Barack Obama, la sombra de un mito que busca la continuidad

  • El espíritu escéptico de la actual sociedad americana, junto a la situación de una economía aún renqueante, hacen peligrar su reelección.
  • El 'nuevo' político ya no puede presentarse como alternativa, así que pide una segunda oportunidad para culminar una tarea "a medias".
  • Sus obsesiones son parecidas a las de 2008: más inversión en educación, más impuestos a los ricos y más empeño en crear empleo.

Lo malo de alcanzar la cima en primera instancia es que después solo te queda descender. Que una vez que has sido encumbrado, únicamente es posible iniciar la bajada. O mantener el equilibrio. La trayectoria política de Barack Obama (Honolulu, Hawai, 1961) conoce bien estas premisas.

En 2008, el primer candidato negro de la historia a la presidencia de Estados Unidos encandiló a las clases medias y bajas americanas con un discurso que tocó el corazón del mundo. Sus palabras apelaron al "hambre de cambio" que latía entonces en la nación americana, donde la crisis económica —que había empezado a mostrar sus fauces— y la sombra de la guerra de Irak —bandera de la administración Bush— habían minado la moral de una parte importante de la población.

En aquel contexto, la aparición de aquel locuaz descendiente de inmigrantes, de identidad mestiza y condición casi anónima, vino a movilizar el entusiasmo de numerosos colectivos que, por primera vez desde hacía décadas, reconocieron en el mensaje de Obama un motivo para creer. Las elecciones se convirtieron en una prueba de fe, de la que Obama emergió, con halo heroico, como un icono de esperanza.

El exsenador de Illionis advertía ya entonces, sin embargo, que lograr el cambio no iba a ser tarea fácil y anunciaba contratiempos en una senda con la que pretendía conducir al país hacia el fin de la guerra en Irak, la asistencia sanitaria universal o la independencia energética.

Cuatro años después, los pronósticos se han cumplido solo en parte. Y el entusiasmo que movilizó a las minorías ha dado paso a un desencanto desmotivador tras una legislatura en la que, según las encuestas, numerosos ciudadanos no han visto mejorar su calidad de vida. Un espíritu escéptico que, sumado a las cifras de la aún débil economía estadounidense —que crece tímidamente, un 1,3% en el segundo trimestre del año— y al elevado índice de desempleo —del 7,8 % en septiembre—, hacen peligrar la reelección del actual inquilino de la Casa Blanca.

Una tarea que está "a medias"

Ante este horizonte, no resulta extraño que el 'viejo Obama', aquel orador entusiasta que dejó a John McCain —su adversario en las elecciones de 2008— fuera de juego con un mensaje de renovación, haya modulado su discurso. La razón es sencilla: el 'nuevo' político ya no puede presentarse como alternativa. Así que la opción pasa ahora por pedir una segunda oportunidad para culminar una tarea que, asegura, está "a medias".

El escenario ha cambiado y, con él, la argumentación. Aunque no la ideología ni los principios que la sustentan. Porque la apuesta de Obama siguen siendo las clases media y baja. Y sus obsesiones, parecidas a las de 2008: más inversión en educación, más impuestos a los ricos y más empeño en emplear al sector manufacturero y en lograr la independencia del petróleo extranjero.

Obama sigue pues fiel a una forma de hacer política que lo aleja del modus operandi de su rival, Mitt Romney, quien se ha desdicho de algunos testimonios a lo largo de la campaña, en lo que parecen virajes dictados por sus asesores. Frente a los vaivenes del aspirante republicano, Obama se presenta como un candidato firme en sus convicciones, una virtud que estos días han destacado medios como The New York Times o la revista The New Yorker, que han expresado su apoyo a su relección.

Una biografía insólita

La particularidad del carácter del presidente de EE UU tiene mucho tiene que ver con la riqueza de una biografía insólita, que él mismo relató en dos libros, La audacia de la esperanza y Sueños de mi padre, y que explica que su retrato sea todo menos simplista.

Hijo de un economista keniano y de una antropóloga blanca procedente de Kansas, Barack Hussein Obama nació hace más de 50 años, el 4 de agosto de 1961 en Hawai.

La separación de sus padres, cuando tenía dos años, y el segundo matrimonio de su madre con un indonesio lo llevó hasta el país asiático, donde se educó en escuelas musulmanas y católicas, y desde donde regresó a los 10 años a Honolulu para ser criado por sus abuelos maternos.

Su estela ambulante lo condujo, una vez acabado el Bachilleraro, hasta Los Ángeles, Nueva York —allí se graduó en Políticas en la Universidad de Columbia—, Chicago y Harvard, donde su brillante expediente le hizo licenciarse en Derecho. Entre tanto, en 1992, se casó con Michelle, la abogada originaria de Chicago, con quien tuvo dos hijas, Malia y Sasha, y que se convertiría años después, además de en primera dama, en una figura clave que reforzaría la popularidad de su marido.

La llegada a la política de Obama no se produjo sin embargo hasta 1997, cuando fue elegido senador estatal de Illinois. Antes de eso, su trayectoria laboral fue heterogénea: ejerció como trabajador social, profesor y defensor de los derechos civiles.

Su entrada en la política nacional, a través del Senado, se produjo en 2004, tras su paso por la Convención Demócrata, donde despuntó como orador con un discurso propio del 'sello Obama', en el que reivindicó la reconciliación racial en EE UU.

Con ese mismo espíritu, se embarcó en febrero de 2007 en una campaña presidencial, en la que forjó a la perfección la imagen del candidato idealista que conquistó a los americanos. Una estampa que, ocho meses y medio después, fue mejorada al ser galardonado con el Premio Nobel de la Paz por sus "extraordinarios esfuerzos para fortalecer la diplomacia internacional y la cooperación entre los pueblos".

Logros y promesas pendientes

A partir de entonces, el ejercicio político solo podía provocar —incluso en el mejor de los casos— un menoscabo de su imagen heroica. Si bien, sus simpatizantes siguen contando, entre sus logros, la reforma sanitaria —que establece el seguro médico obligatorio—, la ley de regulación financiera (o Dodd-Frank), el fin de la guerra de Irak o los golpes de los últimos años a Al Qaeda, en donde se incluye la controvertida muerte de Osama bin Laden.

Su primer revés político se produjo en noviembre de 2010, cuando los republicanos se hicieron con la Cámara de Representantes, en lo que fue interpretado como un castigo al presidente demócrata, que, no obstante, mantuvo su mayoría en el Senado.

La polarización en el Congreso entre demócratas y republicanos, tras este batacazo, se ha acentuado durante el resto de su mandato, lo ha bloqueado iniciativas de ambas partes para impulsar la economía tras la mayor crisis desde la Gran Depresión.

Entre sus asignaturas pendientes, el cierre de la cárcel de Guantánamo, y la puesta en marcha una reforma migratoria que le reclaman, entre otros, los hispanos, un colectivo clave para lograr su reelección.

Empate técnico en la recta final

Los últimos meses se han convertido en una lucha sin tregua entre los dos aspirantes a la Casa Blanca, que han buscado mejorar su puntuación en las encuestas, que anuncian en líneas generales un empate técnico.

Después de las convenciones republicana y demócrata, celebradas en agosto y septiembre, la 'guerra' entre Romney y Obama se ha librado principalmente en los platós de televisión, donde ambos han protagonizado tres debates que han ido variando levemente las cifras de seguimiento.

Mientras en el primero de los debates se impuso el candidato republicano ante un Obama desconocido que parecía estar incómodo, en los dos restantes, el último de ellos dedicado a discutir sobre política exterior, los ganó, según las encuestas, el presidente.

La situación, en cualquier caso, está muy igualada. Y Obama centra su atención, ahora más que nunca, en los colectivos que podrían llevarle de nuevo a la Casa Blanca: las mujeres, los jóvenes y las minorías latina y afroamericana. La estrategia es distinta a la de hace cuatro años. Pero las bazas con las que cuenta son las mismas con las que entonces logró captar la emoción: el empuje de una voz con discurso firme y un claro poder de convicción.

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