Festival D'A 2020: Una educación sentimental en ocho largos y tres cortos

Crónica de nuestra primera maratón en el Festival D'A, que por virus ajenos a la empresa se celebra íntegramente a través de Filmin hasta el 10 de mayo.
Festival D'A 2020: Una educación sentimental en ocho largos y tres cortos
Festival D'A 2020: Una educación sentimental en ocho largos y tres cortos
Festival D'A 2020: Una educación sentimental en ocho largos y tres cortos

El D'A es el festival de la Nueva Normalidad. Mientras la mayoría de eventos han decidido trasladarse en masa a octubre, la organización del festival prefirió mantener las fechas anunciadas, del 30 de abril al 10 de mayo, y desplegar su programación a través de Filmin, para regocijo de la más inquieta cinefilia, confinada en el tresillo de casa.

Tras la sesión inaugural a cargo de la estupenda Habitación 212, de Christophe Honoré, que nos pareció que desplegaba más inventiva, y en casi la mitad de metraje, que su anterior Vivir deprisa, amar despacio, les contamos, en una suerte de crescendo, nuestras primeras impresiones sobre una programación que brilla por su audacia y su frescura.

El corazón rojo, de Marc Ferrer: El año pasado en Barcelona

El realizador catalán es tan habitual del festival que, con este simpático corto programado en sesión especial, nos remite a la edición del año pasado, cuando Louis Garrel llamó en directo a  Jean-Claude Carrière desde el escenario. Una risueña muestra de la fauna y flora que pulula(-ba) en el  D'A, Hidrogenesse inclusive.

Violeta no coge el ascensor, de Mamen Díaz: Hannah en Malasaña

Hace ya casi 15 años, cuando era toda una desconocida, Greta Gerwig protagonizó Hannah Takes the Stairs (2007), con sus amiguitos del otrora llamado mumblecore (lo más indie de los indies con camisas a cuadros), como Mark Duplass y Andrew Bujalski. Era una comedia de andar por casa, con diálogos en gran parte improvisados, que se alimentaba de un humor particular, y anunciaba el desembarco de una nueva generación abocada a la precariedad.

Lo que nadie, pero nadie-nadie, podía imaginar es que aquella película de Joe Swanberg de carácter tan espontáneo iba a ser objeto de un remake, pero trasladado al verano de Malasaña, con Violeta Rodríguez, también coguionista, que además es hija de Ariadna Gil y David Trueba (inevitable mencionarlo, pues se tiene muy presente al contemplarla), subiendo por las escaleras en lugar de la Gerwig, que hoy ya es una señora madre junto a Noah Baumbach.

Las mismas situaciones se suceden como antaño, añadiéndose lo que parece una cierta nostalgia de la Nouvelle Vague, puesto que también se deja trasparentar cómo se va haciendo la propia película, así como la personalidad e idiosincrasia de los personajes malasañeros. Un extraño homenaje, que paradójicamente, pese a su mimetismo, no carece de frescura, y nos recuerda cómo era la vida de esta nueva generación que, según parece, podría calcarse sobre la anterior.

Little Joe, de Jessica Hausner: Las plantas no dan la felicidad

Y de la canícula malasañera, pasamos a la gelidez austríaca de la gran homenajeada de esta edición, Jessica Hausner, a su vez  trasladada a un sofisticado laboratorio botánico británico, donde una Emily Beechan premiada en Cannes y un Ben Wishaw de bata blanca producen en serie, junto al resto de su equipo, una planta que se supone que da la felicidad.

Ella decide llevarse un ejemplar a casa, con el esperado giro en plan La pequeña tienda de los horrores (Roger Corman, 1960), que plantea preguntas sobre los límites de la manipulación genética. Naturalmente, al tratarse de una perversa cinta austríaca, valga la redundancia, la problemática será más amplia, empezando por el hecho de que la protagonista es madre soltera, y que el Joe del título no es su hijo, sino la maldita planta.

Incómodamente divertida, incluso perturbadora, impresiona por el despliegue visual orquestado por Katharina Wöppermann, colaboradora de Hausner desde sus inicios. Una película sugestiva, que carece sin embargo de un final tan memorable como el de Léa Seydoux vestida de enfermera y cantando Felicitá en Lourdes, que significó la milagrosa revelación de Hausner al resto del mundo.

Roubaix, une lumière, de Arnaud Desplechin: El penúltimo polar humanista

Léa Seydoux, por cierto, forma pareja con Sara Forestier (el descubrimiento de Kechiche en La escurridiza), en este filme para el que Arnaud Desplechin decidió deshacerse de derivas postmodernas, abrazando el género sin fruslerías, y de paso la cruda realidad de su ciudad natal, Roubaix, en el Norte de Francia, tocando con la frontera belga.

El cine de Desplechin tiene en Roubaix su centro de gravedad permanente. Incluso llevó a cabo un seductor documental sobre la venta de su casa familiar (L'aimée, 2007), que es la de Un cuento de Navidad (2008), o se le parece mucho. Para esta película se ha inspirado de un impresionante documental ajeno –Roubaix, commissariat central, affaires courantes, de Mosco Boucault–, que ya relata el caso del asesinato de una anciana en el que se centra el film.

Roschdy Zem está impresionante como el comisario humanista de este glorioso ejemplo de polar a la antigua. Es cine negro como el que ya no se hace, y mucho más que una mera curiosidad en la filmografía del francés. Que no les engañe su aparente sencillez. Después del desigual laberinto mental de Los fantasmas de Ismael, en el que se había medio perdido, esto es un contundente ejercicio de claridad y de nostalgia por un género que, años atrás, fue tesoro nacional en nuestro país vecino.

Aznavour by Charles, de Marc Di Domenico: El mundo interior del cantante de variedades

Charles Aznavour era un cineasta secreto. Edith Piaf le regaló una cámara, y desde entonces, al principio de su carrera como cantante, y actor brillante, no se separaba de ella, filmando primero sus viajes por el mundo con total libertad, y luego en su círculo más íntimo, necesariamente más restringido por su condición de estrella mundial, siempre cercado por los cazadores de autógrafos.

Eran imágenes que guardaba para él, y que no se decidió a mostrar hasta el último momento, entregándoselas a su amigo Marc Di Domenico, para que hiciera lo que quisiera con unas 40 horas de material que dormía el sueño de los justos, quizás para no molestar a los suyos con sus mujeres de antaño. A las parejas no les suele gustar que el pasado emerja como si nada.

El resultado es un agradable collage que, narrado por Romain Duris a partir de frases de Aznavour extraídas de sus cinco biografías, en el que lo que destaca, además de las inevitables canciones y de fragmentos de sus rodajes con Truffaut o Franju, son los colores vintage y la mirada de Aznavour, que no era la de un turista cualquiera. Como todo el mundo, yo también conservo una caja llena de Super 8 de mi abuelo. Pero no tenía esa mirada, aunque sí una extraña fijación: filmar flores sólo levemente agitadas por el viento.

Panteras, de Èrika Sánchez: Adolescentes rebeldes en la periferia

Una pareja formada por dos carismáticas chicas adolescentes, una blanca y otra negra, en el fascinante paisaje industrial de la periferia de Barcelona. En apenas 22 minutos, este corto de brillante factura muestra las complejidades de su relación con sus propios cuerpos cambiantes.

Nomad: In the Footsteps of Bruce Chatwin, de Werner Herzog: El amigo del doble

Contemplar una caverna prehistórica mientras escuchamos la voz de Herzog hablando en inglés con su inconfundible acento alemán es probablemente lo más cerca de Dios que podremos estar en lo que nos queda de vida. Visto así, este documental de la BBC es como un Greatest Hits: Herzog vuelve sobre muchos de los paisajes ante los que nos hemos extasiado gracias a su voz divina.

Pero, más que un recopilatorio, esta película es un muy emotivo recuerdo del escritor trotamundos que le precedió en sus excursiones a pie, y con el que Herzog coincidió en el tiempo, más o menos desde que filmó en Australia Donde sueñan las hormigas (1984) hasta la muerte del escritor que, víctima de otra plaga letal -el sida-, falleció en 1988, después de rogarle inútilmente a su amigo que atajara su sufrimiento con una pistola o lo que fuera.

Durante esos cuatro años, que coincidieron con el deterioro de Chatwin, Herzog rodó la impresionante Cobra Verde, a partir de uno de sus libros y con la participación de auténticas tribus africanas. Es el retrato de una amistad profunda en la que Herzog reconoce en Chatwin al doble que habría guiado sus pasos sin él saberlo. Estuvieron en los mismos lugares, interesados por las mismas cosas, pero en tiempos distintos. Después de verle hacer el villano en The Mandalorian, la serie que ha pautado el confinamiento, aquí Herzog se presenta más vulnerable que nunca.

Un blanco, blanco día, de Hlynur Palmason: El corazón del arte

De la floreciente cinematografía islandesa, nos llega su vertiente menos convencional y a la par intimista. La casa en la que el protagonista invierte sus esfuerzos como metáfora de reconstrucción terapéutica, y que vemos evolucionar en el tiempo al principio del film como si de una instalación artística se tratara, es la del propio cineasta, y la película se rodó con amigos y familiares.

Lo que precede explica por qué esta película rodada en latitudes tan heladas como lejanas nos puede llegar parecer tan próxima. Es mucho más personal de lo que puede dejar trasparentar su sinopsis: un taciturno ex policía que acaba de enviudar, descubre que su mujer le engañaba.

Western de duelo y venganza, sobre soledad y enajenación, combina escenas brutales con la ternura de la relación entre este viejo carismático y su deslumbrante nieta rubia. Un descubrimiento, que nos brinda emociones raras, en el marco de una atmósfera única.

Ivana The Terrible, de Ivana Mladenovic: Una mujer a la que adorar 

Llevamos un lustro, del señor Lazarescu a esta parte, admirando películas rumanas. No hay festival que se precie sin una de ellas. Con la muy adorable Ivana Mladenovic, que no es rumana sino de la vecina serbia, empieza un nuevo y rutilante capítulo, tan femenino como rabiosamente contemporáneo. El next Generation de la Nueva Ola Rumana.

Esta deliciosa actriz, que protagonizó la celebrada Scarred Hearts (Radu Jude, 2016), regresa a su pueblo natal, al otro lado de la frontera serbia, para protagonizar una comedia en clave de autoficción irónica con sus familiares y amigos. Un recital de reenacting.

Se presenta como una hipocondríaca crónica, desubicada treintañera en casa de sus padres, que se deja liar para amadrinar un festival sobre la amistad serbio-rumana, porque se supone que por ser actriz también es famosa, aunque nadie ha visto sus películas. Ese humor, como de Woody Allen rural, digamos, pero bajo la atractiva piel de una chica que, en este mundo globalizado, podría ser la hermosa hipster del balcón de al lado.

La educación sentimental, de Jorge Juárez: La pequeña gran revelación 

Los festivales adquieren todo su sentido cuando uno se sienta, ahora en el sofá de casa, para ver una película de la que no se sabe nada, y tiene una revelación. Inexplicablemente, nadie me había hablado de este título flaubertiano ya proyectado en el Festival de Gijón, donde se desarrolla parte de la trama, que me parece una auténtica masterpiece.

El argumento, como siempre, no nos dice mucho de la película: una pareja de millennials separados por una distancia creciente, que se comunica vía Skype, notas de voz etc, se enfrenta a la aplastante incertidumbre del futuro. Y sin embargo, Jorge Juárez, al que sólo se le conocía el premiado corto Los intrusos (2014), que se recuperará con carácter de urgencia, imprime a estos diarios filmados una deslumbrante inventiva en cada plano, así como una melancólica honestidad que emociona hasta (casi) las lágrimas.

Empieza como otro réquiem por el cine analógico al estilo de El último verano (Leire Apellaniz, 2016), y rápidamente muta en un genial mosaico pacientemente montado a lo largo de algo más de un lustro, que relata el difícil tránsito hacia un mundo adulto que lo es todo menos una tierra prometida. Si sólo tienen una hora de su vida para consagrarle al D'A inviértanlos aquí.

Leyenda dorada, de Chema García Ibarra e Ion de Sosa: Nueva normalidad

Acabamos como empezamos, con la fauna y flora del D'A, ese tándem de cineastas patrios habituales de las fiestas del festival, que juntan sus talentos para un corto que ahora nos resulta casi profético. Alrededor de una piscina veraniega, la realidad costumbrista se convierte en una película de ciencia-ficción. Justo lo que nos ha pasado.

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