En 2012, The Amazing Spider-Man se enfrentó a una dura prueba, conseguir la aceptación de millones de espectadores encariñados con la exitosa trilogía del trepamuros dirigida por Sam Raimi y protagonizada por Tobby Maguire, una saga aún muy reciente en el tiempo (Spider-Man 3 es de 2007) y rebosante de carisma y personalidad.

El reinicio fue un acierto. Las críticas fueron mayormente positivas y el filme funcionó bien en taquilla. Bajo la batuta de Mark Webb y encarnado por el joven Andrew Garfield, había nacido un nuevo Spidey, más guasón y acorde con la actitud chulesca que el personaje ha mostrado siempre en las viñetas.

Ahora, Garfield se enfrenta a su segundo gran reto enfundado en las mallas del conocido héroe neoyorkino. En The Amazing Spider-Man 2: El poder de Electro, Spider-Man debe hacer frente al villano que da nombre a esta secuela, un temible enemigo interpretado por Jamie Foxx que es capaz de controlar la electricidad.

Él no es la única amenaza. Junto a Electro, entran en escena otros dos conocidos rivales del Hombre Araña, el salvaje Rhino (interpretado por Paul Giamatti) y el temible Duende Verde (Dane DeHaan). Se abren así múltiples frentes con un origen común, Industrias Oscorp.

Más allá de sus responsabilidades superheroicas, Spider-Man también debe afrontar los problemas de su vida cotidiana como Peter Parker: la relación con su amada Gwen Stacy (Emma Stone), las suspicacias de su tía May (Sally Field), sus estudios en el instituto...

Con esta trama como columna vertebral, Webb firma una segunda parte más grande y ambiciosa, más espectacular y explosiva, pero al mismo tiempo seria y cargada de emociones creíbles gracias a la química existente entre Garfield y Stone, que en esta ocasión se ve potenciada por el buen trabajo de DeHann.

Todo está preparado para el cierre de una nueva trilogía en la que todo parece indicar que la profusión de villanos y los acontecimientos traumáticos tendrán un lugar muy destacado.