Lisboa y la eterna juventud

El nuevo paseo peatonal de Belém, junto al Tajo.
El nuevo paseo peatonal de Belém, junto al Tajo.
TURISMO DE LISBOA
El nuevo paseo peatonal de Belém, junto al Tajo.

"Lisboa, ciudad vieja, llena de encanto y belleza, siempre con una sonrisa tan hermosa y un vestir elegante, el velo blanco de la nostalgia cubre tu cara de hermosa princesa". Así personificaba Lisboa la célebre cantante portuguesa Amália Rodrigues en uno de sus fados, una breve descripción que resume aún hoy la imagen más habitual de la capital portuguesa, una ciudad cuyo atractivo, como si de una sabia anciana se tratara, reside en el tiempo reflejado en las arrugas de su rostro, en la mirada nostálgica y en el caminar pausado con el vaivén de un antiguo tranvía. Esa Lisboa existe.

Pero cegados por lo cómodo del tópico, muchas veces se olvida que existe otra: la vibrante ciudad multicultural de casi dos millones de habitantes que, orgullosa de su pasado, no se olvida de mirar al futuro. Es la Lisboa moderna que afronta el siglo XXI con un espíritu joven, vistiéndose a la moda, poniéndose guapa y bailando hasta altas horas a ritmo de música electrónica. Y no solo es tan real como la vieja Lisboa, es que en muchos rincones se hace ya más evidente.

El lugar donde mejor se respira estos aires de cambio es curiosamente a orillas del río Tajo. Puede que no sea casualidad, porque a esta zona de Lisboa le han gustado siempre los retos: por mucho que los lisboetas lo llamen río –técnicamente lo es–, aquí el Tajo se las da ya de océano y eso ha marcado el espíritu marinero y (por ende) aventurero de esta parte de la ciudad. Si hace 500 años desde aquí se inició la conquista de ultramar, hoy la zona ha asumido el reto de reflejar los cambios del nuevo siglo. Como resultado de esta coincidencia, junto al río, modernidad y tradición se dan la mano y dialogan sin complejos. La primera habla con entusiasmo de los retos futuros, y la segunda, nostálgica, le responde rememorando historias de tiempos más gloriosos que huelen a especias y sal.

Todo esto se hace patente especialmente en el célebre barrio de Belém, donde los nuevos vecinos (arquitectónicamente hablando) ponen el contrapunto sobrio y futurista a los excesos recargados del estilo manuelino que impregna las construcciones más veteranas. Así, en la Praça do Imperio, el Monasterio de los Jerónimos se ha tenido que acostumbrar a compartir protagonismo con el CCB (Centro Cultural de Belém), un robusto edificio de piedra que recuerda al famoso Castillo de San Jorge que corona Lisboa.

Y río abajo, las líneas sobrias y sinuosas del centro de investigación médica de la Fundación Champalimaud (más propias de un museo de vanguardia) se reflejan en el Tajo como a escasos cien metros lo hace la emblemática Torre de Belém, icono de la ciudad. Si esta servía para defender Lisboa de las invasiones por mar, la fundación Champalimaud lucha contra enemigos más actuales y escurridizos, como son el cáncer y las enfermedades neurodegenerativas. Es cierto que muchos no ven bien esta intromisión de la ciudad moderna en el espacio histórico, pero hay que reconocer que la combinación, lejos de restar, suma: aunque la mayoría de los lisboetas hablan pestes del CCB, la realidad es que desde su inauguración se ha convertido en un referente cultural de la capital lusa.

Y sigue latiendo...

En otros rincones de Lisboa, sin embargo, no existe este choque tan directo, ya que la ciudad moderna surge de la reinvención mediante nuevos usos de la ciudad vieja.

El ejemplo más claro lo tenemos en la Praça do Comércio, un espacio de 36.000 m2 por el que la Lisboa histórica se asoma al Tajo. Siempre ha sido el centro neurálgico de la ciudad y esto, tarde o temprano, termina por pasar factura: la plaza quedó engullida por el tráfico y en los noventa llegó a ser un aparcamiento. Pero tras unas obras recientes de peatonalización, hoy el corazón de Lisboa vuelve a latir con fuerza. Los ministerios que ocupaban los flancos de la plaza han dejado paso a restaurantes de diseño y al nuevo Lisboa Story Center, donde se recrea el pasado de la ciudad con ayuda de las nuevas tecnologías. Lo nuevo y lo antiguo también se dan la mano en el MUDE, el Museo do Designe e da Moda, inaugurado en 2009, a escasos metros de la Praça do Comércio, que ha reciclado la abandonada sede del Banco Ultramarino.

Pero la modernidad es una actitud y no solo una fachada de edificios futuristas. Reside en sus gentes, y en este sentido, los lisboetas, pese a los malos augurios presentes, son optimistas y saben disfrutar de todo aquello que traen los nuevos tiempos: moda, gastronomía, arte... Nosotros terminaremos como empezamos: con música. ¿Con un fado? No tiene por qué. Porque Lisboa no solo suena a Amália Rodrigues. Buena cuenta dan de ello los centenares de locales que conquistan la noche lisboeta a ritmo de trance, house, chill out o frenéticas sesiones de DJ. Aquí también cobra protagonismo el Tajo, porque los principales clubes nocturnos se concentran cerca del río, en las docas (muelles), como LUX, propiedad del actor John Malkovich. Pero si preferimos quedarnos con el fado, ¿por qué no probar el fadolab (fado experimental) en Can the Can? Porque incluso hasta en lo más tradicional, Lisboa puede sorprendernos...

Una entrada en el siglo XXI por todo lo alto

El espíritu renovador lisboeta comenzó en 1998 de la mano de la Exposición Internacional de los Océanos, que supuso la transformación de la hasta entonces degradada zona de Cabo Ruivo. En su momento, algunos criticaron su emplazamiento, junto al río y próximo al aeropuerto, pero hoy su éxito es incuestionable: el antiguo recinto, conocido ahora como Parque das Nações, se ha convertido en una de las zonas más atractivas (y caras) de la ciudad.

Los pabellones han dado paso a futuristas edificios residenciales, oficinas y locales comerciales y de ocio que se levantan en un entorno diseñado para el esparcimiento, con hitos arquitectónicos como el Oceanário, la Torre Vasco da Gama o el Pavilhão Atlântico.

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