De fiesta en Malta: pólvora, vida y pasión religiosa y musical

  • En verano, cada fin de semana, se celebran los "festi", fiestas tradicionales en todos los pueblecitos en honor a su santo patrón.
  • Engalanan las iglesias con luces de colores y las casas con guirnaldas.
  • Los fuertes y murallas de La Valetta siguen en pie, casi cinco siglos después.
La Valetta.
La Valetta.
FLICKR/Julien Lozelli
La Valetta.

Más de siete mil años de historia contemplan a esta isla -en realidad un archipiélago de tres- de Malta que brilla, como cruce de caminos marítimos, en el Mediterráneo por sus numerosos e importantes vestigios históricos que en algunos casos han permanecido casi milagrosamente salvándose de su destrucción.

Si viajamos a Malta en verano, hay que deleitarse con las fiestas tradicionales que se organizan en todos los pueblecitos en honor a su santo patrón. Cada fin de semana, de junio a septiembre, estos "festi" sorprenden por su espectáculo de color, pólvora, vida y pasión religiosa y musical.

Los malteses engalanan el exterior de sus iglesias con luces de colores, exhiben objetos de plata y de oro y sacan la estatua de su patrón en procesión. El ambiente se completa con la decoración de las casas de los vecinos (guirnaldas, pancartas y banderas), la actuación de la banda o las bandas de música, a veces rivales de la misma ciudad (costumbre de origen británico), y una magnífica demostración de fuegos artificiales.

Es una tradición del auténtico y hospitalario pueblo de Malta, fuera de los circuitos de los turistas extranjeros, la isla donde se dice que naufragó San Pablo.

La huella de la poderosa Orden de Malta

Fenicios, cartagineses, romanos, bizantinos, normandos, caballeros de la Orden de San Juan, franceses e ingleses dejaron en esta tierra su impronta. De todos ellos, la poderosa Orden de Malta fue la más determinante, pues dotó a la isla con su posterior máquina militar de un inexpugnable sistema defensivo basado en fuertes, bastiones y murallas que todavía hoy, casi cinco siglos después, sigue en pie.

La Valetta, la capital de la isla que pertenece a la Unión Europea desde 2004, es una ciudad turística que vale la pena saborear, tanto si se accede a ella a través del mar con sus numerosos barcos de recreo y cruceros que la abarrotan, o desde el interior. Surgida tras el Gran Asedio Turco de 1565 -Carlos V había donado la isla a los caballeros de la Orden en 1530-, La Valetta se benefició de la pujanza de estos caballeros que levantaron en ella palacios, iglesias, albergues y otros edificios nobles que convirtieron a la isla en la principal entrada de la Cristiandad Occidental.

En el recorrido por La Valetta, además de disfrutar de sus calles empinadas repletas de balcones forrados por celosías, de todos los tamaños, hay que disfrutar de la vista del Gran Puerto desde los Altos Jardines de Barracca, o de la Fortaleza de San Elmo y el Hospital de los Caballeros o del siempre concurrido Palacio del Gran Maestre, actual sede del Gobierno.

Pero, quizás, el edificio que impone más al visitante que se acerca a la superajetreada Republic Street, una vez satisfecho el capítulo de compras y souvenirs y tras haber tomado un café o un pastel en el clásico Café Cordina,  es la Catedral.

La Mdina, la "ciudad del silencio"

La Concatedral de San Juan, construida entre 1573 y 1577, maravilla al que se acerca a su interior por su estallido de color, oro y los complicados diseños que la adornan en un remarcado estilo barroco. Pero no sorprende menos su suelo pavimentado con sepulcros bellísimos, constantemente fotografiados por los turistas, ni mucho menos los cuadros de Caravaggio ("La decapitación de San Juan Bautista" es considerada obra maestra).

Tras la visita de La Valetta, después de dar una vuelta en barco por el mar para conocer mejor su visión desde el agua, hay que acercarse al centro de la isla para conocer Mdina, la antigua capital de los caballeros. Conocida como la "Ciudad del Silencio", vale la pena vagar por sus estrechas y ensombrecidas callejuelas para desembocar en las plazas, siempre soleadas y amplias adornadas con imágenes religiosas sagradas.

Si se dispone de un poco más de tiempo, una parada muy recomendable es el Palazzo Falson. Se trata del segundo edificio más antiguo de la ciudad amurallada y hoy está ocupado por un museo repleto de interesantes colecciones artísticas y de costumbres históricas, así como objetos curiosos como un llamativo reloj de la época napoleónica que marca solo diez horas en su esfera.

Tampoco se puede abandonar la ciudad sin disfrutar del mirador de Bastión Square, desde donde se divisa la cúpula dorada de Santa María de Mosta. Solo las de San Pedro (El Vaticano), Santa Sofía (Estambul) y Abijan (Costa de Marfil) la superan en tamaño. En su sacristía se exhibe la bomba que atravesó la cúpula en 1942 y rebotó dos veces en las paredes del interior del templo.

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