Para cualquier espectador de cine será fácil localizar en la memoria unas cuantas escenas de protagonistas, tanto hombres como mujeres, encadenados, atados, encordados o inmovilizados en las películas. Desde Fay Wray sujeta a un par de columnas como ofrenda viva para King Kong hasta Sean Connery en una camilla y a punto de ser castrado por un láser en Goldfinger, son centenares los héroes y heroinas de películas sometidos a la disciplina del bondage.

El libro Hollywood Bound (Atados a Hollywood), a punto de ser editado por la editorial Reel Art Press, se presenta como "un viaje fotográfico por la historia del bondage en las películas". El tomo reúne espectaculares y muy explícitas fotos de filmes de todos los tiempos que revelan como el encordamiento y sus derivados han sido utilizados no sólo por exigencias de la trama, sino buscando con descaro y picardía el componente erótico y lujurioso de ver a un sex symbol indefenso y a merced de una voluntad ajena.

Como señala en el prólogo el periodista Peter Doggett, la relación de los grandes estudios de Hollywood con sus actores y actrices siempre estuvo basada en la "subordinación" y el "sometimiento" a la "dictadura" de las productoras. "Exigió pasión, emoción, suspense, violentos estallidos de emoción y movimiento. Para cada protagonista abriendo camino en la pantalla con una espada plateada o una mueca sensual, era necesaria una víctima, en espera de ser dejada de lado con facilidad despectiva o devorada en un paroxismo de lujuria".

La dualidad moral de los mecanismos de producción masiva de ídolos exigía una "constante liberación de inhibiciones" y, al mismo tiempo, la aplicación de "medidas restrictivas" de castigo, añade Doggett en su reflexión. "Así fue como doncellas inocentes fueron inmovilizadas por seductores rapaces, villanos monstruosos encadenados, héroes valientes esposados o atados viciosamente en espera de la más cruel de las torturas física o psicológica".

Hollywood Bound es una "guía" para recorrer la profusa historia del bondage en el cine. Más de un centenar títulos y un número mayor de actores y atrices (desde James Dean a Robert Redford, desde Virginia Mayo a Pulette Goddard) aparecen retratados en la inmovilidad provocada por cadenas y cordajes de todo tipo, siempre entregados a la voluntad o las pautas marcadas por otros.

Los autores —la selección de fotografías es de Tony Nourmand— se preguntan lo obvio: "¿había un programa extracurricular en el trabajo? (...) ¿decidía alguien explotar el tortuoso placer de atar y atormentar?". Aunque no aportan una respuesta directa, la apuntan con claridad al solicitar que contemplemos con atención la foto de Charlton Heston, encadenado interpretando a Moisés en Los diez mandamientos con un gesto de espera que no oculta la interpretación sexual.

Aunque las productoras de Hollywood se cuidaban de no presentar el bondage como una práctica sexual, siempre dejaban espacio suficiente para que el erotismo de la disciplina —frecuentemente aplicada en las películas a actores y actrices semidesnudos— se apoderase de la secuencia y sirviese como gancho para estimular a los espectadores a ver el film. Las fotos de encordamientos eran habitualmenrte repartidas entre la prensa como material de promoción para extender la voz entre los aficionados.