"A medida que el espíritu adquiere más luces, el corazón adquiere más sensibilidad", escribían Diderot y d'Alembert en su Enciclopedia (1751-1772), una de las obras más representativas de la Ilustración, en el siglo XVIII.
Las luces del pensamiento eran la razón y el conocimiento, que florecieron en Francia con el pensamiento ilustrado. París comenzó a ser conocida entonces como la "Ciudad de las Luces" por ser un centro de intelectualidad y aprendizaje. Nadie sospechaba que 100 años después la fama de ciudad luminosa permanecería, pero por la deslumbrante llegada de la electricidad.
El Instituto de Arte Clark de Williamstown (Massachusetts - EE UU), notable por su colección de pintura del siglo XX centrada en el impresionismo, se detiene en el momento histórico en que las bombillas sustituyeron a las lámparas de gas en los hogares y el alumbrado público. El museo documenta el punto vista de los pintores impresionistas, que tuvieron la sensibilidad de ilustrar el cambio con exquisito detalle, dando a sus obras tonos de luz hasta ese momento desconocidos.
Electric Paris (París eléctrico), en cartel hasta el 21 de abril, es la primera muestra que explora cómo los artistas reprodujeron en sus trabajos el cambio de iluminación que supuso la bombilla en los espacios exteriores e interiores. Con pinturas, dibujos, grabados y fotografías de autores como Edgar Degas, Henri de Toulouse-Lautrec, Pierre Bonnard, Mary Cassatt y Édouard Vuillard, la exposición también es un testimonio de la compleja relación de los pintores con el asombroso avance.
Un filón para los espectáculos y los negocios
En los años cuarenta del siglo XIX París era una de las primeras ciudades que experimentaban con el uso de la electricidad en el alumbrado público. En 1880 las farolas con bombillas se alineaban en los bulevares más importantes y los empresarios vieron en la iluminación un filón para sus negocios: los teatros, los cafés, los circos y los salones de baile e incluso los escaparates de las tiendas se beneficiaban del brillo seductor, de los colores y los haces parpadeantes: autores como James Tissot inmortalizaron con entusiasmo la incorporación de la luz en los espectáculos.
Edgar Degas reveló el contraste entre el brillo del escenario y la ambigüedad de las areas que quedaban en la penumbra, Gustave Barry retrató en el entusiasmo de una escena de baile la excesiva presencia de las lámparas. Autores como Norbert Goeneutte denunciaron de manera velada, con escenas intimistas y domésticas, la fría intromisión de la electricidad en las casas en detrimento de los tonos cálidos del gas y del aceite. Pierre Bonnard apoyó esa visión nostálgica cuando ilustraba una calle de París al atardecer en un día lluvioso. Los haces amarillos desdibujan las figuras de los transeúntes y hacen de la vía pública un escenario confuso de prisas y ansiedad.
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