Tenía 14 ó 15 años y por aquel entonces compaginaba mis estudios con los entrenamientos, pero, aun así, dedicaba mis ratos libres a dar clases de tenis a niños aún más pequeños que yo. No recuerdo cuánto me pagaban por día, pero todo lo que ganaba era para ayudar en casa. Somos cuatro hermanos y, aunque nuestros padres siempre nos han dado todo lo que han podido, vivíamos sólo del sueldo de mi padre. Cuando empecé a dar clases, en 1981 ó 1982, los cuatro jugábamos ya al tenis, así que no estaba de más colaborar con los gastos –pagar los entrenamientos de todos ya costaba bastante dinero–. Los niños que tienen que estudiar, trabajar y dedicar tiempo a una actividad deben tener un horario ordenado. Nosotros, mientras sacáramos buenas notas, no sufríamos el reproche de nuestros padres. Aunque para ellos estudiar era prioritario, estaban contentos al vernos disfrutar tanto jugando al tenis».