Los animales y los seres mitológicos de Christopher Buzelli (Chicago-EE UU, 1973) parecen demostrar con la mirada que saben algo que al espectador se le escapa, emanan luz y exhiben colores vivos sin resultar chillones.

En los bosques, ciénagas, océanos o paisajes irreconocibles hay detalles desconcertantes o de pura fantasía surrealista. Una bandada de pequeñas aves forma al gran pájaro que atrapa a la trucha, con unas grandes patas que nacen en el aire, entre los huecos que dejan los animales entre sí. Una ardilla abre una avellana y descubre maravillada que el interior del fruto es luminoso.

El pintor se interesa por cualquier tema que tenga que ver con los animales y las criaturas míticas y se declara un admirador de los bestiarios y los grabados de historia natural. Lo de menos es si existen o no, Buzelli usa los símbolos de la fauna mítica y real para comunicar mensajes. No le gusta describir su trabajo, considera que el espectador es quien debe buscar las explicaciones que necesite, por muy crípticas que sean a veces las escenas.

Admirador de la sinceridad de los dibujos de Maurice Sendak, la luminosidad de los cuerpos de Paul Cadmus y de la marea de personajes del Bosco, realiza pinturas entre inocentes y oscuras, al óleo y sobre paneles de yeso. Su fijación por la naturaleza no se corresponde con el lugar en el que vive, "una jungla de asfalto, Nueva York".

Por lo menos una vez al mes sale de la ciudad, 160 kilómetros hacia el noroeste, para llegar a las montañas Catskill. Allí se nutre de la visión de la fauna silvestre: castores, puercoespines, conejos, ardillas, lechuzas, comadrejas, alcones y otros pequeños animales inspiran al artista en sus rutas de senderismo. En los sutiles gestos de cada especie Buzelli encuentra el secreto de las expresiones de sus personajes.