Sintra, viaje al paraíso romántico

  • Cercana a Lisboa, Sintra conserva el encanto que sedujo a la nobleza.
  • Entre la frondosidad boscosa asoma el Palacio Nacional da Pena.
  • A los pies del palacio, 2.000 variedades vegetales de cuatro continentes.
El singular Palacio da Pena, en las afueras de Sintra.
El singular Palacio da Pena, en las afueras de Sintra.
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El singular Palacio da Pena, en las afueras de Sintra.

Situada a tan sólo 30 kilómetros de Lisboa, se encuentra Sintra. Declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, se trata de una ciudad que fue levantada en el interior de un bosque, en la ladera norte de la sierra que le da nombre. Es un lugar misterioso, envuelto en brumas y revestido de flora de las más exóticas especies gracias a la riqueza mineral de su suelo. Tan embriagador es su encanto que podría decirse que mantiene vivo el espíritu que sedujo a las tribus primitivas que en su día rendían culto a la luna en las proximidades.

Esta singular atmósfera toma cuerpo especialmente en lo más alto. A cuatro kilómetros del casco histórico de Sintra, asoma entre la frondosidad boscosa el Palacio Nacional da Pena, un retorcido ejemplar del romanticismo que parece extraído de un cuento. Ordenado construir por el monarca luso de origen austro-húngaro Fernando de Saxe Coburgo-Gotha, en él monstruosas gárgolas se mezclan con exuberante decoración marina, cúpulas bulbosas y amarillas y hasta una imitación de la Puerta de la Justicia de la Alhambra. Una pretenciosa obra que fue acometida con talento por un arquitecto prusiano, el barón Ludwig von Eschweg.

La fortaleza conserva su decoración intacta, desde el mobiliario interior hasta los utensilios propios de la vida cotidiana, como ceniceros, cubiertos o útiles de tocador. A los pies del palacio se diseminan más de 2.000 variedades vegetales de cuatro continentes y, si echamos la vista a la lejanía, obtendremos una sobrecogedora imagen de los pueblos cercanos que los hace diminutos e insignificantes.

El castillo es custodiado por el "Monumento do Guerreiro", una colosal estatua colocada a unos trescientos metros de la entrada del recinto. En el escudo que porta, se distingue una leyenda en clave de fado: "Oh, mar salado, cuánta de tu sal son lágrimas de Portugal". Tal vez esté ahí para proteger el tesoro que alberga la capilla, un retablo de alabastro y piedra calcárea, atribuido a Nicolau de Chanterene, que expresa al modo renacentista italiano escenas de la vida y Pasión de Cristo.

También la herencia morisca esta presente en el enclave. Hablamos del Castelo dos Mouros, con su muralla del siglo VII que ha sido testigo de los lances con los cristianos. En 1152 la muralla fue posesión de la Orden de los Templarios para terminar dentro del radio de influencia del Palacio da Pena. Su majestad también aplicó aquí su extravagante sentido del arte, reubicando algunos de sus torreones y cubos defensivos.

Una carretera complicada nos lleva al núcleo urbano, un sereno poblado surcado por calles estrechas, empinadas y laberínticas. Desde aquí podemos visitar la Iglesia de San Pedro de Penaferrim, que data de 1403. Blanca y sin aristas, recibe al visitante con una figura gótica del apóstol y un pórtico barroco. La capilla principal, acogedora y luminosa, está engalanada con azulejos blancos y azules que representan hitos de la vida del santo.

Arte espiritual

Interesante es asimismo el Convento dos Capuchos. Situado a 8 kilómetros del casco antiguo, supuso en el siglo XVI el asentamiento de la Orden de San Francisco. Se trata de un edificio excavado en una roca de la sierra que combina a la perfección austeridad y espíritu funcional. Las paredes están recubiertas de corcho con el ánimo de mitigar el frío invernal, las celdas son perfectamente angostas para que los monjes entraran arrodillados y durmieran encogidos como penitencia. Aún así contaban con comodidades para la época como letrinas y una rudimentaria bañera, cuyo agua después se encauzaba para su aprovechamiento en las huertas.

El Palacio Real es, en cambio, ostentoso por naturaleza, comenzando por sus dos inmensas chimeneas cónicas. Arrebatado a los musulmanes en 1147, fue residencia veraniega durante ocho siglos, hasta tiempos de la República en 1910. Sus dependencias se extienden a lo largo de un sinuoso trayecto, iluminado a través de ventanales geminados. En su interior está la habitación en que Alfonso VI pasó nueve años preso por orden de su hermano Pedro II. Es una celda modesta con pavimento de tapete cerámico que se ve desgastado en torno al lecho, por las pisadas de un convicto que murió entre estos muros en 1683.

Otra obra arquitectónica de peso es la Quinta da Regaleira, un conjunto fastuoso de construcciones diseñado por el italiano Luigi Manini según la inspiración de António Augusto de Carvalho Monteiro, magnate brasileño del café que quiso dar rienda suelta a sus inquietudes de fe. Recoge una estética que sintetiza la devoción por el Espíritu Santo, la Orden de los Templarios y la masonería. Es una mezcla imposible de pináculos y capiteles sobre una decoración neomanuelina de cuerdas, lazadas y boyas.

El neoclásico brilla por su parte en el Museo de Arte Contemporáneo, antiguo casino de Sintra. A escasos metros en el mismo barrio de Estefanía, está el auditorio Olga Cadaval, sede principal del festival de música y danza. Y no se puede olvidar el pintoresco Museo del Juguete, que integra 20.000 piezas de los últimos cuatro siglos, entre muñecas, soldaditos de plomo, trenes de cuerda, mecanos, teatros y circos de papel.

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