Up

Nando Salvá

LOS PRIMEROS DIEZ MINUTOS DE 'UP' SON PERFECTOS; los otros 80, casi. Esa secuencia inicial nos presenta uno de los romances cinematográficos más profundos y honestos que se recuerdan (algo milagroso considerando que una mitad de la pareja ha muerto antes de que la narrativa empiece): el amor entre un chico y una chica, que serán un hombre y una mujer y luego un marido y su esposa y, por último, un viudo y una memoria que permeará todo cuanto se nos cuente. Poética meditación sobre cómo compartimos nuestros sueños, amarga asunción de cómo esos sueños se desvanecen con el tiempo, es un prólogo casi insoportablemente emotivo, y definitivamente adulto. Un hombre ha pasado de ser un niño a ser un viejo, y ha convertido su hogar en un mausoleo. Sólo Pixar, cada vez más y más capaz de redefinir los límites del cine infantil y del mainstream en general, podía convertir su tránsito hacia la muerte en la prueba más clara de que una vida sin aventuras no merece ser vivida, y de que una aventura no es sólo atar cientos de globos a la chimenea y volar a bordo de tu casa a la jungla venezolana, sino también, sobre todo, el peligroso, imprevisible y gratificante viaje a través de la vida cotidiana.

Mientras el anciano protagonista de Up empieza a afrontar el proceso de entender eso, el director Pete Docter va de un escenario muy real e increíblemente triste a otro mucho más luminoso y casi surrealista con la misma agilidad que Fellini habría exhibido de haber vivido en la era digital. Gobernada por otras reglas, la nueva realidad es, paradójicamente, más convencional (al menos, según los parámetros del cine de animación): en ella hay persecuciones, animales que hablan y un villano. Es también una maravilla visual, dotada del tipo de simplicidad que sólo los artistas capaces de lo más complejo pueden lograr y compuesta de oníricos diálogos entre los colores y las formas, tan apasionados como los que, en el corazón de este viejo, suceden entre el dolor de la pérdida y el entusiasmo derivado de cruzar lo desconocido, de encarar el presente en lugar de seguir atado al pasado o, por qué no, de redescubrir la camaradería. Porque este marido sin esposa se verá forzado a compartir el viaje con un niño sin padre y, con el tiempo, a aceptar no sólo su presencia sino también su valentía, su compasión, su soledad y su entusiasmo infantil. Finalmente, el anciano conocerá los placeres del hijo que nunca antes pudo tener. Y entonces Up celebra la esperanzadora promesa que oculta cada rincón inexplorado con la misma valentía que antes derrochó mirando a la tragedia a la cara, y entonces uno vuelve a emocionarse y a pensar tanto en lo que nos queda por vivir como en aquéllos con quienes queremos vivirlo. ¿Pero no era Up una película para niños?