En su acera derecha, calle del Generalísimo. En su acera izquierda, calle de la Constitución. Ahí están las placas, aunque no es preciso cerciorarse para comprobar cómo en una de ellas se pasea libre, sin direcciones prohibidas, buscando el diálogo, el contacto, la cultura y, aun con algunas baldosas levantadas, la igualdad. Los ciudadanos que pasean por la calle Constitución, donde cabemos todos, se sienten capaces de conformar el presente que libremente deciden sin dictados ni sermones. Enfrente, el recuerdo de una calle que era suya, sembrada de estatuas ecuestres, que minimizaban la estatura del hombre común, abrumado por las loas y el miedo. Que los efluvios que salen de esa acera –dependiente de Alcantarilla– en algunos aniversarios nos sirvan para valorar lo que hemos sido capaces de construir.