Misa multitudinaria en la iglesia ‘roja’ cerrada por el Arzobispado

Cientos de personas van a Entrevías para apoyar a la parroquia, condenada por no cumplir con la liturgia y la catequesis oficial.
El párroco Enrique de Castro aplaude, ayer, a las personas que siguieron la ceremonia desde la calle. (J. París)
El párroco Enrique de Castro aplaude, ayer, a las personas que siguieron la ceremonia desde la calle. (J. París)
El párroco Enrique de Castro aplaude, ayer, a las personas que siguieron la ceremonia desde la calle. (J. París)
Católicos y no católicos, jóvenes y viejos, inmigrantes, feligreses de siempre, parroquianos de medio Madrid, presidiarios, ex drogadictos, niños y perros abarrotaron ayer la iglesia de San Carlos Borromeo de Entrevías (Puente de Vallecas) en el Domingo de Resurrección.Desde que la semana pasada Rouco Varela comunicase el cese en sus funciones a los sacerdotes Enrique de Castro, Pepe Díaz y Javier Baeza y la entrega del templo a Cáritas, la iglesia, apodada la roja por su asistencia a los marginados, no ha dejado de recibir muestras de solidaridad y apoyo.

La misa congregó ayer a más de 500 personas, la mitad de las cuales siguieron la ceremonia desde la calle. Entre cristianos de base, vecinos y defensores de la labor de Enrique de Castro –famoso por su apadrinamiento de presos e inmigrantes– acudieron famosos como Guillermo Toledo, Alberto San Juan o El Gran Wyoming.

«No nos moverán»

Las alabanzas a los sacerdotes y las críticas a la jerarquía eclesiástica iban de corro en corro. «Yo no soy católica, pero si me preguntan cuál es la casa de Dios, digo que ésta, en la que se ayuda al pobre» decía Eladia, vecina de Entrevías. Isabel, de 59 años y atea, viene a San Carlos Borromeo desde siempre «porque disfruto de unas misas vivas». Las mismas misas que ha condenado el Arzobispado porque ni la liturgia ni la catequesis se ajustan a la doctrina oficial de la Iglesia.

A la salida, Enrique de Castro, alzando la voz sobre los cánticos de No nos moverán, dijo que la gente no venía a defender «una parroquia ni a unos párrocos, sino una forma de vivir y pensar», y anunció que seguirán dando misas «porque nos lo pide la gente».

Música, pan y vino dulce

La misa comenzó con música y una llamada a celebrar la Resurrección «con júbilo, con alegría y con rebeldía». Tras la lectura de un fragmento del Evangelio de San Juan, el sacerdote dio la palabra a algunos asistentes, que agradecieron a los párrocos su labor social. Todos, los de dentro y los de fuera, comulgaron después con pan y vino dulce y terminaron cantando.

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