José Antonio, absuelto tras pasar nueve años en prisión: "He tenido que demostrar que soy inocente"

  • El Tribunal Supremo absuelve tras un recurso a José Antonio Valdivielso, de 33 años, condenado a 13 años de cárcel por varios delitos que no cometió.
  • Fue identificado por error y estuvo nueve años en la cárcel; su padre pasó mucho tiempo investigando en las calles y logró encontrar al culpable.
  • Una abogada de oficio, que solo les cobró "dos veces", se unió a la lucha; José Antonio reconoce que tiró la toalla en prisión, su padre, "nunca".
José Antonio Valdivielso y su padre, Antonio, en la casa del primero en Móstoles (Madrid).
José Antonio Valdivielso y su padre, Antonio, en la casa del primero en Móstoles (Madrid).
JORGE PARÍS
José Antonio Valdivielso y su padre, Antonio, en la casa del primero en Móstoles (Madrid).

"Acabo de hablar con un juez, me ha dado la enhorabuena". Antonio Valdivielso, de 62 años, cuelga el teléfono móvil y mira a su hijo, José Antonio, de 33, que desde hace solo cuatro días sabe que es un hombre absuelto por la justicia, a pesar de que pasó nueve años en prisión. El Tribunal Supremo ha declarado nula la sentencia que le condenó en 2002 a 13 años por los delitos de homicidio en grado de tentativa y robo con violencia y uso de armas. Pero él no había sido, fue un error, no conocía a los otros dos procesados de nada. No estuvo allí.

Fue identificado por las víctimas y los informes policiales le señalaron, pero él se encontraba en casa de sus padres cuando sucedieron los hechos. "Tenía que trabajar al día siguiente", explica mientras fuma y atiende llamadas constantes de la prensa. Entonces era carrocero; hoy trabaja con su suegro instalando luces en centrales eléctricas y nucleares. En la otra esquina del sofá, su padre, que pasa unos días en Madrid —vive en Torrevieja (Alicante) desde hace dos años— le echa el ojo a un documental de animales en la televisión mientras explica que hizo "lo que tenía que hacer, como cualquier padre; el que no lo hubiera hecho es un cobarde". Se refiere a conseguir la absolución.

Investigó, recorrió el barrio de su hijo noche y día y frecuentó malas compañías hasta dar con el verdadero culpable, con nombres y apellidos. Presentó pruebas, algo que, según José Antonio, no se hizo en el juicio, "no demostraron que yo era culpable", recuerda indignado, "yo he tenido que demostrar que soy inocente". Su padre insiste en que "fueron contra él" y que el fallo estuvo en la instrucción, en la fiscalía y en la policía, no en el juez que dictaminó la condena. Antonio sonríe al recordar que al principio no entendía ni "qué era un recurso" y ahora ha aprendido mucho de justicia. ¿Y de la calle? "Que hay buena gente, aunque los llamen delincuentes", dice. Muchos, revela, le ayudaron en su lucha. "Nunca iba solo".

Angustia, "acoso" y lágrimas

Ambos se pisan al hablar constantemente, cada uno con su experiencia. Porque tantos años después de la sentencia que cambió sus vidas aún hay muchas cosas —reconocen— que uno no le ha contado del todo al otro, sobre todo las malas. La angustia, el "acoso" de agentes de policía cuando iba a comprar el pan —confiesa el padre—, los intentos de suicidio en la cárcel, la espera de los estudios antropomórficos, que tardaron "tres años". Cuando supo que iba a entrar en prisión a José Antonio se le cayó "el mundo encima", pero su padre iba a visitarle cada semana —su madre, en silla de ruedas, solo podía ir cada mes— y le insuflaba esperanza junto a la letrada de oficio, Isabel. Pasó por tres prisiones: Soto, Valdemoro y Navalcarnero.

"A muchos les voy a callar la boca, a los que decían que no era extraño que con una abogada de oficio le hubieran condenado. Pues toma, la sentencia del Supremo", dice Antonio. Solo tienen palabras de agradecimiento para Isabel, que asistió a José Antonio desde que fue detenido y siempre creyó en él. "Nos ha cobrado dos veces en nueve años", confirman, "ha llorado por estar mi hijo preso, por no podernos ayudar más", apostilla el padre, mientras José Antonio asiente. Por ellos y por su novia Mónica —la conoció cuando salió de permiso y le ayudó "a pagar la responsabilidad civil, todos los meses"— José Antonio decidió aguantar a pesar de que había abandonado toda esperanza; "tiré la toalla", dice. "Yo nunca", replica Antonio.

Se construyó una vida entre barrotes. "Te tienes que relacionar con los demás, si no, te vuelves loco", explica. Asegura que "distraía la mente" haciendo ejercicio o estudiando. Cree en la reinserción, pero desde la voluntad personal, no en los centros, porque la cárcel, opina, "es una fábrica de vagos". Tuvo una mala experiencia con los psicólogos, no le creían, "si no has hecho esta, otras habrás hecho", le dijo alguno. No sabe si algún día le contará algo de esto a sus hijos, si los tiene, porque no quiere tener que recordar.

José Antonio cumplió nueve años de pena y pasó después por el tercer grado y la libertad condicional, así que "en libertad total" lleva un año escaso. Cuando supo que era inocente, lloró. Limpiar su nombre fue una empresa a la que nunca renunció, aunque ya hubiera pagado su deuda con la justicia —y la responsabilidad civil, la económica— y aunque "todas las personas que han actuado para meterme ahí dentro" no vayan "a pagar nada". Las consecuencias psicológicas peduran, "el miedo" a que le vuelva a pasar persiste, aunque sea "relativo", dice con la boca pequeña, por si fuera a convertirse en realidad.

La abogada se está informando ahora sobre cómo pedir una indemnización, aunque no es algo que les preocupe. "Lo que venga es un regalo del cielo", dice Antonio. ¿Confían en la justicia? "Hasta cierto punto", contesta José Antonio, que en cualquier caso tiene claro que es "lenta y tardía"; su padre confía "en los gordos, en los pequeños no". Mientras no se pidan responsabilidades por errores como los que se cometieron en la investigación de este caso "va a haber muchos inocentes en la cárcel", dice. Hoy José Antonio solo sueña con tener una vida normal; su padre, con una Primitiva y con pasear a "su chica" —así llama a su mujer— junto al mar.

La abogada: "Seguí por humanidad"

Isabel Torrado, la abogada de oficio que asistió a José Antonio desde su detención, explica por teléfono a 20minutos.es lo que han supuesto para ella todos estos años de lucha jurídica para demostrar la inocencia de su cliente.

¿Por qué decidió seguir en el caso?

Decidí seguir por humanidad. Los abogados de oficio solo estamos obligados a agotar todas las instancias en el primer juicio, después podría haberlo dejado, a pesar de que no estaba segura del todo de que fuéramos a tener éxito.

¿Qué ha ocurrido con el ‘verdadero’ culpable, José Carlos H. R.?

Se inició una querella contra él, pero era difícil que los testigos que reconocieron en un primer momento a Valdivielso fueran a desdecirse. Simplemente recurrieron al "no me acuerdo" y se archivó la querella. Ahora está en libertad.

¿Es totalmente seguro que esa persona es en realidad el verdadero autor de los crímenes?

En el informe de la Guardia Civil los agentes aseguran que "José Carlos H.R. es el candidato que presenta mayor correspondencia" con la imagen tomada por las cámaras de seguridad del cajero que fue atracado. No se puede afirmar con total seguridad que sea él.

¿Qué ocurrió con las otras dos personas que fueron acusadas junto a Valdivielso?

Entraron en prisión preventiva, al igual que él. Sin embargo, fueron absueltos del robo con intimidación ya que el segundo testigo no pudo reconocerles. No puedo dar más datos porque renuncié a su defensa.

¿Por qué ha sido tan largo el proceso?

Tuvimos que recurrir al Tribunal Supremo, pedir pruebas antropométricas… y ya se sabe que la administración y la Justicia son lentas.

¿Está satisfecha después de tantos años de esfuerzo?

Satisfecha, sí. Contenta, no. Ha sido tanta la pena durante tanto tiempo que no me compensa. Me apena mucho verle porque es una extraordinaria persona. Él me recuerda lo fatídico de la vida, lo duro que es vivir.

Mostrar comentarios

Códigos Descuento