Rex Ferrer: Y el himno se hizo blues

  • Rex Ferrer Reynado. 20 años. Nació en Filipinas y vivía con sus padres y su hermana en Torrejón de Ardoz. Estudiaba carpintería y trabajaba de camarero. Murió en el tren que explotó en Atocha las 7:39 del 11-M.
  • “Me dijo varias veces que no temía a la muerte porque estaba convencido de que había otra vida” , Marjorie, su amiga.
Rex, primero por la derecha, con algunos de sus compañeros del coro de la Iglesia de Cristo.
Rex, primero por la derecha, con algunos de sus compañeros del coro de la Iglesia de Cristo.
20minutos.es
Rex, primero por la derecha, con algunos de sus compañeros del coro de la Iglesia de Cristo.

El 10 de marzo, mientras alguien ultimaba los detalles para la matanza del día siguiente, Rex Ferrer Reynado (20 años) ensayaba con intensidad su himno favorito, el número 23 del libro de cánticos: “El reino del cielo espera con paz y alegría”.

A Rex, creyente de que la voz humana es el instrumento primario del que nacen todos los demás, le encantaba ensayar en la capilla con sus colegas. Se sentía doblemente acompañado por buenas compañías: el canto y los amigos. Marjorie Grace Siddayao (15) y Egie Sudara Carriaga (17), que también formaban parte del coro, coinciden con esa interpretación trascendente del canto.

Están convencidas, como su amigo, un chico tímido que no se abría con facilidad a los demás, de que cantando señalas el camino hacia la “promesa de una nueva tierra”. Ahora beben zumo de naranja, espantan como pueden el humo de los cigarrillos de la mesa vecina y parecen más maduras de lo que indica su edad. Ambas, como Rex, son filipinas –Marjorie sólo por ancestros, ya que nació en España–. Como él, pertenecen a la Iglesia de Cristo, una comunidad bíblica y cristiana cuyo culto profesan unas trescientas personas en Madrid.

–Soy hija única y Rex era como mi hermano mayor, dice Marjorie.

–Era sentimental, gracioso y bueno, añade Egie.

El 10 de marzo, los 45 miembros del coro de la capilla tenían ensayo. Era una cita importante, porque estaban preparando el rito del domingo, la Santa Cena, un oficio donde los himnos juegan un papel destacado. Tal vez a causa del ajetreo, Rex regresó a su casa en Torrejón de Ardoz sin la mochila, que dejó olvidada en la iglesia. A la mañana siguiente salió antes de lo debido. Debía acercarse a la iglesia, cerca de Atocha, recoger la mochila e irse al restaurante donde trabajaba de camarero. Las bombas lo mataron en la estación.

–Ha muerto como un héroe, iba camino de la iglesia. Además, murió en uno de nuestros dos días sagrados, los jueves y domingos, opinan sus amigas.

No parecen sumidas en un dolor sin consuelo. Están seguras de que el muchacho está “descansando en la tumba” en la que fue enterrado, allá en su Filipinas natal, esperando a Cristo, que retornará para llevarse a todos aquellos que hayan hecho méritos.

A la pregunta de cuándo sucederá eso, responden que “muy pronto” porque ven “indicios, guerras, hambre y pobreza”. Pero que nadie piense en Rex como un beato sin otra dimensión que los altares. Sus veinte años eran tan generacionales como los de cualquiera: jugaba a los Sims en la Play Station hasta las cuatro de la madrugada; le gustaba salir en pandilla a patinar sobre hielo o a la bolera; su ídolo pop era Christina Aguilera; planeaba irse en Semana Santa a Barcelona, donde vive una chica que le gustaba; sufría de “bajones” y se quejaba de haber tenido que trabajar desde muy joven; soñaba con celebrar a lo grande en Filipinas sus 21 años, que cumpliría en septiembre...

El domingo 14 de marzo, como estaba previsto y pese a la tragedia, los jóvenes del coro de la Iglesia de Cristo fueron los protagonistas del rito de la Santa Cena. La coreografía de la ceremonia requería que caminasen hacia el altar, cantando el himno número 23, el favorito de Rex. Les resultó casi imposible mantener la compostura: estaban alelados y tenían que sujetarse en los bancos de la capilla para no caer.

Querían aferrarse a la promesa del cántico, creer en la paz y la alegría de la muerte entendida como simple espera, pero las lágrimas y el lugar que dejaron vacío en el desfile, el espacio que correspondía a Rex, eran demasiado terrenales. Entonces, quizá por ver primera, el himno de la Iglesia de Cristo se hizo blues.

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