Política en tiempos de mudanza: entre la crisis, la desafección ciudadana y los nuevos partidos

  • La Cultura de la Transición, el sistema politico y cultural que ha prevalecido durante las últimas décadas, está siendo puesto en entredicho.
  • Políticamente, el país que heredará Felipe VI es un país en transición, con nuevas formaciones y con altas cotas de desafección hacia los políticos.
  • El debate para pedir la III República está en la calle.
  • A FONDO: Así será la proclamación del rey Felipe VI.
Alfredo Pérez Rubalcaba y Mariano Rajoy, en una imagen de 2010.
Alfredo Pérez Rubalcaba y Mariano Rajoy, en una imagen de 2010.
EFE
Alfredo Pérez Rubalcaba y Mariano Rajoy, en una imagen de 2010.

Cuando lo viejo no termina de morir y lo nuevo no acaba de nacer, sucede que las sociedades entran en crisis. Así está España en el año 2014, frontera de un tiempo distinto, en el que los esquemas políticos por los que se ha gobernado el país en las últimas décadas muestran síntomas de agotamiento.

La así llamada Cultura de la Transición –etiqueta crítica para referirse a la intelligentsia política y el mandarinato cultural que han sido los discursos hegemónicos desde la recuperación de la democracia– es un parteluz entre dos modos de entender el presente. Motivos generacionales, económicos y sociales están detrás de esta reciente brecha histórica.

"Regeneración", "ruptura", "shock", "proceso constituyente"… El vocabulario político de los últimos meses –aunque su semilla pueda ya rastrearse en aquel 15 de mayo de 2011– está siendo inundado de expresiones comodín que postulan un cambio... o una transformación radical. El relevo en la jefatura de Estado y el ascenso de nuevos partidos son dos circunstancias que han venido a intensificar el debate, con el telón de fondo de una crisis económica casi perpetua.

Los nuevos tiempos requieren, de forma inevitable, de nuevos actores. En España estos ya están emergiendo. Primero, la sociedad civil, adormecida durante los años de la 'burbuja' inmobiliaria; segundo, las instituciones políticas. Con respecto a la primera, el auge de movimientos como el 15-M, las asambleas populares, la PAH o las mareas han logrado visibilizar el malestar social por vías diferentes a los tradicionales.

Con respecto al establishment político, el melón se ha abierto por varias partes. Por un lado, la transformación del mapa electoral, con el ascenso de nuevas formaciones (sobre todo por la izquierda); por otro, el anquilosamiento y falta de reflejos de las antiguas (las elecciones europeas demostraron que si el bipartidismo no está en crisis, sí está como mínimo en retirada) y, además, el relevo monárquico (que se ha analizado como un gesto de gatopardismo), que ha devuelto a la arena la semidormida querella entre monárquicos y republicanos.

En los albores de la Transición del franquismo a la democracia también surgieron actores nuevos con intereses enfrentados. Pero había un propósito amalgamador, un mínimo común denominador para todos: que el tránsito desde la dictadura fuera justo, legal (de la ley a la ley), pero ni traumático ni violento. Pese a todo, hubo violencia y amenazas, y también concesiones que, vistas desde la distancia, pueden parecer demasiado valientes o ingenuas. No hay consenso: para algunos la Transición fue perfecta y modélica; para otros, insuficiente e ilusoria.

Otra época con nuevas amenazas

Las preocupaciones de la generación que tomó el poder hace cuarenta años no son las actuales. Entonces había amenazas –un golpe militar, la violencia política– que hoy han sido desterradas del imaginario social. Por el contrario, España tiene hoy menos autonomía para elegir lo que quiere ser. La pertenencia a la Unión Europea, que tiene muchas ventajas, también envuelve peajes: Bruselas ejerce una supervisión nada desdeñable de cualquier proceso político que los Estados miembros aborden, y con España no lo será menos.

En cuanto a las amenazas, España afronta el proceso sucesorio y el debilitamiento del bipartidismo con el crédito de los profesionales de la política a cero (algo que en la Transición no sucedía: había hambre de partidos). Las encuestas sitúan a los políticos como uno de los principales problemas del país, y la desafección ciudadana hacia los representantes es mayúscula. La política se percibe como algo deshonroso, sospechoso de esconder altas dosis de corrupción e ineficiente a la hora de resolver los problemas del día a día.

Los partidos políticos –fundamentalmente el PP y el PSOE, pero también IU– han entrado en una espiral de pérdida de votos y marejadas internas –públicas, como la de los socialistas, o más discretas, como la de los populares– que los aleja de las necesidades y aspiraciones de sus votantes potenciales, sobre todo de las generaciones más jóvenes. La política vive de renovarse, pero el discurso que se dice renovador es en sí mismo sospechoso de inmovilismo.

El impulso de los pequeños partidos

La explosión primaveral de Podemos, el partido liderazgo por Pablo Iglesias y una camarilla de profesores universitarios expertos en comunicación y sistemas políticos, ha dejado en evidencia la crisis que afecta a los partidos tradicionales en España. Un discurso directo, anti-establishment, que propone soluciones directas y drásticas a los problemas económicos y que practica una retórica vehemente para alejarse del pasado, la "casta" o las "instituciones", consideradas por ellos como legales, pero no legítimas.

Podemos, UPyD y Ciudadanos son formaciones jóvenes, ideológicamente divergentes, pero que tienen en común una frescura en las formas de la que los partidos tradicionales carecen. La política económica de los últimos años les ha proporcionado un discurso que las 'antiguas élites' no pueden esgrimir sin que resulte sospechoso a ojos de los ciudadanos que les han visto alternarse en el poder practicando políticas similares. Los jóvenes quieren hacer política sin tener que declararse políticos; los viejos políticos quieren hacer política sin que se les note que lo siguen siendo.

Incluso dentro de los propios partidos 'históricos', se percibe una  brecha, tanto ideológica como generacional, que impulsa a la renovación interna, a la catarsis. El PSOE, la formación más perjudicada tras las europeas, está buscando un líder, con los militantes divididos entre la letra monárquica y el espíritu republicano y con los 'barones' y antiguos cargos en abierta discrepancia. IU, por su parte, también está renovándose a marchas forzadas, tras el inesperado auge de Podemos. Por su parte, el PP –el partido en el Gobierno– no ha hecho autocrítica (al menos en público) y los partidos nacionalistas, como ERC, ven tras los últimos comicios legitimadas sus aspiraciones secesionistas.

El escritor Amador Fernández-Savater, uno de esos críticos generacionales de la Transición, habla del "mapa de lo posible" en referencia a los 'nuevos' temas que las agendas de los protagonistas políticos de las últimas décadas no contemplaban; temas como los desahucios, el laicismo, el nacionalismo o las hipotecas. Lo antiguo y lo moderno que le espera a Felipe VI en un país revolucionado.

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