Minimalismo y desolación: Japón después del terremoto

  • El alemán Hans-Christian Schink fotografió durante semanas la región de Tohoku, epicentro del terremoto de 9.0 que sufrió Japón en 2011.
  • Característico por sus paisajes vacíos que representan el dominio del ser humano sobre la naturaleza, en las visiones apocalípticas encontró el caso contrario.
  • Una exposición en Berlín reúne las imágenes de la serie de fotos, realizadas en el primer aniversario de la catástrofe.
Un edificio dado la vuelta en la prefectura de Miyagi, una de las fotos que Schink hizo en la región japonesa de Tohoku
Un edificio dado la vuelta en la prefectura de Miyagi, una de las fotos que Schink hizo en la región japonesa de Tohoku
© Hans-Christian Schink
Un edificio dado la vuelta en la prefectura de Miyagi, una de las fotos que Schink hizo en la región japonesa de Tohoku

Las imágenes, sin presencia humana, destacan la arquitectura de modo frío y cercano a la abstracción. Hans-Christian Schink (Erfurt-Alemania, 1961) evita en sus fotos la presencia humana, pero en este grupo de trabajos no le hizo falta elegir el momento en que no hubiera nadie: el lugar permanecía desierto porque el ser humano había huído.

Suele mostrar en sus fotos el contraste "entre la naturaleza y la cultura" en una ecuación en la que el hombre siempre se erige como el poderoso y la naturaleza cae víctima de la civilización. En los paisajes apocalípticos de Tohoku (Japón) encontró lo opuesto. La región fue el epicentro en marzo de 2011 del terremoto de 9.0 que asoló el país provocando después el tsunami y el desastre nuclear de la central de Fukushima. La naturaleza se había manifestado y había dejado desvalido al ser humano, siempre seguro de su indiscutible superioridad sobre el planeta.

La exposición Hans-Christian Schink: Tohoku —hasta el 29 de junio en la Fundación Alfred Ehrhardt de Berlín (Alemania)— presenta las fotos que el autor realizó en la región japonesa un año después de la debacle.

Soledad y tensión

Las casas de madera se amontonan unas sobre otras, un edificio aparece dado la vuelta como un insignificante juguete, un barco de pesca permanece en medio de un campo de arroz, lo que antes era una zona residencial ahora es una planicie donde se adivinan las parcelas sobre las que antes había viviendas.

Como suele suceder con las obras de Schink, las imágenes son sencillas y fantasmagóricas; pero los destrozos las transforman en un documento sobre el poder imparable de la naturaleza. Los paisajes nevados aumentan ese minimalismo destructivo y las fotos se acercan a la xilografía japonesa más tradicional. El fotógrafo (que viajó por la zona durante semanas, empapándose de la atmósfera de soledad y tensión) hace composiciones pictóricas que contrastan con las visiones desoladoras de Tohoku, une fascinación y amenaza.

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