Las herederas de Jane Goodall: las madrinas españolas de los simios y su lucha constante

Rebeca Atencia cuidando de los chimpancés en la República del Congo. El Instituto Jane Goodall no interfiere en la vida de los chimpancés salvajes, los que aparecen en la foto habitan en el centro de rehabilitación de Tchimpounga.
Rebeca Atencia cuidando de los chimpancés en la República del Congo. El Instituto Jane Goodall no interfiere en la vida de los chimpancés salvajes, los que aparecen en la foto habitan en el centro de rehabilitación de Tchimpounga.
IJG / FERNANDO TURMO
Rebeca Atencia cuidando de los chimpancés en la República del Congo. El Instituto Jane Goodall no interfiere en la vida de los chimpancés salvajes, los que aparecen en la foto habitan en el centro de rehabilitación de Tchimpounga.

"Cuando miro a los ojos a un chimpancé veo algo profundo, un alma casi humana". Aquel día Rebeca Atencia miró a los ojos a la muerte. Un súbito crack, y la sangre serpenteó por el claro izquierdo de su rostro. Un macho llamado Chinois le acababa de morder por la espalda en el cráneo. El mal gesto de Rebeca había enervado a este animal con una potencia como para partirla en dos.

Chinois empezó a azuzar a otros machos. "Ah-ah-hu-ah...", aullaron las características vocalizaciones de caza que convertían a Rebeca en la presa. Representaba el fin para esta mujer que quiso aventurarse en la selva para ayudar a estos magníficos y poderosos seres en las tierras violadas del Congo.

Entre los excitados simios que la rodeaban estaba Kutu. "Un macho precioso, fuerte, con espaldas anchas y mirada penetrante". Tiempo atrás, Rebeca le había curado la pierna. Le sanó una herida que era el resultado de un ataque de otro macho, y que lo condenaba a muerte al impedirle desplazarse en busca de comida.

Kutu miró a Rebeca. Y después observó al resto de agitados simios. Parecía como si calibrara una estrategia. Chinois quería sangre. "Ah-ah-ah". De un golpe, Kutu lo alejó de ella. El resto de chimpancés comprendieron el desafío, y el ataque cesó.

"Pareció querer ayudarme, en agradecimiento a las ocasiones en las que yo le había curado sus heridas", explica Rebeca. Esta joven veterinaria gallega acaba de vivir en sus agitadas carnes lo que la célebre primatóloga británica Jane Goodall hubiera descubierto en Tanzania cincuenta años atrás: los chimpancés no solo son capaces de generar herramientas; pueden experimentar las principales emociones básicas del ser humano, y entre ellas, un sentido rudimentario de la justicia y la compasión.

"Aquel chimpancé me salvó la vida, así que en ese momento decidí que si algún día tenía un hijo lo llamaría como a él", explica Rebeca. Y así lo hizo esta madre de dos hermosos mellizos que con 36 años tiene a 155 chimpancés huérfanos a su cargo como directora del principal santuario de primates de África, en Tchimpounga, en la República del Congo, a cargo del Instituto Jane Goodall.

Ella es una de las 'hijas' españolas de Goodall, junto a Carmen Vidal, en la República Democrática del Congo, y Liliana Pacheco, en la frontera de Senegal y Guinea-Conakry. Podemos considerarlas sus herederas, no solo porque siguen sus huellas y la admiran profundamente, sino porque intentan revertir en primera línea de jungla la respuesta a la incómoda pregunta que surge del mismo corazón de las tinieblas: ¿cómo es posible que el primate más evolucionado haya perdido ese sentido de la justicia y de la compasión propia de sus congéneres, en una escalada suicida por expoliar los recursos que nos proporciona este planeta?

"Es por el dinero. Es por esta sociedad materialista que aumentó después de la Segunda Guerra Mundial con la ridícula idea de que podemos tener un crecimiento ilimitado en un planeta con recursos finitos. Compra y tíralo. Compra y tíralo. Este es el problema", responde Jane Goodall, que a sus 79 años sigue recorriendo el mundo lanzando una llamada de alerta ante la previsible extinción de nuestros parientes más próximos, que algunos informes datan entre 2020 y 2030.

Sabemos que los chimpancés y otros primates pueden sentir alegría, placer, dolor, sufrimiento, amistad, ira, felicidad, desesperación... Son capaces de establecer alianzas y estrategias de guerra. Son altruistas y también vengativos. Dispuestos a utilizar la violencia para alcanzar sus objetivos y a defender hasta la muerte a los suyos cuando los atacan los furtivos con sus armas de precisión. Por cada chimpancé cazado vivo mueren una media de 10 individuos que intentan defender a su grupo. El último informe de GRASP (entidad dependiente de la ONU), de este mismo año, calcula que se trafica ilegalmente con 3.000 ejemplares al año para que ricos con ansias de estatus, zoos, circos e industrias turísticas o de investigación los utilicen.

Podemos sumar los ceros para saber  cuántos murieron para disfrutar de esos 3.000 esclavos que chillaron de dolor al ser arrancados de sus madres a machetazos, marcados por traumas de por vida, condenados a padecer estereotipias (repetición continua y alucinada de un gesto de dolor). De los miles capturados, solo sobreviven unos pocos.

"Si algo he aprendido de ellos es la importancia de ser una buena madre", explica Goodall, que ha estado en España para promover su campaña Movilízate por la selva, en la que apela a la responsabilidad para que reciclemos los móviles y así disminuyamos la demanda del coltán y la casiterita, minerales que tanto dolor provocan entre primates humanos y simios. "En las sociedades de chimpancés hay buenas madres y malas madres. Y si tienes una buena madre, serás más exitoso. Las hembras son capaces de procurar mejores cosas para sus crías, y el macho tendrá posibilidades de alcanzar mayor rango", añade esta científica, que ha pasado su vida junto a tres generaciones distintas de estos seres, con los que compartimos el 98% del ADN.

Goodall, sin duda, aprendió la lección en el parque de Gombe (Tanzania) e intenta ser una buena madre para los chimpancés y fortalecer así nuestros lazos familiares. No es baladí que su madre la acompañara a en su primer viaje a la selva en 1960 y que compartieran juntas la esquiva compañía de los primates y varias crisis de malaria. Hoy convertida en una anciana de un pelo tan plateado como los lomos de un gorila de montaña, Jane transmite esa auctoritas de la espiritualidad primitiva, la que no distingue de religión o especie, la que solo se aprende en el corazón selvático de nuestro origen, anterior al dinero y al credo del expolio económico.

Con 26 años, fue la primera en explorar este panteón de la humanidad llamado chimpancé, núcleo primario antes de que la rama evolutiva nos separase hace seis millones de años. Y el panteón, la cuna salvaje de nuestra especie, se extingue. ¿Puede llegar a quedar estéril el útero original africano sin que nos demos cuenta? "Si algo me ha dado África es esperanza. Sinceramente, creo que no es una causa perdida, aún podemos salvar a los grandes simios. Es una carrera contrarreloj, pero es posible, y una de las palabras clave es educación", esgrime Rebeca.

Los datos y previsiones de los que disponemos acerca de los grandes simios y el resto de primates, así como de sus hábitats, son aterradores. Una miasma de dolor se expande por el globo para enriquecer los bolsillos del principal primate violento. El tiempo corre a velocidad de vértigo. En las simulaciones para los próximos años de diversos estudios conservacionistas, como los de la UNESCO, el color negro-muerte y el rojo-cáncer (que indica la destrucción completa de los hábitats) se extienden caprichosamente en 2032 sobre los mapas del continente virgen africano y el sudeste asiático, como una muestra simbólica de la putrefacción de esta metástasis que se llevará por delante a gorilas, bonobos, orangutanes, colobos, galagos, loris....

La selva desaparece para que los primates humanos, por ejemplo, en España, nos sentemos en sillas que realzan el señorío de nuestro salón, maderas manchadas con la sangre primaria del Trópico, de la que este país es el tercer importador mundial, sin que muchos se preocupen de cuánta muerte han causado esas hermosas sillas provenientes de la destrucción de un hábitat irrepetible. "Se me pone un nudo en la garganta cada vez que veo esos enormes camiones transportando los troncos recién cortados en la selva camino del puerto. Un barco los conducirá hasta los puertos de la Península para saciar la demanda española. Es realmente irónico que yo sea la única española que esté trabajando en Congo para salvar sus chimpancés y que mi país esté vaciando al mismo tiempo sus selvas", dice Rebeca.

Estamos en una situación de emergencia

La mitad de las 634 especies conocidas de primates tienen la soga al cuello, según el último estudio de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza; de algunos, como el Tarsero Pigmeo, solo quedan una veintena de ejemplares. Del gorila Beringei Beringei, el de montaña, solo sobreviven varios centenares. Por cada primate amenazado hay un hábitat en profunda decadencia cuya destrucción apuntala nuestra extinción. Los esfuerzos conservacionistas han conseguido que algunas especies, como el Lemur grande del bambú de Madagascar, inicien su recuperación. Pero los esfuerzos no son suficientes. "Cuando viajé por primera vez a África había más de un millón de chimpancés en 25 países. Actualmente solo quedan 300.000 ejemplares, diseminados en zonas tan aisladas que tienen pocas perspectivas de sobrevivir. Estamos en una situación de emergencia. Todos estamos en crisis. No sé cuánto tiempo nos queda para revertir este proceso, pero no es mucho, no está lejos", afirma Goodall.

La influencia de Jane Goodall ha sido capital para que comprendamos a nuestros primos genéticos y que se conviertan así en los embajadores de estos ecosistemas moribundos. "El trabajo de Jane ha sido importantísimo, fue una pionera, todo lo que sé y lo que hago es porque ella lo empezó", explica Carmen Vidal, de 51 años, desde Lwiro, en Kivu Sur, en la República Democrática del Congo. Esta veterinaria de Sant Sadurní d'Anoia vive y trabaja en una de las zonas más peligrosas del planeta y está a cargo del Santuario de Lwiro de la ONG Coopera. "Es un problema para todos, no solo para mí. La escasez de alimentos, la inseguridad... No sabes lo que puede ocurrir mañana. Pero tenemos que hacerlo, yo escogí este camino y también hay centenares de cosas hermosas aquí", explica Carmen a través de un hilo telefónico que da la impresión de contactar con la Luna.

Una terrible guerra civil azota el este del Congo desde hace una década. Genocidio, violaciones masivas, amputaciones, esclavitud infantil y el exterminio sistemático de la fauna y la tala salvaje del bosque que la cobija. ¿Y qué puede tener tanta gravedad como para abrir la boca del séptimo infierno? Es la extracción minera, muy barata y beneficiosa para las grandes compañías tecnológicas, que se aprovechan de semiesclavos para obtener el mineral mágico de la comunicación, lo que hace funcionar nuestros smartphones, tablets y videoconsolas: el coltán.

Los cuantiosos ingresos de este mineral financian a las guerrillas y así se dispone la trampa de los pobres. "Aquí matan a los chimpancés por cosas muy básicas. La gente no tiene nada. Hay un grave problema con las tierras. Y entran en la selva y se llevan todo por delante", afirma Carmen, que intenta proteger a sus 'chimpas' inmersa en este cruel territorio en el que apenas quedan 60.000 ejemplares de la subespecie Pan Troglodytes Schweinfurthii. Los pocos chimpancés que han sobrevivido a la orgía de sangre se ven obligados a enzarzarse en sus propias guerras debido a la escasez de recursos. Lo que ha ocasionado que en el Congo se produzcan simultáneamente dos conflictos 'civiles' de larga duración. Ambos, irónicamente, perpetrados por las dos especies de primates más evolucionadas. "Al expandirse los campamentos forestales y mineros, que se mueven de un rincón a otro de la selva, los chimpancés tienen que huir, y muchos mueren, y las hembras no tienen hijos, y es una situación muy conflictiva cuando se encuentran con otros grupos", explica Goodall.

Deforestación galopante

La principales amenazas de los grandes simios, y por extensión de los primates (especialmente, lemures y gibones), son conocidas. Se dan tanto en África como en Asia o Latinoamérica. Es la deforestación, que no solo destruye sus hogares aislándolos en charcas de supervivencia, sino que abre carreteras que permiten introducirse a los furtivos que expondrán, junto a esas carreteras, centenares de cadáveres al sol; o la creciente demanda de 'carne de la selva' en los cada vez más extensos núcleos urbanos –que la consideran un manjar–, incluidos algunos restaurantes de ciudades europeas o estadounidenses; o el creciente tráfico ilegal de especies exóticas; o enfermedades como el ébola; o la multidisciplinar demanda para usos medicinales de Asia; o el uso de aceite de palma...

"Los grandes primates se apañarían muy bien solos, si no fuera por nuestra constante incursión negativa en sus hábitats. Mejoraríamos nuestro propio bienestar si consiguiéramos rebajar las ambiciones materiales. Estas 'necesidades' no básicas son superfluas. Creemos que necesitamos demasiado para vivir. Aprendes muchas lecciones de humildad de los chimpancés", explica Liliana Pacheco, desde Senegal.

La pequeña Lili soñaba, como lo hiciera Jane Goodall a su edad, con viajar a África y estudiar a los animales. Si Jane tuvo las historias de Tarzán, Lili tuvo las de Goodall en los documentales de National Geographic. Le costó mucho llegar hasta Senegal, pues los sueños, siempre ebrios, son amantes de tomar las curvas más sinuosas. "Jane me escribió una carta y me dio ánimos, me dijo que estudiara y que tuviera paciencia", explica esta psicóloga que abrazó la primatología como medio de vida. Ahora se ducha con un cazo de agua en los límites de lo civilizado, y es feliz. Vive con una  familia local en un poblado de Dindefelo, a 36 grados perennes, en una choza con techo de paja y protegiendo a la subespecie Pan Troglodytes Verus, incluida en la Lista Roja de Especies Amenazadas. "Hago lo que siempre he soñado. Si perdemos a los grandes simios, perderemos los hábitats en los que viven, así como toda la biodiversidad. Perderíamos también la posibilidad de estudiarlos y de aprender de ellos. Sería muy triste", alega Liliana.

Demasiado sufrimiento para unos animales que no saben vocalizar la palabra crisis, pero que sienten, lamentan y padecen el duelo. Rebeca Atencia responde con una escena, que es casi una parábola, a la pregunta de qué nos une y qué nos separa de los grandes simios. La Vieille era una hembra de casi 50 años, y Gregoire un macho de casi 70. Los dos pasaban su vejez juntos en una instalación, lejos de las peleas y disputas de los chimpancés más jóvenes. Una mañana lluviosa Gregoire falleció. Fue un shock para todos. "Al ver que el cuerpo de su compañero se alejaba, explotó en llanto, y aunque los chimpancés no tienen lágrimas, sus lamentos eran tan profundos y dramáticos como los de la mujer que pierde a su esposo tras toda una vida juntos. Se puso de pie y levantó los brazos, señalando a su viejo amigo con las manos extendidas, balanceando su cuerpo y dándose manotazos contra el pecho. Esos gritos me hirieron el alma. Lloré como en el más triste de los entierros a los que haya asistido", explica Rebeca.

La situación es crítica. Como en una fábula criminal, el primate sabio podría acabar siendo el más estúpido de sus congéneres. "Si desaparecen, sería una catástrofe, un fracaso colectivo. Es nuestra responsabilidad. Y tiene solución. Yo tengo esperanza, tenemos que arrimar el hombro para conseguirlo", dice Carmen Vidal.  Si desaparecen los grandes simios perderemos la primera maravilla del mundo, anterior a las Pirámides, al Coliseo o la Estación Espacial Internacional. Perderemos la cuna original, y entonces el humano no será más que un monstruo errático condenado a predecir su propia extinción.

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