En el mostrador, café y chocolate. Pero no se ofrece sólo un producto, sino una forma de entender las cosas. «El comercio actual está visto como vender cuanto más, mejor, y eso lo paga siempre el fabricante; nosotros lo entendemos justo al revés», explica este voluntario riojano que reside en Zaragoza.
Su filosofía se apoya en el trabajo que los cooperantes realizan sobre el terreno y que, en este caso, proporciona las materias primas (cacao y grano de café) a través de cooperativas en Perú. En ellas se garantizan, entre otras cosas, la igualdad de las mujeres, una jornada laboral razonable, el veto a la explotación infantil y un salario digno.
El resultado es un producto a la cabeza en calidad por su producción biológica y que garantiza un poco de equilibrio en un mundo cada vez más descompensado. Pero Román quiere rematar el argumento: «Además, tasado en una tienda delicatessen, nuestro café saldría más caro».
Al otro lado, Camino y Javier, de 26 y 30 años, pasean entre los puestos. Preguntado por los productos, él no lo duda: «Mejor que los fabricados en China, ¿no?»; y añade: «lo tenían que hacer más veces».
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