, José Ignacio asegura que se siente "fantástico". Ha tenido que dejar de fumar y cuida un poco la dieta, pero reconoce que lo único a lo que ha tenido que renunciar es a las patatas fritas de bolsa. "Es mi mayor pérdida, por lo demás hago una vida normal". Su hijo, sin embargo, ha pasado de estar postrado en la cama a entrenarse para participar en una prueba de triatlón en Canadá.

Gregorio Cuevas, 22 años con el corazón de un joven: "Del donante mío estamos viviendo cuatro o cinco".

Nació en 1950 con una cardiopatía congénita, que los médicos le detectaron al cumplir los diez años. Pero entonces sus padres no se atrevieron a que Gregorio entrara en un quirófano. Tuvieron miedo y desconfianza. Cumplidos los veinte, los médicos insistían en operar. Su vena aorta no daba más de sí. A pesar de aquella intervención en el año 1993 le avisaron de que solo un trasplante le salvaría la vida. Once meses en lista de espera, con dos avisos fallidos pues los músculos no se adaptaban, culminaron un 9 de abril, viernes santo: la fecha que no olvida. Ese día un chico falleció en la M-30 de Madrid y antes de morir le cedió en el Hospital Puerta de Hierro el latido de su corazón, cuando Gregorio ya no podía dar ni un paso. Esta vez sí el donante tenía el mismo grupo sanguíneo y un peso similar... Con su nuevo corazón recuperó su vida y su trabajo. Pero 22 años tomando medicamentos inmunodepresores dejan a cualquiera "fastidiadillo", y sus arterias cada vez más desgastadas, consecuencia de la edad y los achaques, "que no perdonan". Involucrado en la captación de donantes para trasplantes, Gregorio reconoce que "es triste que tengan que morir unos para vivir otros, es desgraciado, pero es así. Del donante mío estamos viviendo cuatro o cinco personas: dio dos riñones, el hígado, corazón y no sé si se pudo aprovechar el pulmón".

Raquel Nieto, trasplantada de dos pulmones:  "El trasplante era mi opción de vida, no tenía otra. Me moría".

Raquel no puede hacer puenting pero tampoco lo pretendía. Tiene que cuidarse bastante, pero al menos ha conseguido volver a ducharse sola y también a caminar con una amiga y hablar al mismo tiempo, esas cotidianeidades que cuando se pierden suponen la muerte en vida. Estuvo un año casi entero en la cama de la UCI, en el grado máximo de urgencia de la lista de espera. Cada día que pasaba era un día menos de vida y un aliento menos de esperanza. Pero llegaron esos dos pulmones de un chico joven fallecido en accidente de tráfico. Y después de una operación difícil, en la que hubo que cortar los pulmones para que cupieran en el pecho de Raquel, y algunas hemorragias, un postoperatorio difícil, volvió a sentirse viva. Sale, conduce, hace la compra y en sus ratos libres ensaya la obra de teatro con la que quiere dejar huella de su historia de supervivencia como trasplantada gracias a un donante del que nada cuenta, pero del que sabe más por las casualidades de la vida que por la curiosidad.
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