Gema, madre con esquizofrenia: "Mis hijos saben que estoy enferma y me quieren mucho"

Gema Juanas, en el salón de Casa Verde.
Gema Juanas, en el salón de Casa Verde.
JORGE PARÍS
Gema Juanas, en el salón de Casa Verde.

Gema no sonríe mucho, por eso conmueve verla emocionarse cada vez que se cuelan en su relato Á. (8 años) y M. (6), sus hijos. Le cambia la voz, se le hace almíbar, si describe el placer que siente al despertar junto a sus pequeños los fines de semana que le deja el juez. Es otra Gema, diferente de la de ojos vidriosos y tono dolorido que recuerda el paso por un túnel de vacío tras el ingreso psiquiátrico que dio al traste con su vida familiar.

Pero esta madrileña de 37 años es la demostración de que, con tesón, apoyo del entorno, y medicación, una mujer con esquizofrenia paranoide puede perfectamente ser una buena madre.

Los brotes de celos enfermizos y las paranoias despegaban a Gema de su realidad, esa vida en pareja y aquel trabajo de vigilante de seguridad. Hasta que en 2004 llegó el diagnóstico médico, que no la toma de conciencia. Después vinieron dos niños. Y años de crianza en medio de gran inestabilidad. Crisis que venían, el mundo que se detenía. "No te das cuenta de las cosas que te pasan y no tomas medidas. Piensas que no puedes manejar lo que te ocurre, que viene del exterior. Y no actúas".

Pero en 2011 estalló. Un episodio autodestructivo forzó su ingresó en el Hospital Psiquiátrico de O'donnell. Once días después, con el alta en una mano y una llave que ya no abría las puertas de su vida anterior, desposeída de sus hijos, Gema se desmoronó. Acogida por sus padres —"que hicieron piña y me pusieron las pilas"— tuvo la suerte de que su psiquiatra le abriera el camino a Casa Verde, de Fundación Manantial, el único dispositivo destinado a amparar a las mujeres con trastornos mentales severos mientras recuperan el vínculo con sus hijos.

Mujeres y madres con enfermedad mental grave

El psiquiatra de Gema nunca había visto a una madre llorar tanto la pérdida de sus hijos. "Tenemos que ayudarla" le dijo al equipo de Casa Verde, ese que se esmera en rebajar la estadística que dice que el 40% de las mujeres con trastornos mentales pierden la guarda y/o la tutela de sus hijos antes de que los pequeños cumplan cinco años.

El trabajador social, Carlos, abre la puerta de este pisito de Puente de Vallecas en donde hasta la decoración, juguetes y colores vivos, indica que lo más importante son los niños y las niñas de 0 a 5 años, hijos de mujeres con trastornos límites de la personalidad, esquizofrenia, bipolaridad o ansiedades. Porque, explicarán, los niños que no reciben atención y cuidados de forma adecuada tienen mayor riesgo de desarrollar una enfermedad psiquiátrica.

Por esta casa han pasado unas 60 madres en los dos años que lleva abierta. Diecinueve más están en lista de espera. Llegan con situaciones angustiosas, sobre las que subyace el deseo de que sus hijos no sufran por sus achaques mentales. Un equipo multiprofesional (psicólogas, educadores sociales y un trabajador social) les proporcionan atención domiciliaria y apoyo en horario flexible, así como psicoterapia e intervenciones grupales especializadas.

Recuperar el vínculo roto por la bruma mental

En Casa Verde se trabaja sobre el vínculo. Se reteje la madeja de emociones maternofiliales rota por las brumas mentales. "Porque más que la patología de las madres, importa el lugar que ocupa el hijo en sus vidas. Eso determinará el pronóstico y la evolución de ambos", explica Raquel del Amo, la directora. Ya han comprobado que el bienestar emocional y un cuidado correcto revierte retrasos de desarrollo de hasta 10 meses en niños de tres años. También que las madres, cuando aprenden a disfrutar con sus hijos, apuntalan su frágil sentido de vida.

"Estas madres sufren una permanente angustia por si están atendiendo bien a los niños y no tienen una relación cómoda con ellos. Pero a eso se aprende", confiesa Del Amo. Lo importante es recuperar la seguridad, la consistencia y desplegar el cariño. Gema ha tardado dos años, pero ha recuperado a sus hijos. Los llama todos los días por teléfono, los recoge cada lunes en el colegio —"merendamos, hacen los deberes y cuando toca vuelven a casa de su padre" —, los disfruta un fin de semana de cada dos y 9 días en vacaciones. "Es un paso de gigante de no verlos a tenerlos conmigo a solas".

"Cuando estás mal, es que te viene de golpe, pero si estás en buenas manos y te dejas ayudar y sigues los pasos de las personas que te quieren, desaparece. No en un día, tarda años, pero desaparece", confía sobre la esquizofrenia. ¿Saben Á. y M. que su madre está enferma? "Lo saben, y estoy muy satisfecha, porque me quieren mucho", asegura rotunda. "Alguna vez me dicen, mamá estás loca, y yo les contesto, eso es lo mucho que os quiero". Y entonces vuelve ese gesto tan llamativo: la sonrisa, Y su rostro reluce cuando asegura que no ha vuelto a ingresar. "Ni voy a ingresar. Mis hijos me dan la fuerza. Son mi recompensa por cuidarme y luchar por lo que importa".

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