Estas medidas, en un deporte en el que no se cuentan los partidos ganados, sino los disputados y al árbitro se le llama amigo, tienen un fin: reactivar a personas de más de 50. «El hombre más mayor que juega tiene 82 años y la mujer, 84.
Lo más bonito que me han dicho es que con el cachibol se sienten útiles», explica Piñeiro. Unas 50 personas de media cada sábado se reúnen en invierno para practicar en pabellones cubiertos, y en verano, sobre la arena de la playa. Los equipos son siempre mixtos.
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