¿Recordamos con precisión la totalidad de El Resplandor (Stanley Kubrick, 1980) o retenemos, por ejemplo, la imagen de las siniestras niñas gemelas que invitan a Danny a jugar con ellas "para siempre"? ¿Tenemos en la memoria el metraje detallado de la magistral El crepúsculo de los dioses (Billy Wilder, 1950) o almacenamos la secuencia inicial del cadáver de William Holden flotando en la piscina?

En suma: ¿recordamos las películas de nuestra vida por su totalidad o aplicamos una memoria emocional y selectiva para quedarnos con las imágenes congeladas, los fotogramas, que nos parecen esenciales, aquellos que condensan, a nuestro parecer, el impacto que el largometraje ha producido en nuestros sentidos, mente y corazón? Un libro recién publicado apuesta por la segunda opción y parte de la base de que recordamos con más intensidad instantes fundamentales de las películas que la trama completa.

Moments that Made the Movies (Los momentos que hicieron el cine), de la editorial Thames & Hudson [304 páginas, 250 ilustraciones, 24,95 libras esterlinas, unos 29 euros], entrega al prestigioso historiador y crítico de cine David Thomson la responsabilidad de resumir la historia del cine durante más de cien años en fotogramas esenciales, imágenes en dos dimensiones, como las fotografías, que tienen la capacidad de retener toda la carga emocional de 72 grandes películas clásicas, entre ellas algunas de las mejores de la historia.

En su ejercicio de síntesis en busca de los momentos decisivos, por utilizar la expresión fotográfica de Cartier-Bresson,Thomson alerta que ha tenido que enfrentarse a una tarea ingrata: cómo desligar un sola imagen del río narrativo por el que fluye la expresión fílmica, sobre todo teniendo en cuenta que un largometraje de dos horas está compuesto por casi 180.000 frames, fotogramas, imágenes congeladas... Aún así lo ha intentado, empezando por una grabación experimental de Eadweard Muybridge  de 1987 y acabando en Quemar después de leer, la película de 2008 de los hermanos Coen.

"A los quince años", recuerda el autor en el libro, "entré en Rebelde sin causa antes de la final de la proyección anterior y me encontré con la escena en la que James Dean está tratando de convencer a Sal Mineo en el exterior del planetario. En la película en su conjunto,  Dean es como una especie de Platón, como el hermano mayor que está tratando de salvar a Mineo. Pero en ese primer momento que vi sin conocer el resto de la pleícula, Dean diseña un plan artero y astuto, y me quedé con su personaje, Jim Stark , como un manipulador y no como el muchacho perdido que es en realidad".

Moviéndose a través de sus recuerdos, el autor elige 72 películas de las que podía recordar un solo momento  —el que se le viene a la cabeza de forma inmediata, como nos sucede a todos, nada más escuchar el título en cuestión— inmediatamente se menciona el título de la película. No ha sido nada elitista en la selección para ejercitar el juego. Entre las películas que ha seleccionado figuran películas de culto como La noche del cazador, obras europeas de la nouvelle vague como Pierrot, el loco, o éxitos masivos más o menos recientes como Pulp Fiction, La pianista  y Origen.

  como botes salvavidas destrozados?

Entre los momentos clave que Thomson desgrana están el trineo con la inscripción Rosebud quemándose que explica y da sentido a Ciudadano Kane (Orson Welles, 1941), humanizando la historia de un personaje que se ha desprendido de la empatía y los sentimientos; la petición de Rick Blane (Humphrey Bogart) al pianista del club de Casablanca (Michel Curtiz, 1942) de que toque de nuevo As Time Goes By, la canción que funciona como metáfora del pasado feliz previo al nazismo; el momento en que vemos la cara de Bruno Antony (Robert Walker) reflejada en los cristales de las gafas de la mujer a la que acaba de asesinar en Extraños en un tren (Alfred Hitchcock, 1951); las manos y la piel que pueblan Hiroshima Mon Amour (Alain Resnais, 1959)...

También opina que tienen la misma capacidad de síntesis momentos como la conversación en un café de Clyde Barrow (Warren Beatty) y Bonnbie Parker (Faye Dunaway) en Bonnie y Clyde (Arthur Penn, 1967), el trayecto que comparten Taxi Driver (1976) el psicópata Travis Bickle (Robert De Niro) y un clientre anónimo (interpretado por el director Martin Scorsese) o el orgasmo que finge en un restaurante repleto Meg Ryan en Cuando Harry encontró a Sally (Rob Reiner, 1969).

El autor invita a los lectores a participar de la experiencia e intentar llevar cada una de las películas que han significado algo en sus vidas a los monetos decisivos. "¿Recuerdas las películas que has visto como veleros intactos flotando en los mares serenos del tiempo? ¿O simplemente retienes momentos, como botes salvavidas destrozados? (...) ¿Puedes recordar la intrincada trama de Laura, o simplemente a Dana Andrews quedándose dormido bajo el retrato en la pared?", se pregunta.

Para Thomson el asunto tiene importancia, porque opina que la mayoría de nosotros recordamos solo "momentos" de las películas y a menudo el momento ha superado la película y se ha convertido en "algo nuevo que hemos reinventado y adaptado". De ahí las decepciones de ver películas que nos habían dejado una profunda huella y que al cabo del tiempo nos dejan indiferentes.