Lina Morgan, la vedette castiza que nació para hacer reír

Los actores Lina Morgan y Arturo Fernández en la película "La Tonta del Bote".
Los actores Lina Morgan y Arturo Fernández en la película "La Tonta del Bote".
GTRES
Los actores Lina Morgan y Arturo Fernández en la película "La Tonta del Bote".

La llamaban la 'tonta del bote' pero detrás de aquellas alocadas muecas y cruces de piernas, sus ojos bizcos y sus coletas, había un alma inquieta con el espectáculo en las venas. En la vida real, Angelines López Segovia era tan solo una niña del castizo barrio de La Latina que en la postguerra recogía cartones y botellas para ayudar a la familia y soñaba con ser artista.

A veces se cumplen los sueños y el suyo se hizo realidad: sin perder su humildad y sencillez llegó a ser una de las estrellas más brillantes del firmamento del teatro de comedia y la revista musical, un género "injustamente despreciado", como solía decir. Su humor amable y desenfadado, un humor en el que "nunca se metía con nadie", afirmaba, siempre será recordado y querido.

Ángeles López Segovia se ha ido pero vivirá para siempre Lina Morgan, un nombre artístico que eligió para ella su hermano pequeño José Luis, inspirándose en el famoso pirata Morgan, y que ha dejado personajes entrañables en teatro, cine y televisión con títulos como ¡Vaya para de gemelas!La tonta del bote y Hostal Royal Manzanares.

Su precaria salud la alejó de los escenarios a los 72 años y la obligó en 2010 a vender su queridísimo Teatro de La Latina, pero su espíritu siguió de alguna manera sobre las tablas, anhelando un regreso que ya nunca se produjo: "Siempre se echan de menos los aplausos", reconocía.

Una estrella nacida al fuego de una guerra

Dicen las malas lenguas que nació en 1937 —la edad siempre se difumina para las grandes vedettes, y ella, sin duda, lo era— un 20 de marzo. No pudo ser más castiza: su primer llanto se oyó en el número 4 de la calle Don Pedro, en La Latina, cerca de la Plaza de la Cebada, en plena Guerra Civil.

Fue la cuarta de cinco hermanos y solo estudió hasta los nueve años en una escuela municipal a la que debía llevar cada día a cuestas su propia silla. Poco después convenció a sus padres —un oficial de sastrería y una ama de casa — de que su sino era ser artista y comenzó sus clases de ballet clásico en una academia de la calle Pelayo.

Su primera gran oportunidad llegó cuando tenía 13 años. Una compañía infantil de variedades, Los Chavalitos de España, la admitió como solista de baile clásico español y Angelines se embarcó en su primera gira artística en 1950.

Al año siguiente se quedó sin trabajo pero su hermana mayor, que trabajaba en el Ballet Nacional, le consiguió un trabajo en una sala de fiestas de la Gran Vía madrileña.

Un físico que guió su destino

Su físico marcó su vida, para bien o para mal. No podía competir en belleza con otras vedettes pero nadie la ganaba en simpatía: con su humor y su facilidad para la comedia se hizo un nombre propio en un territorio donde pocas mujeres osaban entrar. Tony Leblanc, Antonio Casal, Manolo Gómez Bur, Alfonso del Real y Juanito Navarro fueron sus compañeros de tablas en títulos que colgaban el cartel de 'completo' en taquilla.

Sin embargo, siempre le persiguió esa sombra de ser una segundona a la sombra de una mujer hermosa: "Me costó muchísimo imponerme —se lamentaba en una entrevista—. Fueron años y años de lucha. Incluso cuando llenaba los teatros siempre había una vedette delante de mí. Eso me daba mucha rabia".

Tras incursiones secundarias en películas como Las que tienen que servir (1967), donde interpretaba a una sirvienta castiza, los años setenta le dieron su gran momento lanzándola al éxito y el aplauso del gran público con La tonta del bote (1970) de Juan de Orduña, como hito. La alocada e inocente Susana fue quizás el más emblemático de sus personajes, una pobre huerfanita que bebía los vientos por Felipe 'el hermoso', encarnado por Arturo Fernández.

Le siguieron otras comedias ligeras de Ozores: La Graduada (1971), Dos chicas de revistas (1972), La descarriada (1972), La llamaban la madrina (1973), Señora doctor (1973).

En los ochenta y bajo la tiranía del cine del destape y las señoritas de buen ver y escaso pudor, Lina Morgan ya no tenía cabida en la industria del celuloide. "No me arrepiento de ninguna de las películas que he hecho, el cine me gusta mucho pero nunca me han ofrecido un proyecto interesante", solía lamentarse. Su única oportunidad de demostrar que también podía ejercer dignamente en el drama, Una pareja distinta, de José María Forqué (1974), fue un absoluto fracaso. Su público no encajó verla en la piel de una mujer barbuda enamorada de un travesti alcohólico.

Un regreso dorado al teatro

De regreso a sus orígenes, el teatro, ¡Vaya par de gemelas! (1981) fue su tabla de salvación. La gran acogida de la obra le permitió comprar su adorado Teatro de la Latina junto a su hermano pequeño José Luis. "Si he ganado el dinero con el teatro, lo lógico es que se lo devuelva al teatro", dijo entonces.

Le siguieron otros grandes éxitos como El último tranvía (1987, Celeste no es un color (1991) o Si...pero...no (1999), junto a Raúl Sender.

En los 90 y tras un breve regreso al cine con la comedia Hermana, pero ¿qué has hecho?, llegó su edad dorada en la televisión. Trasladó a la pequeña pantalla el alma de sus comedias teatrales en series como Compuesta y sin novio (1994),  Hostal Royal Manzanares (1996), Una de dos (1998) y Academia de baile Gloria (2001).

Muy querida y valorada, recibió multitud de premios con mucha humildad: Premio de la Popularidad (1969), Premio Miguel Mihura a la mejor actriz (1982), Medalla de Oro al Mérito en el Trabajo (1984), Medalla al Mérito artístico (1985), Fotogramas de Plata (1988), Empresaria del año (1989), Premio Empresa y Economía (1992), TP de Oro (1995, 1997 y 1998), Premio Ondas (1998), Medalla de Oro al Mérito en Bellas Artes (1999) o el Premio Nacional de Teatro Pepe Isbert (2000).

También recibió otra clase de premios, como el que le regaló Dario Fo al decirle tras una de sus representaciones que la consideraba una actriz excepcional o el aplauso del público, sin duda, para ella la mayor de las compensaciones.

Nunca se casó y no tuvo hijos. Siempre preocupada por los mayores, fue madrina de la ONG Mensajeros de la Paz en los programas destinados a ayudar a los ancianos.  "Quiero mucho a los abuelos, porque no los he tenido, no los he sentido, me gusta estar con ellos", aseguró en la institucionalización del 26 de julio como Día de los Abuelos en España, de la que tomó parte. "Tengo edad de ser abuela, pero desgraciadamente yo no he sido madre, no tengo esa sensación de ser abuela, pero sí tengo esa sensación de amor, de afecto, de cariño y de respeto porque yo he querido muchísimo a mis padres, los he cuidado hasta el último momento de su vida", decía hace unos años.

Ahora, llegado su momento, suenan los últimos compases de su emblemática Gracias por venir, que cantaba siempre que finalizaba una obra, poco antes de cayera el telón.

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