Messi, el asesino de la nostalgia

Leo Messi celebra su gol en el clásico en el minuto 92.
Leo Messi celebra su gol en el clásico en el minuto 92.
EFE
Leo Messi celebra su gol en el clásico en el minuto 92.

Hay quien asegura que Di Stéfano fue el más grande porque presentó al mundo (a la historia) un nuevo tipo de jugador. Con él nació el futbolista total treinta años antes de que la Holanda de Cruyff replanteara el fútbol en su totalidad. Así dibuja al genio argentino otro genio uruguayo, Eduardo Galeano ('El fútbol a sol y sombra'): "Todo el campo cabía en sus zapatos (…). Alfredo Di Stéfano corría y recorría la cancha: con la pelota, cambiando de frente, cambiando de ritmo, del trotecito cansino al ciclón imparable… Nunca estaba quieto. Hombre de cabeza alzada, veía toda la cancha y al galope la cruzaba. Él estaba en el principio, en el durante y en el final de las jugadas de gol, y hacía goles de todos los colores".

Quienes elevan a Pelé a lo más alto comparten la fascinación de Dante Panzeri, periodista e ideólogo del menottismo-valdanista, la primera vez que lo vio jugar. Disfruten porque no es frecuente leer una descripción al primer toque: "Organiza. Realiza. Premedita. Improvisa. Inicia. Concreta. Dribla. Economiza. Shotea. Cabecea. Ataca. Defiende. Pivotea. Obstruye. Habilidoso. Inteligente. Talentoso. Joven (21 años). Futbolísticamente maduro ("ve" donde pocos ven, tiene "panorama" de lo que pasa donde él no está). Veloz como un sprinter. Pausado como un estratega. Astuto. Recio donde hay que ser recio. Prestidigitador con la pelota. Sutil y malabarista (…)".

Pelé incorporó músculo al juego (el futbolista-atleta) y una productividad industrial: 1.284 goles que sirven de guarnición para tres Copas del Mundo, dos Libertadores y seis campeonatos brasileños. Sin olvidar, por supuesto, su valor como pionero mediático. Pelé fue el primer futbolista que se subió a la ola de los medios de comunicación y diría que todavía surfea. Cincuenta años después, algunos todavía están empeñados en luchar contra el océano.

La principal aportación de Maradona fue el arte. Su irrupción no asombró ni por su ocupación del campo ni por su regularidad goleadora. Asombró por su zurda. Su cuerpo estaba al servicio de su pierna izquierda y no se había visto jamás una extremidad semejante, tan prolija como una cornucopia. Diego reivindicó a los zurdos como raza superior y lo hizo, según Eduardo Galeano, en el más amplio sentido de la expresión: "Maradona cometía el pecado de jugar con la zurda, lo que, según el Pequeño Larousse Ilustrado significa "con la izquierda" y también significa "al contrario de como se debe hacer".

Y llegamos a Messi. De Di Stéfano tiene la totalidad, tal y como se pudo observar en el último clásico; a nadie sorprenden ya sus incursiones como centrocampista organizador o pasador. También comparte con La Saeta una cierta españolidad circunstancial y paisajística que lo aleja de Argentina, aunque en ambos casos la argentinidad sea pura e irrenunciable.

Tanto uno como otro encontraron en los grandes clubes de España lo que les completó como estrellas planetarias. En el caso de Messi podemos afirmar que fue asistido primero en cuerpo y luego en alma. El chico era un gigante que no crecía y el Barça puso a su disposición los cereales con leche, el patio y los compañeros. Y qué compañeros. Los bajitos se arracimaron en torno al bajito alfa y de allí salió un equipo extraordinario que obligó a un nuevo replanteamiento del fútbol. Ni el músculo ni la táctica, principales avances de los últimos cuarenta años, eran condición imprescindible para ganar. Bastaba con el talento y con el balón. Guardiola, Luis Aragonés y Vicente del Bosque sacaron brillo al invento y en el mundo entero se puso de moda el buen gusto. Fueron años hermosos.

Pero Messi no se detuvo ahí. De Pelé tomó prestada la productividad. Precisamente en el clásico marcó su gol 500 como jugador del Barcelona, lo que no es poca cosa para quien no ha cumplido los 30. Si pudiéramos aplicar el factor de ajuste que merecen los tiempos modernos y los defensas actuales, llegaríamos a la conclusión de que ese medio millar no anda lejos del millar de Pelé.

Omnipresente y productivo, la última virtud de Messi se relaciona con el arte de Maradona y su zurda. La niñez de ambos fue diferente, pero en nuestro subconsciente de aficionados mitómanos se confunden las escenas de un niño greñoso de zurda angelical que ya no sabemos si se llama Diego o le dicen Leo. Ambos vencieron la teórica desventaja de un esqueleto más pequeño para idear un catálogo de sistemas de fuga y engaño. Quién sabe si no crecieron a propósito por no ofender a la chica y estar así más cerca de la amada, la pelota.

La conclusión final es que Messi lo tiene todo. Todo de todos, de los mejores: la nacionalidad, el despliegue, la eficacia, la regularidad, el arte y, en última instancia, la zurda. Ahora podemos inventar excusas para no rendirnos y ondear la bandera del Mundial que todavía no ganó. Podemos hacerlo, pero no será más que un vano esfuerzo por detener el tiempo en nuestros años de juventud, cuando nuestra felicidad sin nubes se completaba con un futbolista de referencia al que nos agarramos desesperadamente para que todavía nos quede algo porque lo demás se fue. O dicho más corto: nostalgia.

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