Las ambulancias tardan hasta 4 horas en trasladar a pacientes de diálisis u oncología en Madrid

  • El traslado de pacientes entre su domicilio y los hospitales se suele retrasar entre una y cuatro horas, pese a la obligación de recogerlos en 30 minutos.
  • Los pacientes de diálisis, quimioterapia o rehabilitación pueden sufrir lipotimias o retenciones de orina dañinas para su salud, según colectivos médicos.
  • Las ambulancias hacen una media de 3.500 traslados al día en la región.
  • "Me preparo desde bien temprano pero nunca se sabe cuando van a venir a recogerme. Me pone muy nervioso", relata un paciente con enfermedad renal.
Pedro Redondo esperando, en su silla de ruedas, esperando la ambulancia que lo llevará a su diálisis, en su casa de Puente de Vallecas, Madrid.
Pedro Redondo esperando, en su silla de ruedas, esperando la ambulancia que lo llevará a su diálisis, en su casa de Puente de Vallecas, Madrid.
JORGE PARÍS
Pedro Redondo esperando, en su silla de ruedas, esperando la ambulancia que lo llevará a su diálisis, en su casa de Puente de Vallecas, Madrid.

Centenares de pacientes sufren a diario en la Comunidad de Madrid demoras de hasta cuatro horas en alguno de los cerca de 3.500 traslados diarios de media a hospitales con tratamientos ambulatorios como diálisis, quimioterapias o rehabilitación, lo que podría provocar complicaciones en un estado de salud delicado.

“Estas demoras pueden causar hipotensión, náuseas, mareos, empeoramiento del estado general en pacientes con una salud diezmada”, dice Marciano Sánchez Bayle, médico y miembro de la Federación de Asociaciones para la Defensa de la Sanidad Pública de Madrid.

Cuando los pacientes que se someten a diálisis son diabéticos con insuficiencia renal, la alteración de sus hábitos puede causar indisposiciones.

“Los diabéticos que cada cierto tiempo tienen que pincharse o tomar raciones de hidrato de carbono, pueden sufrir hipoglucemia si no comen o hiperglucemia si no se pinchan”, explica Sánchez Bayle.

En el caso de pacientes oncológicos, pueden agudizarse los efectos secundarios.

“La mayoría de las quimioterapias producen un importante malestar, estado nauseoso, vértigos, y el principal problema de los tiempos prolongados de espera es el agravamiento de estos síntomas”, señala.

El traslado de pacientes no urgentes de la Sanidad Pública en la Comunidad de Madrid está a cargo de tres empresas privadas desde 2011: Alerta (sureste y noreste);  Santa Sofía (noroeste); y SASU (suroeste), que ganaron un concurso con polémica debido al bajo precio ofrecido. Poco después, anunciaron fuertes recortes de personal (70 personas en el caso de Santa Sofía, que se vio obligada a readmitir a 40, y unas 70 personas en SASU).

Menos personal, más esperas

Desde entonces, las demoras de varias horas son el pan de cada día. La causa principal, según trabajadores y sindicatos, es la falta de personal y el intento de rentabilizar al máximo cada traslado, aún a costa de los pacientes.

“Estas demoras habituales son por falta de personal, porque el tráfico de Madrid es constante salvo algún día puntual”, dice Jesús Alcázar, conductor de ambulancia en SASU y delegado del sindicato CSIT, agregando que cuando la empresa comenzó a prestar el servicio tenía más de 230 ambulancieros. Ahora hay unos 160.

Las condiciones del contrato dan un margen de 25 minutos a las ambulancias para  dejar los pacientes en los centros: entre 40 y 15 minutos antes de la hora de comienzo. En cuanto a la recogida, son aún más laxas, permitiendo demoras de hasta 30 minutos. Pero no se cumple.

Las demoras son peores en las ambulancias colectivas, que pueden llevar más de seis personas, y que habitualmente recorren varios puntos de la ciudad.

“No solo esperas horas a que te recojan, sino que después te hacen una visita guiada por todo Madrid buscando a otros pacientes”, cuenta Jesús Alcázar.

La Comunidad dice que controla los traslados para detectar fallos y que las reclamaciones que recibe sobre el transporte sanitario no urgente descendieron un 52,26% respecto a 2013, con un porcentaje de reclamaciones inferior al 0,1% de los traslados.

“Todas las reclamaciones que se han recibido han sido contestadas en tiempo y forma y se han analizado los motivos de queja y solicitado a las empresas informes sobre dichas reclamaciones”, dicen desde la Comunidad.

En efecto, los pacientes suelen quejarse verbalmente con el personal de las ambulancias, pero al momento de hacer una reclamación oficial suelen echarse atrás por miedo.

Desde la Asociación El Defensor del Paciente dicen que reciben quejas verbales de los damnificados, pero que éstos no presentan escritos formales.

“Están muy indefensos, pero si no te mandan un escrito no puedes hacer nada, y les da miedo denunciar cuando están en un tratamiento”, dice Carmen Flores, presidenta de El Defensor del Paciente.

“Nosotros somos los que damos la cara. No suelen poner reclamación, nos echan la bronca a nosotros, esperemos que nunca haya una agresión por parte de los familiares, que tienen toda la razón en perder la paciencia”, explica Alcázar.

Overbooking peligroso

Los recortes en el servicio podrían incluso poner en peligro la salud de algunos pacientes cuando son transportados en grupo, a veces de manera ilegal.

“Sabemos que a veces en una ambulancia individual meten dos o tres personas”, dice Alejandra Sobrino, responsable de Ambulancias en Comisiones Obreras.

Miguel Ángel Provencio, ex empleado de SASU, dice haber visto traslados de más de una persona en ambulancias individuales, e incluso señala que se han llevado a niños a tratamientos oncológicos junto a más personas.

“Hemos llevado niños pequeños, que no deberían ir con personas mayores, y desde la empresa alegaban que el Summa no dio órdenes de que fuera solo, pero los niños de tratamiento oncológico se supone que están bajos de defensas”, señala Provencio.

Contratos millonarios pero “baratos”

El ansia de recortes del Gobierno comunitario llevó a aceptar opciones muy bajas en un concurso en el que la oferta económica era el apartado que más puntos daba a la hora de ganar.

La Comunidad adjudicó a Alerta sus zonas en 56,7 millones de euros, y las de Santa Sofía y SASU por un conjunto de 62 millones de euros.  El concurso que ganó Santa Sofía fue impugnado por otras participantes por varios motivos, entre los que está que el precio no cubre el coste económico del servicio.

Los contratos tienen validez hasta el año que viene, pero la Comunidad descuenta que se van a prorrogar hasta febrero de 2016 para hacer entonces un concurso global de todo el transporte sanitario.

Ganan los taxis

Las demoras obligan muchas veces a los pacientes a tomar taxis hasta el hospital, un castigo que golpea más a los que menos tienen.

“Es común que los pacientes, muchas veces de bajos recursos, tengan que tomar taxis por las horas de demora”, dice Emilia Redondo, enfermera del hospital 12 de octubre, agregando que en este centro -donde en 2013 se hicieron unas 70.000 sesiones ambulatorias- los principales retrasos llegan cuando los pacientes deben volver a sus casas.

“La situación se agravó desde los recortes, es un síntoma más de la precarización general”, cuenta.


"Nunca se sabe cuándo van a llegar": Pedro Redondo, paciente de diálisis.

La vida de Pedro Redondo depende de la diálisis a la que se somete lunes, miércoles y viernes en el hospital Infanta Leonora diez minutos de su casa. Sin embargo, suele llegar más de media hora tarde a sus sesiones, como comprobó 20minutos.es, compartiendo la espera en su casa.

"Nunca se sabe cuándo van a llegar, están muy desorganizados", dice, añadiendo que ha sufrido complicaciones de salud por culpa de los nervios que le provocan las prolongadas esperas.

“Varias veces se me ha levantado la fístula de la diálisis porque los nervios de las demoras me provocan hipertensión, y hay gente que se marea”, dice este ex fontanero que también fue operado del corazón y que lleva 16 años trasplantado. El primer riñón que le pusieron funcionó, pero luego dejó de hacerlo. Así que hoy tiene tres riñones y no funciona ninguno.

Cuanto más tarde entran los pacientes, más tarde salen, pues pierden su turno de recogida y deben esperar el próximo.

“A veces les digo a los ambulancieros que los esperen cinco minutos, pero me dicen que tienen que seguir, y entonces cuando el paciente sale, se queda esperando una hora”, explica Teresa, administrativa del Infanta Leonor.

Pedro no se queja de los trabajadores: “Hacen lo que pueden, ponen la mejor voluntad”, dice, y se pregunta por qué no lo llevan siempre junto a los mismos vecinos para hacer más efectivos los traslados.

Un ejemplo de buena voluntad de los trabajadores es Pedro Toro, quien llegó a las 9:25 y ayudó a subir a Pedro a la ambulancia, en donde venía también Fernando Casado, de 63 años, quien dice que todos los días llegan entre 25 y 45 minutos tarde.

“Vendría mejor en coche, pero no se puede: después de una sesión de éstas, uno no sale igual que entra, te han removido todo por dentro”, explica este padre de cinco hijos, a quien las esperas también le hacen subir la tensión.

Una vez en el hospital, encontramos a pacientes como Julián Redondo (72), que va en un taxi pagado por la Comunidad. “Si sales conduciendo, te puedes desvanecer y chocar", explica, mientras aparece Ana Zapata, de 83 años, en silla de ruedas. Son ya las 9:30.

“Tenía que estar aquí a las 8:30”, es lo primero que nos dice. Ana suele sufrir mareos a menudo, nos dicen las auxiliares mientras la ingresan a la zona de diálisis. Unos diez minutos después, llega Julián Ayala con sus 85 años repantigados en su silla de ruedas. En casa dejó a su señora con Alzheimer a cargo de una cuidadora. Teresa, la administrativa, se pregunta por qué no les llevan siempre juntos a Julián y Ana, que viven uno al lado del otro.

“Lo de las ambulancias está muy mal”, dice, con resignación Julián. Teresa advierte que en el grupo de martes, jueves y sábado funciona mucho peor el servicio. En especial el sábado.

Ya cerca de las diez, José Illescas, de 81 años, llega en otra ambulancia, enfadado: “El servicio de diálisis funciona bien, menos las ambulancias. No me explico cómo no se organizan un poco”.

Luis Pérez Morgado, de 84 años, desde su silla de ruedas resume el sentir de los afectados, con fastidio: “Esto va muy mal, no sabemos qué hacer”.

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