Viaje a la trastienda de 'Gran Hermano': lo que no vemos del 'reality' más longevo de la tele

Una larga verja metálica y un cartel tratan de mantener lejos a los curiosos de la casa de Guadalix de la Sierra (Madrid) donde se desarrolla el programa 'Gran Hermano'.
Una larga verja metálica y un cartel tratan de mantener lejos a los curiosos de la casa de Guadalix de la Sierra (Madrid) donde se desarrolla el programa 'Gran Hermano'.
Jorge París
Una larga verja metálica y un cartel tratan de mantener lejos a los curiosos de la casa de Guadalix de la Sierra (Madrid) donde se desarrolla el programa 'Gran Hermano'.

Una larga verja metálica  y una hilera de altavoces que emiten ininterrumpidamente los últimos éxitos del dance latino protegen el retiro de la casa de Gran Hermano 15: una fortaleza construida de anexos prefabricados y contrachapado en verde.  Enfrente, una colina tunante en la que los vecinos de Guadalix de la Sierra (el pueblo madrileño donde transcurre el espacio) pasan las tardes de domingo con la esperanza de recibir alguna señal de los habitantes del hogar más famoso y, quizá, rentable de la televisión.

La letanía de normas y prohibiciones comienza varios metros antes de atravesar la entrada: no se puede hablar por el camino de tierra que accede a la casa porque los concursantes, pese a la música vociferante, "pueden oírnos". Se vigilan los ángulos de las fotos y se veta la entrada de cámaras de vídeo a la 'cruz' (los pasillos que rodean las habitaciones donde se desarrolla GH y desde donde los operarios graban) por temor a que los participantes detecten algún resplandor. Allí,  además, hay que vestirse con prendas oscuras.

Sí es posible, en cambio, asomarse a las ventanas-espejo que espían a los ocupantes de la casa y a través de las cuales se ve a una Paula delgadísima paseándose en bikini. O a otras tres concursantes intercambiando confidencias desde el sofá, ajenas a las cámaras. ¿Es posible acostumbrarse a estar permanentemente vigilado? Por sus gestos, y el bostezo aburrido de una de ellas —deben de pasar horas y horas en ese mismo salón- se diría que sí.

El sigilo impuesto en esta zona —muy bonito el jardín y muy amplias las estancias de este Gran Hermano, casi el doble que las de la primera edición, por cierto— contrasta con el hormigueo de las salas contiguas e insonorizadas en las que trabajan el aproximadamente centenar de personas encargadas de construir Gran Hermano. Reina una sensación de horarios intempestivos, comida rápida y un encierro laboral no tan distinto al que viven los concursantes del programa.

"Ayer empecé a las 10 de la mañana y acabé a las 12 de la noche. Luego me llamaron porque se había estropeado una cañería", cuenta Floren Abad, la persona que se esconde tras la voz distorsionada de El Súper y que, además de su labor de confesor, psicólogo y responsable del programa diario, está a cargo de la intendencia. "Soy algo así como un presidente de una comunidad de vecinos", resume.

Desde la oscuridad de la sala de control, una docena de personas —redactores, realizadores y mezcladores— vigilan las 60 cámaras con las que cuenta el programa en busca de las mejores imágenes y diálogos que doten de contenido a diferentes formatos: GH 24 horas, los vídeos de las galas y los resúmenes diarios.  En el aire, una marea de mensajes cifrados cobran velocidad: "Te cojo 4", "Estoy en el 2", "Por favor, seguimos a Yoli", "ONO 1", "Arriba la 33", "Tenemos a Azahara".

"Esto ya va rodado. Después de tanto tiempo, todos sabemos lo que tenemos que hacer", explica el redactor Gorka R., cuya tarea es observar la vida en directo en la casa e ir comunicando por escrito lo más reseñable al departamento de profile, encargado de montar los vídeos de las galas.  Pero el trabajo no es tan sencillo. Estar atento a varias conversaciones y cámaras de forma casi simultánea requiere una gran concentración. También la requiere el llevar a cabo la realización de dos contenidos a la vez, como hace un poco más adelante una compañera de Gorka. Los descansos son estrictos para que la plantilla se mantenga en forma: cada hora se para durante media hora.

"Ningún programa tiene una hoja de turnos de trabajo tan compleja como esta", explica José Luis Larrauri, director de realización de Gran Hermano, señalando un folio diabólico de nombres, fechas, horas y curvas. Hay que cubrir 24 horas al día los 7 días de la semana.

El estrés se intensifica cuando hay bronca en la casa o con la inmunidad. "Entonces es de locos, los concursantes corren de un lado a otro y es difícil seguirles". Si eso ocurre el día de la gala, "es aún peor" y los pasillos de la 'cruz' se convierten en una "carrera de Fórmula 1" donde las cámaras deben apresurarse según las indicaciones de un complejo mapa con el que se intenta evitar que se crucen los cables, observa Larrauri, que asegura que este ha sido el trabajo de realización más complejo al que se ha enfrentado en su vida.

De fondo, un timbre persistente. Es el que utilizan los concursantes cuando quieren entrar en el confesionario "o pedir algo, como un producto de limpieza", explica Larrauri. También, con el que comunican a control que quieren entrar en la sala de fumadores, algo que el directivo  no menciona inicialmente y que es, posiblemente, el motivo por el que la campanilla no deja de sonar. "No podemos prohibir a alguien que fume", se justifica el realizador, que explica que la del tabaco es la única sala sin cámaras de toda la casa. Allí los concursantes solo pueden entrar de uno en uno.

Los visores en la zona de control desvelan otras imágenes que no llegan al espectador: el paseíllo desde la ducha de algunos concursantes en paños menores o como se cambian de ropa, aunque la mayoría emplea su destreza en evitar que las cámaras les capten desnudos. "No es una cuestión de censura, sino de buen gusto", explica Gorka R., que deja de prestarnos atención cuando, en una de las cámaras, Yoli se acerca a Jonathan con ojos lascivos.

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